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Allegándonos al corazón del Amor

Del número de abril de 1956 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Feliz el hombre que comprende mediante el sentido espiritual que el único corazón real es el gran corazón del Amor divino y que el hombre es la imagen y semejanza de Dios. Dice Pablo (Romanos 5:5): “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado.” El corazón humano que parece latir en el pecho humano es sólo símbolo del de la energía vivificante del Espíritu, que se manifiesta en un perpetuo ritmo espiritual de funcionamiento armonioso.

El corazón verdadero no es un órgano carnal que late dentro de la estructura humana. Son los sentidos materiales los que diseñan ese cuadro del corazón, que no es cierto. Los sentidos materiales no dan testimonio de la Verdad. Son carnales y dan testimonio de la carne, mientras que el hombre, el hijo amado de Dios, es del Espíritu, y es espiritual. El se percata de la vida mediante los sentidos espirituales y así se da cuenta del amor de Dios que abarca y gobierna todas las cosas.

El corazón real es espiritual. Cuando se entiende esto se puede apreciar la verdad que declara Mary Baker Eddy respecto a la metafísica en el libro de texto de la Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”., “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 269): “La metafísica resuelve las cosas en pensamientos y reemplaza los objetos de los sentidos por las ideas del Alma.”

El corazón material — sus válvulas, cámaras y construcción general — no es con lo que se concierne el metafísico porque su trabajo no se concierne con la carne sino con el Espíritu. El no confiere a ninguna cosa material el mando de vida y muerte, sino que reconoce la necesidad de resolver la cosa en pensamiento y luego reemplazar el objeto de los sentidos con una idea del Alma. Así abandona el metafísico la base de que la vida esté en la materia y se pone a descubrir la perfección de la idea y qué tenga por objeto.

Antes de entender por completo al corazón como idea del Alma puede ser que se requiera corregir el modo erróneo de pensar. Hay que purgar el pensamiento de todo mal purificándolo con la Verdad.

Según el entendimiento humano, el corazón es el foco de los gozos y de las penas. Con efecto, así lo define Mrs. Eddy en la página 587 de Ciencia y Salud: “Sentimientos, motivos, afectos, alegrías y aflicciones mortales.” La mente humana impulsada por algún móvil no honrado bien puede reflejarse en el cuerpo por alguna acción culpable que dicte el corazón. En tal caso, sería preciso corregir la acción no honrada. Jesús reprendía a los que no eran honrados y a los que lo rechazaban, imputándoles la dureza de su corazón. El reclamaba se tuviera fe en el bien, pureza de propósitos y consagración al ideal del Cristo. Por lo cual debe ser claro que antes que podamos comprender y demostrar nuestra seguridad o inmunidad como hijos del Amor divino habrá que tomar las medidas que se requieran a fin de corregir el erróneo pensar purificando los móviles, miras y afectos. Quizá haya infidelidad que corregir, pesadumbre sobre que predominar o los móviles requieran cambio del egoísmo a la benevolencia.

La necesidad específica en cada caso se le revelará al de corazón honrado que desee conocer a Dios, siendo ese conocimiento lo que ha de curar al corazón que sufra. Examinarse a uno mismo es siempre de provecho. Dice Mrs. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 8): “Debiéramos examinarnos para conocer cuáles son los afectos y propósitos de nuestro corazón, porque sólo de este modo podemos saber honradamente lo que somos.”

El prevalecimiento transitorio de las enfermedades del corazón es un incentivo que provoca a la humanidad a que despierte a un concepto más espiritual de la vida en general y al significado verdadero del corazón en particular. La causa mental de las afecciones cardíacas la han reconocido los médicos desde hace mucho tiempo, pero poco han de progresar permanentemente en su eliminación mientras no cambien lo físico por lo metafísico, mientras no se entienda mejor la naturaleza de Dios como Amor divino y mientras no se establezca de fijo la inseparabilidad entre el hombre y el Amor divino. Para quien entienda que el corazón es realmente una idea del Amor divino no puede haber temor de que le falle su corazón, por saber que el Amor es infalible, inextinguible y eterno. Cuando se cambian los deseos, afectos y miras de lo material a lo espiritual, aprende uno que no puede haber ocasión para temer ni persona, lugar o cosa alguna de que tener miedo. El remedio para el temor en todas sus formas es el Amor. El apóstol Juan asegura que “el amor perfecto echa fuera el temor” (I Juan 4:18). Este amor perfecto no es un humano concepto personal del amor, sino el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, un reconocimiento de la benevolencia de Dios, invariable y eterna.

Dios nunca nos rehusa Su amor. Hasta los indignos, al arrepentirse honradamente, son inmediatamente objeto de Su divina compasión. Dios mira a la creación tal como El la creó, a la luz del Espíritu; y Dios conoce al hombre, no como material sino como espiritual. Cuando el Amor gobierna la consciencia humana del individuo éste demuestra un corazón sano.

Nosotros podemos dar libertad a los que soliciten nuestra ayuda mediante nuestras protestas de la verdad cuando oramos, mediante nuestra tranquila confianza en el Amor divino y nuestra fidelidad al más alto concepto de la hombría que podamos tener. Podemos regocijarnos de que el corazón nunca es un instrumento del temor sino un símbolo del Amor inalterable de Dios reflejado en la consciencia humana. Al hombre se le mantiene en el ritmo perpetuo de la salud y armonía, de la fuerza y la inmortalidad.

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