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Desde mi más temprana edad de que recuerdo...

Del número de abril de 1956 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Desde mi más temprana edad de que recuerdo yo sólo supe de dolor y sufrimientos causados por una enfermedad del corazón y diversas complicaciones. Como buenos cristianos que eran, mis padres hicieron amorosamente por mí todo lo que pudieron mediante la ciencia médica. Me sometí a dos operaciones quirúrgicas sin que mejorara. Pasada ya mi infancia y niñez, los doctores me decían que nunca podría ganarme yo misma la vida sino que tendría que contentarme con llevar una vida muy quieta.

En esa parte de mi vida mi madre comenzó a interesarse en la Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”. y me invitaba cariñosamente a que fuera a los servicios de esa iglesia con ella, pero yo me rehusaba porque tenía un concepto erróneo de lo que es la Christian Science. Un día, mientras andaba haciendo compras, sufrí una repentina prostración mental y de mis fuerzas, y al regresar poco después a casa me sentía perturbada y con miedo. Consentí entonces en que mi madre telefoneara a una practicista de la Ciencia, y de súbito me percaté de que me había librado de mi afección cardíaca que había padecido desde que nací. Esta curación ha sido permanente.

Todavía después de haber sanado, yo dudaba de la Christian Science. Nunca dejaré de agradecerle a la practicista que tan paciente y amablemente me haya guiado y elevado mi modo de pensar de que yo era una mortal pecadora a la gloriosa verdad de que soy en realidad hija perfecta y amada de Dios.

Varias semanas después de haber empezado a estudiar la Christian Science me venció de repente la ceguera. Viéndome llena de temor y con un fuerte dolor, volví a telefonear a una practicista solicitando tratamiento. Pero pocos días después supliqué a mi madre me llevara a que me viera un oculista. Cuando examinó mis ojos, él declaró que no se podía hacer nada por mí medicinalmente.

Después de ese dictamen médico de nuevo le pedí a mi madre me llevara a ver a una practicista. Esta me aseguró cariñosamente que yo era hija de Dios, que el Padre me amaba y que no me fallaría. Me decía con frecuencia: “Confía en Dios. El no te fallará.” Yo hallaba difícil creerlo entonces y pedía que me llevaran a casa. Mi madre me había dejado allí con la practicista mientras iba a atender a un negocio, regresando luego por mí, pero yo me rehusé a esperarla. La practicista me acompañó hasta el ascensor o elevador y suplicó al encargado de él que me ayudara al salir yo del ascensor una vez en la planta baja. Y así lo hizo, pero yo no pude seguir adelante por no ver dónde me encontraba ni a dónde dirigirme.

Las palabras de la practicista repercutían en mí: “Confía en Dios. El no te fallará.” Viéndome allí así, temerosa y agobiada, me volví a Dios en oración: “Padre, enséñame a confiar en Ti.” En ese momento sané instantáneamente. Fué tan completa la curación que ni lentes necesité. Eso pasó hace más de veinte años, y al someterme a examen médico para entrar en el servicio militar durante la segunda guerra mundial, declararon perfectos mi ojos. Tampoco se dijo nada respecto a la afección cardíaca que había tenido.

He tenido muchas otras curaciones físicas a medida que comprendo mejor a Dios y la relación del hombre para con El. A veces no sabía ni cuando habían ocurrido, pero de súbito me daba cuenta de haberme librado ya de ellas. También encontré que en vez de depender de mi familia para mi subsistencia, yo misma me he ganado los medios para sostenerme. He aprendido a conocer a Dios como el Amor que responde a toda necesidad, y como dice nuestra Guía, Mary Baker Eddy, en el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituas” (pág. 13): “El Amor es imparcial y universal en su adaptación y en sus dádivas. Es la fuente abierta que exclama: ‘¡Todos los sedientos, venid a las aguas!’ ”

Me vino el privilegio de tomar el curso de enfermería en la Asociación Benévola de la Christian Science en la costa del Pacífico, y estoy muy agradecida por esta oportunidad de servir a la Causa. Igualmente agradezco mi crecimiento espiritual logrado durante ese período de entrenamiento. Doy gracias sobre todo por haber obtenido una comprensión más clara y plena de que el Amor está siempre presente y es potente para curar. Ser miembro de La Iglesia Madre ha sido una bendición para mí. Otra gran bendición ha sido los dos años que concurrí a la Escuela Dominical de la Christian Science. Más tarde se me concedió el privilegio admirable de recibir instrucción facultativa de esta Ciencia. Mucho bien ha sido mío física, pecuniaria y espiritualmente, lo cual agradezco verdaderamente.

Humilde y amorosamente deseo expresar mi gratitud a Dios y a Cristo Jesús, nuestro Ejemplificador del camino, así como a Mrs. Eddy, Descubridora y Fundadora de Christian Science.—

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