Mi padre acostumbraba cada domingo llevar a la familia a una Iglesia Científica de Cristo, y traerla de vuelta, una distancia de unos cincuenta kilómetros, dándonos la oportunidad a mi hermano menor y a mí de asistir a la Escuela Dominical de la Christian Science en la que recibimos enseñanza clara y amorosa que nos ha beneficiado mucho.
Mas tarde, cuando se me declaró inhábil para servicio en la Marina a consecuencia de haber estado enfermo de paludismo, sané completamente con tratamientos de una fiel Científica Cristiana que era practicista de esa Ciencia. Entonces volví a tener una vida de recia actividad; me alisté en la Marina Real durante la segunda guerra mundial, me ocupé en tareas peligrosas, y en verdad que llevé una vida de aventuras como siempre lo había deseado cuando muchacho.
Tuve muchos casos de protección admirable en ese servicio. En una ocasión, mientras me entrenaba para ser soldado paracaídas, me advinieron las siguientes palabras bíblicas cuando me preparaba para lanzar mi primer salto del aeroplano para manejar mi paracaídas en los ejercicios llevados a cabo (Deuteronomio 33:27): “El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos.” Al principio no atendí a ese ángel mensajero, pero poco después me advino otra vez. No lo tomé a pecho todavía. Y de nuevo me fué repetido con suma insistencia. Sólo entonces lo reconocí y lo recibí agradecido.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!