Muchos llevan en toda su experiencia humana las cicatrices de su pasado. A veces se palpan en defectos o deformidades corporales, resultado de alguna enfermedad o accidente; más frecuentemente son mentales esas cicatrices, resultado de las desavenencias en las relaciones humanas. Pero tales cicatrices son carga o defectos innecesarios. Todas son el resultado de conceptos erróneos respecto al ser del hombre, y se pueden desvanecer completamente practicando fielmente la Christian Science.
Veamos cómo se logra eso. El estudiante de la Christian Science reconoce que hay un solo Dios, la Mente divina que ocupa todo el espacio. En esta Mente moran todas sus ideas que constituyen su creación perfecta, o sea el hombre y el universo. La única Mente perfecta todo lo gobierna mediante su ley y orden perfectos. En toda su historia eterna, ni la Mente ni sus ideas han pasado por ninguna experiencia que les pueda dejar ni una sola cicatriz o defecto. La perfección, armonía e inmortalidad del hombre son dones que de Dios recibe y que quedan intactos perennemente. El reflejo de Dios se halla seguro en la inteligencia infalible de la Mente.
El reconocimiento consecuente o coherente de la naturaleza celestial del hombre comienza desde luego a eliminar los recuerdos inarmoniosos del pasado de quien mantenga tal reconocimiento, y con ellos, las cicatrices mentales y las físicas con los defectos resultantes. Así se inicia el nuevo nacimiento en el que se desecha paso a paso lo mortal y la hermosura sin par del hombre como hijo del Alma resplandece evidenciándose en mejores rasgos mentales y detalles físicos.
Dice Mary Baker Eddy en el libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 258): “Puesto que el hombre nunca ha nacido, ni muere jamás, le sería imposible, bajo el gobierno de Dios en la Ciencia eterna, caer de su estado elevado.” ¿Cuál es ese estado elevado que corresponde a todo hijo de Dios — a cada uno de nosotros? Nuestra Guía nos dice que es una pureza inmaculada, puesto que las ideas de la Mente pura pueden heredar y expresar sólo la naturaleza sin mácula del Alma, la prístina perfección del Espíritu.
Es el privilegio de cada uno de nosotros sostener a diario que en realidad siempre ha llevado el sello de la divinidad. Siendo esto un hecho, podemos reclamar a cada instante de nuestra carrera que somos las ideas impecables, inmarcesibles e intrépidas del infinito Unico, y que nunca dejamos de ser inmunes a las pretensiones de la mortalidad. Dice el profeta Jeremías hablando del cuidado que Dios tiene eternamente por Sus ideas perfectas (31:3): “Jehová se manifestó a mí ya mucho tiempo ha, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto te soporté con misericordia.” Dios nunca abandona lo que es Suyo. Por tanto, no neguemos nunca que El nos sostiene amorosamente, antes bien reconozcamos nuestra eterna perfección que nunca se marchita o desvanece por ser reflejo Suyo.
La presteza con que las cicatrices pueden eliminarse de la mente y del cuerpo la ejemplifica el caso siguiente de una pecadora enferma de la que, según está escrito, Jesús echó fuera “siete demonios” o males. Completamente arrepentida de sus pecados, esta mujer fué atraída a los pies del Maestro, adorándolo con humildad sincera. Inmediatamente quedó sana y comenzó a servirle en el acto. ¿Puede alguien creer que después de eso María Magdalena llevaba consigo algunas cicatrices de su pasado? Desde ese día de su curación y regeneración su misión fué seguir al Maestro, apoyándolo en su magna obra. En el estado de consciencia de quien se consagra a tal servicio no se mal gastan momentos contemplando el pasado entristecedor ni malos efectos de lo que en realidad nunca fué elemento de la vida del hijo o hija de Dios.
En el Manual de La Iglesia Madre nuestra Guía nos ha asignado un importante deber diario y es interesante que nos lo haya dado bajo el título de “Observancia de la Pascua de Resurrección” (Art. XVII, Sec. 2). Dice: “Las sagradas palabras del Maestro amado: ‘Deja que los muertos entierren a sus muertos,’ y ‘Sígueme’ instan a diario esfuerzo cristiano por vivir de manera que ejemplifiquemos a nuestro Señor resucitado.” Aquí nos enseña Mrs. Eddy cómo sanar de las cicatrices del pasado.
Tenemos que dejar que los muertos entierren a sus muertos. En otras palabras, tenemos que cesar de pensar habitualmente en lo pasado, con la pena, duelo, dolores y privación correspondientes. Tenemos que dejar a que se extingan las pretensiones y creencias mortales de que hay vida en la materia. Y tenemos que consagrar nuestros pensamientos y nuestra energía seguir a Cristo en nuestra vida diaria según nos lo ejemplificó Jesús. Tenemos que aferrarnos a las verdades de la Christian Science, amándolas y practicándolas en nuestra experiencia cotidiana. Y tenemos que dejar que more en nosotros la misma Mente que mostraba Jesús en su carrera.
Quien vive pensando en sí mismo perpetúa las cicatrices, los dolores y los desengaños de la vida material. El que imbuye su pensamiento en el espíritu del Cristo, olvidándose a sí mismo y ocupándose en el servicio del Amor divino, no se inquieta por las cicatrices y defectos del pasado sino que se identifica con el Espíritu, y queda sano. El que esté imbuido en la comprensión espiritual recibe con ello una vida vida nueva, un cuerpo nuevo y un propósito nuevo, un reconocimiento del reino de los cielos dentro de él mismo, aunque parezca que mora en la tierra todavía. Regocijémonos en las palabras del poeta que muestran el poder del Amor divino para eliminar las cicatrices y los defectos de la mortalidad (Himnario de la Christian Science, No. 40):
Gozo del triste, luz del perdido,
fe del que cesa ya de pecar,
habla el Consolador y dice enternecido:
no hay pena que el Amor no pueda curar.
