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Siguiendo a la Descubridora y Fundadora de la Christian Science

Del número de abril de 1956 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En su poema Christ and Christmas (Cristo y la Navidad, pág. 39), Mary Baker Eddy dice:

“Como en la hora bendita de Palestina,
ahora vuelve a ser
la misma mano que escribe la página,
por Su mismo poder.”

La misión de Mrs. Eddy fué en cumplimiento de una profecía. Ella trajo a la humanidad el Consolador que el Maestro había prometido y que en aquel entonces la humanidad no estaba lista todavía para recibirlo. Sentada a los pies de Jesús fiel y humildemente, ella descubrió las leyes espirituales para vivir y curar y las expuso en términos que aseguraran pudieran entenderse.

Es de provecho escudriñar con frecuencia la magnitud de la obra de nuestra Guía, compenetrarnos de nuevo del alcance de lo que agradecemos. En una vida como fué la suya al principio llena de adversidad, ella nunca perdió su innata confianza en Dios. Lo cual la preparó espiritualmente para que recibiera la revelación de la Verdad, y después de su grave caída en el hielo y de haber recobrado inmediatamente su salud mediante la oración ella se dió cuenta de que había tocado la orla de la curación espiritual. Peri eso no dió término a su búsqueda, fué sólo el comienzo. Dice Irving C. Tomlinson en su obra biográfica Twelve Years with Mary Baker Eddy (Doce Años con Mary Baker Eddy, pág. 36): “Pero ella nunca pretendió que ese admirable instante de la revelación marcara el todo o la consumación de su descubrimiento. Al contrario, su descubrimiento de la Christian Science fué el resultado de su estudio de la Biblia, de la revelación y de su crecimiento en la gracia. No fué un caso de conversión instantánea en el que pudiera ella haber dicho: ‘Ya el pasado no es nada, — hay que empezar enteramente de nuevo.’ Ella demostró de paso en paso el camino.”

Misma Mrs. Eddy nos habla en la página 108 a la 109 del libro de texto “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” de haber persistido en su búsqueda después del descubrimiento inicial. Esta mujer inspirada no sólo agradecía la recuperación aparentemente milagrosa de su propia salud sino que siguió buscando hasta encontrar los factores espirituales que la produjeron y comenzó a curar a otros fundándose en que Dios, la Mente divina, es Todo y que siempre está presente, y en que la materia no es nada sino mera creencia falsa — un fundamento que puede percibirse sólo espiritualmente y que se prueba con la recuperación física y la regeneración moral. El paso siguiente consistía en poder enseñar a otros a curar. Eso la convenció de que el poder para curar no era personalmente peculiar a ella sino que era en verdad la restauración de la curación cristiana practicable por todos los que llenaran el requisito que Jesús prescribió (Juan 8:31 y 32): “Si permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.”

Pero no paró ahí la cuestión. No le bastaba a esta sierva devota de Dios que ella y sus asociados inmediatos pudieran ejercer la habilidad para curar por medios espirituales. Mediante su receptividad espiritual y ardua labor humana ella dió a la humanidad el libro de texto de la Christian Science para que fuera hasta los últimos confines del mundo llevando las buenas nuevas, consolando, alentando e instruyendo.

Para establecer y proteger más su Causa, nuestra Guía organizó La Iglesia Madre con sus filiales y múltiples actividades, cercándola con el Manual de La Iglesia Madre. Con la tierna sensatez de una madre verdadera se fué ella retirando gradualmente de la organización a medida que sus estudiantes quedaban bien preparados para proseguir sin ella, delegando en La Junta Directiva de la Christian Science cada vez más obligaciones y eliminando en ese grado de la escena su propia persona para que la Causa fuera dependiendo de ella cada vez menos.

Cuando contemplamos la combinación perfecta de la visión espiritual con su práctica interpretación humana, la magnitud de su obra con la humildad de su talante, su receptividad de la revelación la obediencia con que la seguía, la ternura con que la impartía con la energía con que defendía esta revelación, no podemos menos que sentirnos cada vez más agradecidos a nuestra Guía fiel, consagrándonos renovadamente a ser partícipes en la obra de su vida no sólo con nuestras oraciones más profundas sino también alistándonos para tomar parte práctica en la organización que ella fundó.

Dice una de sus alumnas, Mrs. Daisette D. S. McKenzie, en la Primera Serie de We Knew Mary Baker Eddy (Nosotros conocimos a Mary Baker Eddy, pág. 40 a la 41): “Nuestra Guía nos anima a que la busquemos y encontremos en sus escritos. La hostilidad de la mente mortal se esfuerza por separarla de sus escritos y así impedir que nos mantengamos en más íntima comunión con ella. Quizá leamos a veces Ciencia y Salud sin pensar para nada en su autora. ¿No haríamos mejor en percatarnos de que no sólo leemos la Palabra de Dios sino también de que nuestra comunión con El es mediante el mensaje escrito por Su escriba escogida?”

Como hay que cuidar de no dejar de pensar en la autora cuando leemos el libro de texto, así hay que cuidar de no tomar parte en la organización sin pensar en quien la fundó. Acaso sea por eso que en el Manual de la Iglesia y refiriéndose a la escritura de la compra del terreno para La Primera Iglesia Científica de Cristo, en Boston, Massachusetts, Mrs. Eddy especificó (Art. XXXIV, Sec. 2): “Asimismo debe incorporarse en todas estas escrituras la frase: ‘La Iglesia de Mary Baker Eddy, La Iglesia Madre o La Primera Iglesia Científica de Cristo, en Boston, Mass.’ ” Ciertamente que es La Iglesia Madre de Mrs. Eddy y La Junta Directiva de la Christian Science de Mrs. Eddy y la organización de la Iglesia de Mrs. Eddy.

Si tenemos presente que Mrs. Eddy no sólo fué la Descubridora y Fundadora de la Christian Science, sino también la Guía de la Causa de la Christian Science, seremos amorosos y nos sentiremos agradecidos lo suficiente para tomar parte en la organización viendo siempre más allá de la humana institución a la idea espiritual de la Iglesia que, como ella nos dice en Ciencia y Salud (pág. 583), es “la estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino o procede de él.” Ni el orgullo ni la popularidad han de influir en lo que hagamos; ni tampoco han de inmovilizarnos el temor o la apatía. Todo lo haremos con humildad e inteligentemente agradecidos. Nuestra propia gratitud por este don que nos otorga nuestra Guía de los servicios religiosos, las Lecciones– Sermones del Cuaderno Trimestral de la Christian Science y demás publicaciones periódicas, las conferencias, las Salas de Lectura, etcétera, nos hará hábiles y nos tendrá bien dispuestos para ser partícipes de su organización que nos los provee.

Nuestro aprecio a nuestra Guía lo mostramos siguiéndola en pensamiento y en estudio, curándonos y regenerándonos a nosotros mismos y a los demás. Todo lo cual no nos lo impide ni lo estorba la organización de la Iglesia, sino que nos lo facilita. Nos da oportunidades prácticas para vencer falsos rasgos de carácter y para resolver conjuntamente con otros los problemas mundiales. Una de las mayores pruebas de que el elemento humano se está evangelizando se halla en nuestra actitud hacia nuestros colegas los Científicos Cristianos que forman parte de la iglesia filial a que pertenezcamos. ¿Vencemos en nosotros la tendencia a dominar o la anuencia a que se nos domine? ¿Les mostramos paciencia y simpatética comprensión? ¿Los alentamos en vez de condenarlos? ¿Apoyamos lo que decida la mayoría o se nos halla tratando de morder los talones de la autoridad constituida? ¿Apelamos al Supremo Tribunal del Espíritu o a los bajos instintos de los otros miembros? Con nuestras respuestas a nuestros propios adentros y nuestros hechos externos podemos medir nuestra amorosa consideración para con Cristo Jesús y hacia la Guía que tan bien ha ejemplificado la profecía de Daniel (12:3): “Los que sean sabios brillarán como el resplandor del firmamento, y los que hayan vuelto a justicia a muchos, como las estrellas para siempre y eternamente.”


La senda de los justos es como la luz de la aurora, que se va aumentando en resplandor hasta que el día es perfecto.— Proverbios 4:18.

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