Toda persona amante de los niños se interesa en que éstos desarrollen la fortaleza moral y espiritual que los capacite para resistir la tentación. Pero de nada servirá el consejo que les demos a nuestros chiquillos, por muy bueno que sea, a menos que lo escuchen. Es necesario que quieran hacerlo. ¿Y, cómo podemos atraer su interés?
Mentalmente debemos ponernos de rodillas y pedirle a Dios que nos dé las ideas y las palabras necesarias que tengan efecto en ellos. Cuando, para lograr ciertos resultados, no permitimos que nos dominen conceptos ya establecidos, estaremos más alerta para ver lo que le interesa a los niños. Cuando estamos dispuestos a usar como medio para nuestra enseñanza todo lo que recibimos por inspiración, encontramos que el uso práctico de los Diez Mandamientos y las Bienaventuranzas se desarrollará en una forma que será de sumo interés para los jovencitos.
Si estamos confusos porque no sabemos cómo ayudar a nuestros niños con sus problemas diarios, podemos fortificarnos con la verdad que el Amor rebosa de ideas correctas para el adulto y el niño. Nunca debemos limitar la habilidad que tiene la Mente para proveer la ocasión y la sabiduría necesarias para destruir la supuesta actividad del error. La confianza en que Dios nos enseñará el camino nos librará de las frustraciones que podrían molestarnos.
El mismo Amor que impulsa nuestros deseos y esfuerzos por ayudar a nuestros jóvenes hijos a desarrollar madurez espiritual, los está educando a lo largo del sendero. Los niños criados en hogares Científicos Cristianos, o que asisten a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana aunque sea por un breve tiempo, ya han sentido algo del poder del Cristo en sus vidas. Probablemente no comprendan qué es exactamente este poder del Cristo, pero si han sido sanados, o si han recibido ayuda en sus tareas escolares o en algún problema social u hogareño tendrán fe en sus corazones, fe en la eficacia de Dios para ayudarlos dondequiera que se encuentren.
Nuestra oración por los niños debería ser para que éstos sean “fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Efesios 3:16), y es hacia este objetivo que encauzamos nuestra enseñanza espiritual y moral. Se les puede enseñar que el deseo que sienten por que la ley del bien de Dios opere en su favor, se verá manifestada cuando obedezcan esta ley. Es la ley de Dios lo que los mantiene sanos y felices y los hace progresar. Pueden percibir que si desacatan la ley de Dios al violar los mandamientos, se han apartado de las bendiciones que imparte esta ley. Lo que debe impulsar su obediencia es el respeto por la ley y no el temor de ser sorprendidos en el error.
Tenemos que examinarnos a nosotros mismos para ver si estamos obedeciendo la ley en la misma forma en que quisiéramos que la obedecieran nuestros hijos. Un domingo, en una Escuela Dominical, un grupo de adolescentes estaba hablando de las tentaciones que se les presentan. Mencionaron la bebida, el fumar, el estar fuera de casa hasta altas horas de la noche, y otras malas tentaciones. Uno de los muchachos admitió que le gustaba manejar su automóvil a excesiva velocidad. La maestra se sobresaltó al darse cuente de que ella tampoco obedecía los límites de velocidad.
Al hablar sobre este problema toda la clase descubrió que era necesario corregir el orgullo y el egoísmo. El orgullo de tener un automóvil sport o de ser un conductor arriesgado; y el egoísmo que nos hace salir de casa tan tarde que para reparar el tiempo perdido, nos obliga a ir a gran velocidad sin pensar ni en nuestra seguridad ni en la del prójimo. También se dieron cuenta de que el desobedecer los límites de velocidad impuestos por la ley civil denota falta de respeto a la ley moral, que es la base de nuestra ley civil.
La Biblia nos habla de las muchas promesas de recompensa que tiene la obediencia. A los niños se les debiera hablar de estas promesas, de su poder vital y certeza. Al abogar por la obediencia de los mandamientos Moisés dijo: “Os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19). En Levítico se encuentra un bellísimo pasaje que enumera las recompensas de la obediencia. Moisés expresó la promesa de Dios así: “Si anduviereis en mis decretos y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, yo daré vuestra lluvia en su tiempo, y la tierra rendirá sus productos, y el árbol del campo dará su fruto... Y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Levítico 26:3, 4, 12).
Podemos enseñarle a nuestros adolescentes que el guardarse puros les proporciona una maravillosa paz mental. La pureza los libera para pensar con más claridad y los ayuda a organizarse con mayor eficacia para que sus actividades sean más provechosas. Sirve de guía en el camino que conduce a encontrar el compañero apropiado y a una vida social más feliz. Una de las demandas más urgentes con la que nos enfrentamos hoy en día es la de fortalecer moralmente a nuestros hijos. El papel que desempeña la Ciencia Cristiana se desarrollará en proporción a la fidelidad individual de todo Científico Cristiano.
Mrs. Eddy dice en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras (pág. 371): “De la necesidad de elevar la raza nace el hecho de que la Mente lo puede hacer; porque la Mente puede impartir pureza en vez de impureza, fuerza en vez de flaqueza y salud en vez de enfermedad”. Debemos ver en los niños la misma promesa que vio nuestra amada Guía cuando escribió (Pulpit and Press — Púlpito y Prensa, pág. 9): “¡Oh, niños, vosotros soís el bastión de la libertad, los cimientos de la sociedad, la esperanza de nuestra raza!”
