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[Original en español]

El día antes de partir para la reunión de la Asociación de estudiantes...

Del número de julio de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El día antes de partir para la reunión de la Asociación de estudiantes de Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) a la que concurriría mi esposa (un viaje como de 1.400 kilómetros), comencé los preparativos del auto. Al proceder para limpiar el baúl del auto, saqué una caja de herramientas. Pero luego, al agacharme, sentí un dolor tan intenso que casi no podía enderezarme. El primer pensamiento que vino a mi mente fue que en el reino de Dios no hay accidentes ni dolor; es decir, los accidentes no tienen realidad. Terminé los preparativos lo antes posible y con bastantes dificultades para moverme. Luego guardé el automóvil y entré en mi domicilio para reposar.

Aquella semana, la Lección-Sermón en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana era “Los mortales y los inmortales”. Un pensamiento que me sirvió de consuelo y me trajo la luz de la comprensión fue el Texto Áureo, de Colosenses (2:8): “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo”. El meditar sobre esto me permitió recurrir a Dios y rechazar las creencias humanas de que el dolor duraría varios días, que se necesitarían calmantes, que me pondría peor, y todos los etcéteras que la creencia humana interpone en esos momentos.

Esta tarea de oración también fue reforzada con el estudio del siguiente pasaje de nuestro libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy (pág. 409): “El hombre real es espiritual e inmortal; pero los llamados ‘hijos de los hombres’, mortales e imperfectos, son contrahechuras desde el comienzo, que habrán de desecharse a cambio de la realidad pura”. Yo sabía que como idea de Dios, yo era, soy y siempre seré totalmente espiritual.

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