Una señora había participado en lo referente a los negocios de la reunión anual de la Asociación de Estudiantes de Ciencia Cristiana a la que pertenecía, y había escuchado la primera hora de la disertación del orador. Durante la hora del almuerzo, sola en la playa de estacionamiento afuera de la iglesia, se sintió muy enferma. ¿Acaso había atravesado los Estados Unidos de América de costa a costa para escuchar este inspirado mensaje del orador, sólo para ser frustrada por una enfermedad física?
La misma enseñanza de la clase que le había dado el privilegio de asistir a un día de asociación anual, podía mostrarle cómo enfrentar la resistencia que pretendía privarla de los beneficios de ese día. Oró durante toda la hora del almuerzo, reclamando la recompensa a la fidelidad y la obediencia. Sabía que se estaba ocupando de los negocios de su Padre y sólo podía ser bendecida por este esfuerzo. Cuando se reanudó la reunión por la tarde, se sintió bien como para regresar a la sala.
Tan pronto como se sentó, le vino una sensación de náusea tan fuerte que pensó que tenía que salir inmediatamente. Pero enfrentando con decisión esta sugestión, se dirigió en silencio y con gran firmeza a la mentira: “Mente mortal, vete y enférmate, si quieres; pero yo me quedo aquí porque éste es mi lugar”.
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