Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

La perfección cristiana

Del número de julio de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


No vivimos en una era muy optimista. Casi hemos llegado a creer que los adelantos en la investigación, la enseñanza y la tecnología en cierta esfera resultarán en problemas y conflictos en otra. De esta manera, el consejo de Cristo Jesús: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”, Mateo 5:48. puede que a algunos les parezca poco más que el eco de una era distante y menos avanzada. O se podría racionalizar que este consejo de Jesús estaba dirigido sólo a apoyar aquellos esfuerzos débiles, pero bien intencionados, por hacer lo mejor posible bajo condiciones menos que perfectas.

Si Jesús no hubiera sido tan realista, casi nos podríamos conformar con esa manera de racionalizar. Pero el ejemplo de su vida demuestra que el problema de la perfección es una cuestión práctica, sólida, inevitable. Él enseñó que el sendero de la perfectibilidad espiritual y cristiana no está fuera del alcance de todo individuo dedicado. Sin embargo, nadie niega que la perfección a la que Jesús se refería e ilustró se obtiene solamente por medio de mucha experiencia y el desarrollo sistemático.

Sería una equivocación pensar o esperar estar exentos de tales experiencias como los duros desafíos, las equivocaciones, la abnegación y la corrección. Estas luchas promueven la curación, y desarrollan un amor firme, una vida cristiana más fiel y un creciente y valioso conocimiento de que Dios es Padre y Madre. Es decir, el cristianismo significa vivir en el contexto de una profunda y sumamente provechosa responsabilidad espiritual.

En el transcurso de una vida así, uno de los más grandes desafíos y una de las más ricas bendiciones es que el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana penetran aun en aquellas fases de la vida diaria del estudiante que son habituales y a las que casi no se les presta atención. La Ciencia Cristiana inicia el conflicto mental y moral en la consciencia individual conforme a la medida de fe que tengamos en la materia. Esto es lo que causa el conflicto que acompaña a un cristianismo puro.

La Ciencia Cristiana es más que un cuerpo inanimado de información, o una teoría a la que se le da vida y movimiento al estudiarla y aplicarla en la experiencia humana. La esencia de la Ciencia, representada por el ejemplo viviente de Cristo Jesús y las explicaciones en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, es una realidad dinámica. Esta realidad es el Cristo, o Emanuel —“Dios con nosotros“— que transforma la consciencia humana, hasta que el individuo llegue finalmente a aquel punto de comprensión espiritual en el que nada desemejante a Dios pueda ni tan siquiera aparentar que ocupa espacio, lugar o atención.

Paso a paso, la Ciencia Cristiana desarraiga los cómodos acuerdos que el individuo, a sabiendas o sin pensarlo, ha hecho con la materia, las creencias materiales o la confianza en la materia. A medida que aumenta la comprensión de que Dios es Espíritu, anteriores convenios con circunstancias materiales se ven desde una nueva perspectiva, una perspectiva que comienza a relacionarse con la supremacía de la espiritualidad sobre la materialidad.

Si bien esta transformación no puede ser estereotipada, la experiencia que tuvo un Científico Cristiano puede que dé una idea de su magnitud diaria. Esta persona descubrió que cuando empezó a interesarse en la Ciencia Cristiana, esto fomentó oposición de parte de sus familiares. Este antagonismo a veces era tan rudo que le hacía pensar que las maravillosas verdades que aprendía acerca de la omnipresencia y del cuidado amoroso de Dios estaban limitadas a él solamente. Casi sin darse cuenta, el estudiante comenzó a pensar que poseía una relación especial con Dios que excluía a sus familiares. Finalmente, la transigencia y el silencio dentro del círculo familiar sobre el tema de la Ciencia Cristiana, le dieron la oportunidad de seguir estudiando sin recibir abiertamente tantos ataques. Este compromiso temporario en el hogar fue puesto a seria prueba cuando un familiar se enfermó y parecía estar a punto de morir. “Ahora, ¿hasta qué punto llega esta verdad sanadora de la Ciencia Cristiana?”, se tuvo que preguntar el estudiante. Una noche, estando a solas, oró para comprender lo que estaba ocurriendo. Se le ocurrió una sola idea: “¿Es posible que el Amor divino te atraiga a ti hacia Él y al mismo tiempo excluya a tus familiares?”

La pregunta tenía ahora una obvia respuesta y señalaba hacia la totalidad del Ser divino. Una declaración en Ciencia y Salud explica el origen de la serenidad que sintió el estudiante: “Los enfermos están aterrorizados por sus creencias enfermizas, y los pecadores debieran estar atemorizados por sus creencias pecaminosas; mas el Científico Cristiano quedará sereno en presencia tanto del pecado como de la enfermedad, sabiendo, como sabe, que la Vida es Dios y que Dios es Todo”.Ciencia y Salud, pág. 366. Aunque el enfermo no fue tratado específicamente por medio de la oración, el estudiante estuvo seguro de que el Amor divino lo circundaba todo, incluso a su familia.

No sólo este Científico Cristiano obtuvo una comprensión más profunda de la magnitud de lo que estaba estudiando, sino que el familiar se recuperó rápidamente, y desde ese día la oposición hacia la Ciencia Cristiana comenzó a disminuir considerablemente.

El encuentro de la mente humana con el Cristo, la Verdad, es alterador y quizás hasta cause molestia durante un tiempo. Una de las más grandes molestias es tener que enfrentar circunstancias que contradicen convicciones familiares y en las que se confían, o prejuicios acerca de la manera en que la vida tiene que ser y cómo tienen que andar las cosas. Pocas personas se sienten inclinadas a enfrentar lo desconocido, y eso es lo que el Espíritu y la espiritualidad parecen presentar al principio. Muy a menudo, cuando la mentalidad mortal o carnal, centralizada en la fe en la materia, se encuentra con algo que es desconocido, instintivamente retrocede. Busca una nueva razón que apoye la fe habitual en lo que es conocido, o bien trata de acomodarse a lo nuevo cambiando lo menos posible.

Nicodemo, que en secreto visitó al Maestro para que le enseñara, representaba esta manera de pensar. Jesús le dijo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Juan 3:3. Nicodemo trató de adaptar la enseñanza espiritual de Jesús a su propio modo material de pensar. Naturalmente, el fariseo pensó que era contrario a la razón invertir el proceso de nacimiento; y parece que no le fue posible ir más lejos. El “más lejos” que Jesús le ofrecía significaba empezar de nuevo, comenzando desde un punto de vista que contempla a Dios como el origen supremo e infinito. Jesús no estaba en realidad hablando más allá de la capacidad intelectual de Nicodemo. Los fundamentos de esta enseñanza estaban arraigados en las Escrituras de la época, exaltando la adoración a un sólo Dios, el Espíritu, no la materia.

Comentando sobre los éxitos y fracasos de los modernos buscadores y creyentes de la Ciencia del cristianismo, nuestra Guía, la Sra. Eddy, escribe: “La humanidad tiene que gravitar de los sentidos al Alma, y los asuntos humanos deben ser gobernados por el Espíritu, el bien inteligente. El antípoda del Espíritu, que nosotros llamamos materia, o mal no inteligente, no es ayuda verdadera para el ser. La causa predisponente y determinante de toda derrota y victoria bajo el sol, descansa sobre esta base científica: que la acción, en obediencia a Dios, espiritualiza los móviles y métodos del hombre, y los corona de éxito; mientras que la desobediencia a este Principio divino materializa los modos y la consciencia humanos y los derrota”.Escritos Misceláneos, págs. 267–268.

Uno de los obstáculos más sutiles que se interponen a esas victorias espirituales es la persistente hipótesis de que Dios, o Su idea, el hombre, es incompetente frente a las tensiones de las circunstancias humanas. Tal razonamiento material alega que tenemos que estar preparados para el fracaso aun cuando esperamos la curación. Buscar la curación basada en la omnipresencia y omnipotencia del Espíritu, en tanto que planeamos y preconcebimos mentalmente la manera de encontrar alternativas en caso de que esto no funcione, es más perjudicial para la salud y la curación que cualquier otra cosa. La premeditación tiende a dominar el pensamiento humano, haciendo reales aquellas circunstancias imaginadas que uno más teme.

Aun la justicia humana separa el error o mal premeditado del no premeditado. El malhechor que actúa sin premeditación puede alegar ignorancia y de este modo cambiar más facilmente su camino, aunque sea sancionado; pero el que voluntariamente ha hecho del error y de las esperanzas materiales sus compañeros, se ha adherido a un curso donde el fracaso intensificado y autoimpuesto adopta la forma de “realidad” que es mucho más difícil de rechazar e invertir.

Por otro lado, el individuo que está aprendiendo a resistir el mal y la materialidad diariamente no es tan propenso a dar su consentimiento consciente o inconsciente a las pretensiones del error. Su rechazo a consentir mina la manifestación del mal, evitando que el mal ocurra, o disminuyendo su impacto; de manera que si ocurre, dicho mal no tiene poder para paralizar el pensamiento y la actividad correctos. Así es cómo uno aprende a evitar que el mal ocurra; es la base de la acción terapéutica de la Ciencia Cristiana.

El vivir, los esfuerzos y el pensar a la manera del Cristo construyen una fuerte defensa contra el mal, ya sea que éste adopte la forma de enfermedad, conflicto físico o sugestión mental. Está más seguro el pensador espiritualmente equilibrado que pesa cincuenta kilos, que el experto en artes marciales preparado para el ataque físico. Y está más seguro el pensador cristianamente científico, que se ocupa de su salvación minuto a minuto por medio de una vida pura, que el pecador habitual que pasa a través de interminables ciclos de remordimiento, perdón ritualístico y repetición del pecado.

El renacimiento espiritual que lleva a la perfección espiritual que Jesús encomendó a sus oyentes, no nos llega todo a la vez, como la canasta de oro en el extremo del arco iris. Se asimila en su realidad pura, paso a paso, por medio de cada experiencia sanadora, por medio de cada error vencido. Esta perfección es el surgimiento en la mentalidad de la totalidad de Dios y de Su idea espiritual, el hombre.

En nuestra experiencia diaria tenemos que aprender a vivir, o reflejar, este concepto espiritual de Dios y del hombre en nuestras actividades, en nuestras decisiones, y en las cosas e ideas que abrigamos y, por lo tanto, fomentamos. El esfuerzo mismo por conformar los motivos y métodos en nuestra vida diaria a este modelo espiritual, es lo que conduce a la regeneración y transformación del pensamiento y de la experiencia humana, hasta que las imágenes de imperfección — temor, odio, ignorancia, sensualidad, apatía, enfermedad, morbidez — son borradas por medio de la realidad y presencia vivientes del bien infinito, Dios.

A medida que esto ocurra, no sólo desearemos ser salvados, como las tendencias religiosas populares vivamente recomiendan, sino que experimentaremos lo que la salvación realmente es y empezaremos a verla no como un nuevo estado o etapa de existencia exenta de mal o pecado, sino como una viviente y constante comunión con Dios. Podemos comenzar a experimentar esta comunión arraigada en la totalidad del Espíritu, ahora mismo. Esto es el realismo espiritual que Jesús demostró y ofreció a los demás por medio de su vida. Esto es la perfectibilidad cuya altura la humanidad está destinada a alcanzar aquí en la tierra y en nuestra época.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / julio de 1984

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.