No vivimos en una era muy optimista. Casi hemos llegado a creer que los adelantos en la investigación, la enseñanza y la tecnología en cierta esfera resultarán en problemas y conflictos en otra. De esta manera, el consejo de Cristo Jesús: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”, Mateo 5:48. puede que a algunos les parezca poco más que el eco de una era distante y menos avanzada. O se podría racionalizar que este consejo de Jesús estaba dirigido sólo a apoyar aquellos esfuerzos débiles, pero bien intencionados, por hacer lo mejor posible bajo condiciones menos que perfectas.
Si Jesús no hubiera sido tan realista, casi nos podríamos conformar con esa manera de racionalizar. Pero el ejemplo de su vida demuestra que el problema de la perfección es una cuestión práctica, sólida, inevitable. Él enseñó que el sendero de la perfectibilidad espiritual y cristiana no está fuera del alcance de todo individuo dedicado. Sin embargo, nadie niega que la perfección a la que Jesús se refería e ilustró se obtiene solamente por medio de mucha experiencia y el desarrollo sistemático.
Sería una equivocación pensar o esperar estar exentos de tales experiencias como los duros desafíos, las equivocaciones, la abnegación y la corrección. Estas luchas promueven la curación, y desarrollan un amor firme, una vida cristiana más fiel y un creciente y valioso conocimiento de que Dios es Padre y Madre. Es decir, el cristianismo significa vivir en el contexto de una profunda y sumamente provechosa responsabilidad espiritual.
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