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Hablar con autoridad

Del número de julio de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¡Cuán seguros nos sentimos cuando podemos hablar con autoridad! Conocemos el tema al cual nos estamos refiriendo, y nuestras palabras resuenan con la seguridad que aporta la convicción.

Todos nos hemos hallado en situaciones en las que nos habría gustado superar la timidez y declarar las ideas sanadoras de la Verdad y del Amor con seguridad y dominio. Esto lo podemos conseguir a medida que nos familiarizamos con la verdad del ser y nos damos cuenta de la autoridad que esta verdad nos proporciona.

Nuestro verdadero ser es el hombre espiritual, la manifestación de Dios, la Mente perfecta. El hombre no es un mortal insuficiente que trata de expresar a otros verdades espirituales con palabras temblorosas o medrosas. ¡El hombre es la expresión misma de la Mente divina! Es la incorporación misma de la inteligencia, sabiduría y comprensión espiritual de la Mente. Como la manifestación de Dios, el hombre refleja la habilidad que posee la Mente para expresar sus propias ideas en toda su perfección. El hombre es el reflejo de Dios.

¡Cuán vitales y alentadoras pueden ser estas verdades espirituales para aquellos que tal vez se sientan titubear al expresar lo que comprenden de la Ciencia Cristiana! Nuestra verdadera identidad es formada y establecida por Dios para expresar lo que Él es y lo que hace: para dar testimonio de la autoridad del Principio divino, de la ternura sanadora del Amor divino, de la claridad de la inteligencia de la Mente. Debemos reconocer y reclamar los hechos concernientes a nuestra identidad espiritual; familiarizarnos con nuestro verdadero ser y con el de los demás, si hemos de hablar con la autoridad que nace de la comprensión espiritual.

La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Enteramente separada de la creencia y del sueño de la existencia material, está la Vida divina, que revela la comprensión espiritual y la consciencia del señorío que el hombre tiene sobre toda la tierra. Esa comprensión echa fuera el error y sana a los enfermos, y con él podéis hablar ‘como quien tiene autoridad’ ”.Ciencia y Salud, pág. 14.

Necesitamos reconocer que nuestra verdadera identidad es del todo espiritual, “enteramente separada de la creencia y del sueño de la existencia material”, porque el hombre vive en la totalidad del Espíritu. El hombre está completamente familiarizado con la “Vida divina”, puesto que ésa es su Vida. A medida que empezamos a comprender la unidad del hombre con Dios, adquirimos un punto de vista espiritual que nos permite hablar con autoridad sobre las verdades sanadoras que declaran la identidad del hombre.

Para el sentido material, la verdad acerca de la naturaleza y vida espirituales del hombre no parece en absoluto ser verdadera. Pero Cristo Jesús dijo a la gente que lo escuchaba: “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo”. Juan 8:28.

Cristo Jesús podía hablar con autoridad y de manera eficaz porque elevó el falso concepto humano sobre la identidad del hombre al nivel de la idea espiritual o linaje de Dios. Comprendía que él era el Hijo de Dios y que manifestaba el mensaje del Cristo. Sus palabras procedían de la comprensión espiritual que él tenía de que la vida se encuentra realmente en el Espíritu, y de su demostrada unidad con esa Vida divina. La Biblia nos dice que la gente se maravillaba de sus enseñanzas: “Y se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”. Marcos 1:22.

¿Nos consideramos a nosotros mismos como mortales inseguros y rústicos que tienen poca comprensión de la Ciencia Cristiana y aún menos habilidad para expresarla? Si es así, entonces debemos desprendernos de esta falsa creencia humana y percibir nuestra verdadera identidad como el hombre espiritual, la nítida y perfecta expresión de la Mente omnisciente y omniactiva. Cuando reconocemos que la verdad que expresamos tiene su fuente en la revelación que Dios imparte de Su propia perfección y totalidad, nuestras palabras resuenan con la autoridad que Dios mismo aporta a nuestras sinceras convicciones. La Sra. Eddy dice: “La Ciencia es una emanación de la Mente divina, y sólo ella es capaz de interpretar a Dios correctamente. Su origen es espiritual, no material. Es una declaración divina — el Consolador que guía a toda la Verdad”.Ciencia y Salud, pág. 127.

Si el impulso del mensaje viene de Dios, Él también provee para que se reciba. En la unidad de la Mente divina y su idea, no puede haber tal cosa como un mensaje sagrado sin una persona que lo reciba. Dios habla a Su idea, el hombre, y el hombre escucha Su voz.

Para que podamos esperar que otros respeten lo que hemos adquirido mediante nuestras oraciones y demostraciones, nosotros mismos tenemos que aprender a atesorar esa adquisición. Nuestras demostraciones de la presencia de Dios, aun cuando nos parezcan insignificantes, pueden ser pepitas de oro para otros. Estas experiencias espirituales hacen que la autoridad de la demostración resplandezca en lo que decimos. ¿Acaso no es éste el tesoro que el mundo necesita: personas que han sido convencidas por sus propias demostraciones de que la Vida se encuentra solamente en el Espíritu?

Dios mismo, la Verdad divina, es quien sustenta nuestra comprensión de la Ciencia Cristiana y nos da la habilidad para comunicarla mediante afectuosas, sabias y poderosas palabras sanadoras. Esta comprensión debiera darnos la seguridad de que aquello que tenemos que decir acerca de la Verdad es valedero y trae consigo la presencia del Cristo sanador.

La mente mortal puede argumentar que no estamos seguros de nuestra capacidad para expresar la Verdad en forma en que otros la puedan comprender y aceptar. Pero cuando hablamos con la seguridad que procede de la comprensión de que el hombre tiene su origen en la Vida divina, podemos anular esos temores mortales. Cuando fielmente mantengamos en el pensamiento lo que individualmente comprendemos, sentimos y amamos acerca de la Ciencia Cristiana, se silenciará a la mente mortal. Y entonces se escuchará la autoridad de la Verdad.

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