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Confíe en el tratamiento

Del número de noviembre de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace más de cien años que la Ciencia Cristiana ha estado ofreciendo a la humanidad un sistema de curación que Cristo Jesús prometió que Dios enviaría. Como leemos en el libro de Juan: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre”.

Como Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy vio la necesidad de que los estudiantes de esta religión estuvieran capacitados para practicar sus enseñanzas bajo toda circunstancia a fin de que la Ciencia Cristiana pudiera ser reconocida como una religión práctica; en efecto, como el cumplimiento del Consolador prometido. Esta es la razón por la cual un aspecto vitalmente importante en la práctica de la Ciencia Cristiana comprenda el dar y recibir tratamiento para la curación de la enfermedad y para la destrucción del pecado y de las limitaciones humanas. El propósito de este tratamiento es abrir de tal manera los ojos de aquel que busca esta ayuda que no sólo su necesidad humana es abastecida, sino que también obtiene nuevas vislumbres de su identidad espiritual y de su potencial como hijo de Dios.

La clave para la curación es el Amor divino. Como la Sra. Eddy lo explica en Ciencia y Salud: “Si el Científico Cristiano atiende a su paciente por medio del Amor divino, la obra sanadora se realizará en una sola visita, y la enfermedad se desvanecerá en su estado original, la nada, como el rocío ante el sol de la mañana”.

¿Podríamos abordar más profundamente por un momento en qué consiste el tratamiento de la Ciencia Cristiana? Casi todas las curaciones efectuadas por Cristo Jesús se llevaron a cabo en una “sola visita”. Jesús nos dice: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”. Jesús sanó mediante el Amor divino a aquellos que buscaban su ayuda, viéndolos no como mortales enfermos o pecadores, sino como hijos de la creación espiritual de Dios, que reflejan a Dios en perfecta libertad y perfección, y que él sabía eran la primogenitura normal y natural del hombre.

A menudo hemos leído en las revistas de la Ciencia Cristiana acerca de personas que han captado la verdad espiritual tan claramente que la curación ha sido inmediata. O, cómo aquellos que, aferrándose fielmente a un hecho espiritual percibido mediante su estudio de la Ciencia Cristiana, han visto que la curación se ha manifestado como resultado de la luz del Cristo que alboreó en sus corazones.

El tratamiento en la Ciencia Cristiana consiste en la oración basada en el entendimiento de la perfecta relación que existe ahora y siempre entre Dios, el Espíritu, y el hombre, Su semejanza divina. El tratamiento en la Ciencia Cristiana es el reconocimiento humilde, persistente y confiado de que, a pesar de las apariencias materiales, podemos negarnos a que la enfermedad nos impresione o decepcione porque no es una realidad, sino una creación de lo que la Ciencia Cristiana denomina mente mortal. La necesidad, entonces, no es la de cambiar la materia, sino la de corregir un concepto mental erróneo acerca de Dios, del hombre y del universo. Mediante esta rectificación espiritual del pensamiento, no sólo nuestra experiencia humana mejora, sino que también obtenemos un concepto más claro del verdadero significado de la curación cristiana, la cual revela el evangelio de la salvación tanto de la enfermedad como también del pecado, y hasta de la muerte misma.

El tratamiento en la Ciencia Cristiana no es “una serie de tratamientos”, como a veces se le aconseja a alguien recibir cuando busca ayuda médica. Cada tratamiento en la Ciencia Cristiana consiste en tratar los aspectos específicos de un caso que necesita rectificación mediante el conocimiento de la verdad espiritual. Si un caso necesita recibir más tratamientos, éstos se dan según la persona los pida, pero siempre con la expectación de que la curación puede ser instantánea. Comenzando nuestra oración con la comprensión de que Dios es la única causa, llegamos a percibir que el hombre es el único efecto, y a medida que rechazamos cualquier sugestión que declare lo contrario, ponemos nuestro pensamiento a tono con el Principio perfecto de la creación, siempre presente y listo para ser demostrado.

Algunos de nuestros familiares han encontrado que el dar tratamiento con la expectación de que sólo un tratamiento será necesario ha resultado en una buena y rápida curación espiritual. Siempre que alguien ha tenido necesidad de solicitar ayuda mediante la oración, una llamada telefónica diciendo: “¿Puede darme usted tratamiento?” y una alegre respuesta: “Sí, me agradará mucho hacerlo”, ha sido todo lo que se ha necesitado para que la curación comience a manifestarse. A veces una breve explicación de cuál es el problema es todo lo que se necesita, dado que entrar en muchos detalles acerca de un problema sólo contribuye a grabar el error en el pensamiento del paciente y hasta en el del practicista.

Aunque todo esto pueda parecer muy sencillo en su enfoque — en realidad, demasiado sencillo cuando uno trata de explicarlo en pocas palabras — detrás de esta petición y esta respuesta está el amor por Dios y Su cuidado infinito y siempre presente, y la fe en el conocimiento de que el Cristo, la Verdad, eliminará del pensamiento humano toda creencia falsa que necesite ser destruida.

Puede que alguien se pregunte: “Bueno, todo esto suena muy bonito, pero ¿cómo puedo realmente confiar?” He aquí una ilustración que he encontrado útil. Cuando plantamos una semilla confiamos en que con las condiciones apropiadas, tal como sol, agua, y la probabilidad de que la semilla germine, ésta lo hará a su debido tiempo. No iríamos al jardín al día siguiente a plantar otra semilla por si la primera no hubiera sido buena, ni la desenterraríamos para ver qué está ocurriendo. Confiaríamos, ¿no es verdad? Lo mismo ocurre con nuestra confianza en Dios para la curación. Como el grano de mostaza, “la más pequeña de todas las semillas”, crece hasta llegar a ser árbol “de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas” (Mateo), así nuestra semilla de verdad, plantada en el pensamiento receptivo, aportará el ánimo del Cristo que sana.

El amor que fundamenta la práctica de la curación en la Ciencia Cristiana es siempre compasivo y, por lo tanto, jamás alentaría a alguien a ignorar los síntomas o la necesidad de restaurar el cuerpo a un estado de salud. Pero la Ciencia Cristiana afirma que la curación espiritual puede obtenerse solamente a medida que nos identificamos totalmente como la idea espiritual y perfecta de Dios. A medida que esta identificación correcta reemplaza en nuestro pensamiento el cuadro falso que presenta al hombre como temporal y perecedero, el temor es destruido y se manifiesta la curación. Cuando recurrimos a la sustancia espiritual de lo que Dios conoce, ganamos un sentido más claro de seguridad y confianza en el tratamiento, y rehusamos dejarnos impresionar por las fanfarronerías del error.

A veces los resultados que deseamos ver no son evidentes después del primer tratamiento. ¿Qué hacer entonces? Debido a que la mente humana tiende a ser insubordinada, la curación espiritual requiere gran disciplina de pensamiento, así como humildad y perseverancia si hemos de obtener buenos resultados. ¡Una cosa es declarar la verdad y otra es ceder a la verdad! La verdadera curación tiene primero que manifestarse en el pensamiento a medida que el Cristo lo reforma, lo renueva, lo restaura y lo regenera. Cuando la consciencia humana acepta la Verdad y subordina los argumentos negativos, encuentra paz. El Cristo, la Verdad, ha llevado a cabo el santo trabajo de transformación. Este es el momento de la curación. Si las manifestaciones exteriores no son de inmediato evidentes, no se desespere. En ese momento, aférrese a la Verdad, pese a las apariencias, y verá la curación. A la mente mortal le encantaría hacernos creer que la oración que ha constituido el primer tratamiento no ha sido eficaz y que tal vez se necesite otra más. Durante cualquier día específico, la necesidad no es tanto la de darnos tratamiento una y otra y otra vez, sino la de saber que nuestro primer tratamiento es eficaz, que es la palabra de Dios para el caso.

Yo tuve un bello ejemplo de esta regla hace algún tiempo. Tenía un fuerte dolor de garganta y decidí llamar por teléfono a un familiar y pedirle que me diera tratamiento, lo que gustosamente hizo. Al poco rato, sentí un gran alivio mental, pero la molestia física persistía. No obstante, estaba tan segura de la eficacia del tratamiento en la Ciencia Cristiana que decidí no llamar de nuevo para pedir más ayuda. Más o menos cuatro horas después el dolor se desvaneció y me liberé del problema. Esta curación me enseñó la sabiduría de aferrarse a la Verdad, pese a las evidencias.

Es posible que a veces haya ocasiones en que necesitemos tratar un caso más de una vez, pero démosle al primer tratamiento la confianza, el honor y la gloria que debemos a la palabra del Padre antes de pedir un segundo tratamiento. ¡Puede que se sorprenda usted del resultado!

¡Confíe en el tratamiento! ¡En un solo tratamiento! ¿Por qué no?

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