Hace más de cien años que la Ciencia Cristiana ha estado ofreciendo a la humanidad un sistema de curación que Cristo Jesús prometió que Dios enviaría. Como leemos en el libro de Juan: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre”.
Como Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy vio la necesidad de que los estudiantes de esta religión estuvieran capacitados para practicar sus enseñanzas bajo toda circunstancia a fin de que la Ciencia Cristiana pudiera ser reconocida como una religión práctica; en efecto, como el cumplimiento del Consolador prometido. Esta es la razón por la cual un aspecto vitalmente importante en la práctica de la Ciencia Cristiana comprenda el dar y recibir tratamiento para la curación de la enfermedad y para la destrucción del pecado y de las limitaciones humanas. El propósito de este tratamiento es abrir de tal manera los ojos de aquel que busca esta ayuda que no sólo su necesidad humana es abastecida, sino que también obtiene nuevas vislumbres de su identidad espiritual y de su potencial como hijo de Dios.
La clave para la curación es el Amor divino. Como la Sra. Eddy lo explica en Ciencia y Salud: “Si el Científico Cristiano atiende a su paciente por medio del Amor divino, la obra sanadora se realizará en una sola visita, y la enfermedad se desvanecerá en su estado original, la nada, como el rocío ante el sol de la mañana”.
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