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Las palabras del Salmista: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides...

Del número de noviembre de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Las palabras del Salmista: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios”, con frecuencia han movido a mi corazón a sentir gratitud, y ahora me impulsan a dar este tardío testimonio por las bendiciones que recibí de la Ciencia Cristiana durante mi propia educación y la crianza de mis hijos.

Recuerdo vivamente una temprana curación que tuve por medio de la Ciencia Cristiana. Yo tenía siete años, y me trajeron a casa de la escuela, enferma de lo que diagnosticaron como fiebre escarlatina. Mi madre me acostó en la cama, con la seguridad de que yo era la hija perfecta de Dios, y llamó a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara mediante la oración. Cuando más tarde esa noche vino un médico para examinarme y poner la casa en cuarentena, no pudo encontrar ninguna evidencia de la enfermedad, y asistí a la escuela al día siguiente.

Posteriormente, también hubo rápidas curaciones de sarampión, dedos magullados, torceduras y catarros, y empecé a notar que cada curación estaba precedida de un maravilloso sentido de bienestar: la presencia del Cristo. En retrospección, me siento particularmente agradecida por el valor moral y la expectativa del bien con que mis padres enfrentaron serias dificultades económicas. Ellos sabían y probaron que cada idea correcta tiene su expresión externa de acuerdo con la ley divina, ya sea que significara un techo sobre nuestras cabezas o una buena educación para mi hermano y para mí. Ellos compartieron generosamente el amor que sentían por esta Ciencia con otros, y mi madre se hizo practicista, sirviendo como tal por más de cuarenta años.

Llegó el momento en que tuve que demostrar las verdades de la Ciencia por mí misma. Cuando tenía alrededor de veinte años, estuve como detenida por una prolongada enfermedad. El reconocimiento de que la identidad otorgada por Dios al hombre era indestructible e intacta, me capacitó para enfrentar los síntomas alarmantes y la sugestión de que no volvería a recobrar la salud. Me sentí nuevamente animada a pensar qué podría hacer yo, al recordar esta declaración de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: “El cuerpo es el substrato de la mente mortal, y esa llamada mente tiene que someterse finalmente al mandato de la Mente inmortal”. Como resultado de esto, comencé a controlar mi pensamiento para eliminar fallas en mi carácter y expresar regocijo. Mi cuerpo respondió, y mi salud fue gradualmente restablecida.

Me di cuenta de que la curación era completa tiempo después cuando una amiga comentó que yo debía tener una constitución de hierro, porque ella había observado durante varios meses que yo permanecía sentada diez o más horas al día, escribiendo una tesis doctoral, y, cuando era necesario, yendo en bicicleta varios kilómetros a casa de la mecanógrafa.

Aunque con frecuencia he tenido que volver a aprender algunas lecciones, he descubierto que las misericordias de nuestro Padre celestial “nunca decayeron. Nuevas son cada mañana”. También he visto que, como dice la Sra. Eddy en Escritos Misceláneos: “El nuevo nacimiento no es obra de un momento. Empieza con momentos y continúa con los años; momentos de sumisión a Dios, de confianza como la de un niño y de gozosa adopción del bien; momentos de abnegación, consagración, esperanza celestial y amor espiritual”.

Estoy profundamente agradecida por las oportunidades de servir en mi iglesia filial; por las reuniones de la Asociación de Estudiantes de la Ciencia Cristiana, que me han traído renovación espiritual; y, especialmente, por la Sra. Eddy, quien con valentía ha hecho frente a la ignorancia y al antagonismo del pensamiento a la vez limitado y mundano, para darnos la Ciencia Cristiana.


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