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Un viernes por la tarde, la mayoría de los niños en nuestro conjunto...

Del número de noviembre de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un viernes por la tarde, la mayoría de los niños en nuestro conjunto de departamentos estaba jugando en la calle. Mi hija estaba montando en bicicleta, y uno de los chicos la tiró al suelo. Al caer se golpeó las asentaderas duramente contra el concreto de la acera, y sentía mucho dolor. En ese momento yo no estaba en casa, pero un hermano mayor del niño que la había empujado la ayudó a subir las escaleras hasta nuestro departamento.

Esa noche, más tarde, cuando regresé después del trabajo a la casa, me di cuenta de que la niña estaba sufriendo. Tanto ella como sus hermanas me contaron lo que había sucedido esa tarde. Esa noche pasé mucho tiempo orando, reconociendo que el hombre es uno con Dios, su Padre celestial. También comprendí que esta criatura no podía estar fuera del cuidado y del amor de Dios; afirmé que Dios mantiene toda Su creación perfecta, incluso a esta niña. Desde la noche del viernes hasta la noche del sábado la niña estuvo adolorida. También había algo de hinchazón. El domingo por la mañana, mientras nos preparábamos para ir a la iglesia, tuve que bañarla porque no pudo hacerlo por sí misma. Un poco más tarde, la niña me mostró que su ropa estaba manchada. Estaba sangrando aun cuando ya no sentía dolor.

Las citas de la Biblia de la Lección Bíblica de esa semana incluían la historia de la mujer que padecía de flujo de sangre. Sentí mucha gratitud por la curación de esta mujer. Sentí que yo también debía elevar mi pensamiento hasta tocar el Cristo, la Verdad, y reconocer a mi hija como Dios la conoce.

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