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Ciencia y Salud: “No hay parte de mi vida que no haya tocado”

Del número de noviembre de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En Los Ultimos meses he notado cada vez más una apertura de pensamiento, un deseo creciente entre la gente de considerar ideas nuevas. Sin embargo, las ideas a las que me estoy refiriendo son tan distintas de las del curso normal del pensamiento humano que un observador de afuera, que no las haya investigado en profundidad para sí mismo, hasta podría preguntarse por qué una persona racional las toma tan en serio.

No obstante, si bien estas ideas son radicales para quienes perciben la vida y el universo desde un punto de vista basado estrictamente en la materia, se pueden demostrar en la experiencia humana, porque son las ideas y verdades que explican la Ciencia del Cristo, la Ciencia de la Vida, Dios, y del parentesco que tiene el hombre con Dios. Nos dicen que Dios es el Espíritu puro, infinito, la única Mente, y que toda la creación de Dios, incluso el hombre, es absoluta y perfectamente espiritual. Esta es la realidad divina, que no permite pecado, ni enfermedad, ni limitación, ni mortalidad; y no consiente ni siquiera una apariencia de poder al mal.

Desafiando las nociones tradicionales de las ciencias físicas, las ideas de la Ciencia divina ratifican que la materia, en todas sus diversas formas y formulaciones, no tiene origen, propósito ni verdadera consecuencia sustantiva. Una interpretación tan puramente metafísica de la vida concluye que todo lo que carece de permanencia o parece en algún grado menos que bueno, se debe clasificar como “irreal”, una ilusión, una equivocación fundamental de los sentidos corporales. Dentro del marco inspirado de la Ciencia del Cristo, o Ciencia Cristiana, no se les reconoce validez primaria ni final a todas las suposiciones de la vida material, inteligencia biológica y sensación física, tampoco se les puede conceder autoridad para determinar o delinear el curso de la vida del hombre.

La Ciencia divina revela que Dios, el bien, es Todo— es omnipotente, omnipresente, todo lo sabe. Por ser la única Mente, Dios posee la capacidad infinita para gobernar toda Su creación de manera inteligente y armoniosa. Jamás deja de cuidarnos. Y en la Ciencia se percibe al hombre, hecho a la semejanza divina, como el reflejo espiritual, la manifestación o expresión de Dios. Este hombre auténticamente bueno, es en verdad nuestra propia identidad, que posee la ilimitada capacidad reflejada de representar a Dios continuamente mediante todas las cualidades espirituales que constituyen nuestra verdadera naturaleza. Las cualidades de pureza, integridad, sabiduría, amor, inteligencia, santidad y demás revelan quiénes somos en realidad. Nada contrario a tal bondad tiene parte en la individualidad del hombre o en su actividad. El hombre sólo conoce el bien, sólo tiene el bien, expresa sólo el bien, es solamente bueno.

Es comprensible que un observador que no haya explorado totalmente estas ideas — para luego ponerlas a prueba en un esfuerzo honesto de vivir con ellas y orar con ellas— puede considerar que tales nociones son idealistas o ingenuas. Después de todo, uno puede afirmar que el mundo a nuestro alrededor está muy lejos de ser enteramente bueno. ¿Acaso no abundan los males? ¿No es fácil ver evidencia de sufrimiento? Es un hecho que el Científico Cristiano no ignora los males ni el sufrimiento. De hecho, su profundo amor a Dios y al hombre hacen necesario que estos desafíos sean enfrentados directamente y que el esfuerzo honesto para sanarlos forme parte de nuestro diario compromiso cristiano con el mundo. No obstante, el estudiante de la Ciencia divina, en cierta medida, ha comprobado la eficacia actual de sus verdades espirituales. Ha llegado a la conclusión demostrada de que, lejos de ser imprácticas o irracionales, las verdades espirituales de la Ciencia son enteramente prácticas. Cuando se las comprende y se adhiere a ellas, realmente transforman nuestra vida. Redimen, liberan y sanan. Ellas renuevan nuestra vida en Cristo, la Verdad.

Sin embargo, las ideas metafísicas expresadas en estos pocos párrafos, son tan sólo una introducción a lo que es claramente un tema profundo e ilimitado. La explicación total — y la revelación de la Verdad divina— se encuentran en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Y como lo señaló la Editora de los Escritos de la Sra. Eddy en el primer artículo de este mes, las ideas en Ciencia y Salud están fundamental y radicalmente cambiando la perspectiva que tiene la gente sobre la realidad misma. Este libro ofrece a sus lectores incontables oportunidades para hacer descubrimientos. Hay descubrimientos acerca de Dios; de la actividad redentora de Su Cristo; de nosotros mismos; de nuestra relación con Dios; del origen y operación de la vida y del universo; del método científico de la curación cristiana que practicaron Cristo Jesús y sus discípulos; de las leyes espirituales y morales que dan significado y dirección a nuestra vida. Y hay muchas otras fronteras de pensamiento para que el estudiante de la Ciencia explore y promueva.

Tal vez es este sentido de descubrimiento — de encontrar a Dios y quienes somos realmente— lo que atrae a pensadores de todas las esferas a las páginas de Ciencia y Salud. Cuando hay una luz en el horizonte y la gente está buscando la luz, naturalmente la seguirán hasta su fuente. La luz sanadora y salvadora del Cristo, la Verdad, es lo que Ciencia y Salud compasivamente ofrece a la humanidad. Y el estudio de este libro, junto con la Biblia, ocupa el pensamiento como nada más puede hacerlo. Ciencia y Salud abre la Santa Biblia, y claramente elucida que la Biblia es nuestra “carta de navegación para esta vida”. Las ideas en Ciencia y Salud se van afianzando en nuestro corazón de la misma manera que las raíces de un gran árbol se van afianzando en la tierra, y pacientemente, con seguridad, se va logrando una base sólida para el crecimiento y el progreso en cada aspecto de la vida. Cuando la consciencia se llena con la luz del Cristo y cuando nuestra vida echa raíces firmes en el amor a Dios, ¿es acaso algo extraordinario que una persona llegue a sentir que el libro que le ha hecho tomar consciencia de esto, es un verdadero tesoro, la “perla de gran precio?”

Al principio de este editorial, mencioné que he percibido que recientemente se ha estado produciendo una apertura en el pensamiento y un creciente deseo de explorar nuevas ideas. Ejemplos específicos que vienen a mi pensamiento incluyen a un señor que obtuvo su doctorado en psicología clínica y que enseña y ejerce en ese campo. Escribió a los Redactores hace poco, y parte de su carta apareció en The Christian Science Journal del mes pasado. Nos dijo que antes de haber conocido la Ciencia Cristiana hacía dos años, siempre la había descartado por creer que “no merecía ser considerada seriamente”. A continuación escribió: “El filósofo inglés Herbert Spencer declaró: ‘Hay una cosa que condenará a un hombre a la ignorancia perpetua y es el menospreciar antes de investigar’ ”. Destacó que su propia investigación le había mostrado cuán significativas son realmente las ideas de la Ciencia. Y en su párrafo final, que no tuvimos espacio para publicar en el Journal, hizo notar “muchas percepciones sanadoras” en la obra de la Sra. Eddy. Habló de cómo Ciencia y Salud tiene la capacidad, en sus palabras, de “trascender el dogma, iluminar, alentar y proveer una guía práctica al corazón que busca”. En una conversación telefónica posterior, nos dijo que también está encontrando en Ciencia y Salud algunas ideas valiosas para aplicar en su propio trabajo y esfuerzos para ayudar a los demás.

Otros pensadores que me vienen a la mente incluyen un grupo de presos en los Estados Unidos de Norteamérica que se reúnen regularmente para estudiar la Biblia. Ciencia y Salud se ha convertido en su fuente primaria de ayuda para entender el significado espiritual de las Escrituras y para ver cómo las verdades de la Biblia se relacionan con sus propias vidas, trayendo reforma.

Por otra parte, este año pasado me enteré específicamente que cuatro ministros protestantes, a los que no conocía antes, ahora son estudiantes de Ciencia y Salud. Un pastor metodista, entrevistado en el Journal de abril me dijo en una nota personal: “... todo lo que he estado aprendiendo desde 1987 (cuando encontré el libro de texto) ha contribuido al mejoramiento de mi vida”. Entonces concluyó: “No hay parte de mi vida que este impacto espiritual no haya tocado. Supongo que los mismos ‘problemas’ están probablemente a mi alrededor, pero ahora veo todo de forma distinta. No estoy seguro de que pueda poner en palabras lo que ha significado para mí, pero sé que mi vida siempre será diferente”.

Tengo la certeza de que estudiantes de la Ciencia Cristiana en todas partes se harían eco del sentimiento de este pastor, que no hay parte de su vida que no haya sido tocada por el impacto espiritual de Ciencia y Salud. Es un libro de ideas, de luz, de verdad, de descubrimiento, de curación. Y como escribe la Sra. Eddy misma en la primera página del Prefacio del libro: “Ha llegado la hora de los pensadores”. Continúa: “La Verdad, independiente de doctrinas y sistemas consagrados por el tiempo, llama a las puertas de la humanidad”.Ciencia y Salud, pág. vii.

La Verdad está llamando, y cada uno de nosotros tiene el gozoso privilegio de responder.

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