¡Otro Error! Tal vez usted haya dicho o hecho algo que se prometió nunca más volver a hacer. Se siente furioso y contrariado, con alguien, con todos, con nadie, con usted mismo. Ahora esa sensación bien conocida de autocondenación y culpabilidad inunda su pensamiento. ¿Hay alguna manera de acabar con lo que pareciera ser una eterna repetición de bien y mal, de progreso y fracaso?
Comprender el hecho espiritual de que Dios nos ama a todos tiernamente, puede ser muy eficaz para arrancar el pensamiento de la contemplación de las debilidades humanas y llevarlo a descubrir el dominio espiritual con que Dios ha dotado al hombre. Ahora mismo, aun en medio de lágrimas y confusión, podemos regocijarnos de que nuestra verdadera identidad no es la de un ser humano pecador o estúpido. Nuestra verdadera identidad es la del hijo perfecto de la creación de Dios.
En realidad, somos hijos de Dios, Su linaje espiritual. No somos la creación de padres humanos o la creación de nuestros propios errores o triunfos. Cuando abrimos nuestro corazón a esta importante verdad, ya no nos contemplamos tanto como mortales con inclinación a pecar sino más como expresión de la naturaleza de Dios.
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