Cuando Tenia Cinco años, estaba jugando con mi padre en el altillo de un depósito de mercaderías, y al bajar por la escalera perdí pie y caí dos pisos más abajo sobre un piso de cemento, y uno de mis brazos resultó seriamente lesionado.
Mi padre, que no era Científico Cristiano, me levantó y me llevó al servicio de urgencia de un hospital. El médico que me atendió consideró necesario consultar a un especialista. Fui sometido a una intervención quirúrgica para colocar el brazo en su lugar, pero no tuvo el resultado esperado. El médico predijo que mi brazo no crecería en forma normal.
Ante este veredicto, decidimos confiar únicamente en la Ciencia Cristiana. Habíamos solicitado ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Salí del hospital bajo el entendido de que debía ir al especialista una vez al mes para que me tomaran rayos X y controlaran mi evolución. A pesar de eso, el médico sostuvo que mis padres estaban cometiendo una equivocación y que mi brazo solo podría empeorar si no se hacía nada por él.
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