Cuando Tenia Cinco años, estaba jugando con mi padre en el altillo de un depósito de mercaderías, y al bajar por la escalera perdí pie y caí dos pisos más abajo sobre un piso de cemento, y uno de mis brazos resultó seriamente lesionado.
Mi padre, que no era Científico Cristiano, me levantó y me llevó al servicio de urgencia de un hospital. El médico que me atendió consideró necesario consultar a un especialista. Fui sometido a una intervención quirúrgica para colocar el brazo en su lugar, pero no tuvo el resultado esperado. El médico predijo que mi brazo no crecería en forma normal.
Ante este veredicto, decidimos confiar únicamente en la Ciencia Cristiana. Habíamos solicitado ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Salí del hospital bajo el entendido de que debía ir al especialista una vez al mes para que me tomaran rayos X y controlaran mi evolución. A pesar de eso, el médico sostuvo que mis padres estaban cometiendo una equivocación y que mi brazo solo podría empeorar si no se hacía nada por él.
Pero no nos quedamos sin hacer “nada”. Mis padres pidieron a un practicista de la Ciencia Cristiana que orara más por mí. El cuidado que mi familia y este practicista me brindaron fue realmente algo magnífico.
En mis visitas posteriores para que me hicieran radiografías, el médico repetidamente controlaba en el monitor un fragmento de hueso que estaba donde no debía estar; también buscaba otro fragmento que había desaparecido.
Recuerdo a la enfermera que manejaba el aparato de rayos X. En una de esas visitas, me aplicó los rayos X, reveló la placa y se la entregó al médico. El médico se enojó con ella, pues pensó que le había entregado una placa equivocada. Pero luego de mucho hablar y examinar mi brazo, se confirmó que ella no se había equivocado con los rayos X. Mi brazo estaba creciendo adecuadamente con todos los huesos en su lugar. El fragmento de hueso que tanto preocupaba al médico y que no había podido extirpar quirúrgicamente, había desaparecido, y el otro que estaba faltando apareció en su debido lugar.
Esta curación significa mucho para mí. La recuerdo cuando pienso lo mucho que uso mis manos para trabajar, y cuando trabajo como ujier en la puerta de la Escuela Dominical de mi iglesia y uso ese brazo para abrirles la puerta a los niños.
Brookline, Massachusetts, E.U.A.
Deseo confirmar el testimonio de mi hijo.
Después del accidente, el padre de Ryan quiso que se le diera tratamiento médico. Yo llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que nos apoyara por medio de la oración, a Ryan y a mí, mientras le hacían cirugía. El me recordó la historia bíblica de Sadrac, Mesac y Abed-nego, quienes fueron echados dentro del horno de “fuego ardiendo” (Daniel).
Ya que esto parecía “el horno de fuego ardiendo” para Ryan, era reconfortante leer que “se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey, para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían”. También incluimos en nuestro estudio y oración la descripción de hombre de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: “La compuesta idea del Espíritu infinito; la imagen y semejanza espiritual de Dios; la representación completa de la Mente”.
Durante su estadía en el hospital, siempre había alguien de nuestra familia con él, y a los médicos les causaba admiración ver cuanta atención le brindábamos. Su hermano y sus dos hermanas vinieron a quedarse con él, después de la escuela, mientras yo dormía.
Cada obstáculo fue salvado, a pesar del hecho de que se esperaba demora en la curación; se nos había dicho que la rotura del hueso no podía haber sido en una zona más crítica (el área de crecimiento del codo). Un trozo de hueso, del tamaño de una moneda mediana, que se estaba volviendo negro, visible a través de los rayos X, al mes siguiente ya no estaba. Los médicos no podían explicárselo.
Interrumpimos las visitas mensuales cuando los dos bracitos de Ryan estaban creciendo normalmente. Los médicos dijeron que no estábamos “a salvo” y que el brazo aún podía torcerse y requerir más cirugía. Pero su curación ha sido completa y permanente. Este brazo es como el otro y lo usa con absoluto dominio.
Estoy muy agradecida por esta curación y por muchas otras. Aprendí que no debemos aceptar las limitaciones que pretenden imponer los accidentes y enfermedades, porque Dios es Todo-en-todo.
Grand Rapids, Michigan, E.U.A.