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No tenemos que soportar los problemas crónicos de salud

Del número de noviembre de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“He Hecho Todo lo que he podido y las cosas aún no han mejorado. No sé que más hacer”. Así es como ciertamente nos sentimos inclinados a pensar cuando nos enfrentamos con un problema de enfermedad crónica o alguna otra dificultad prolongada. Pero si nuestros esfuerzos por mejorar se basan en la confianza en nuestra propia habilidad, o en la de otra persona, para sanar, entonces realmente no es de sorprender que acabemos pensando de esta manera.

A través del estudio de la Ciencia Cristiana, descubrimos que la solución a los problemas, por más severos o de larga duración que sean, se manifiesta cuando adquirimos una perspectiva espiritual de la unidad inseparable que tenemos con Dios, el Amor, la fuente de todo bien. En la obra The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, la Sra. Eddy da este consejo iluminador: “Recordad que no podéis estar en ninguna condición, por más severa que sea, en la que el Amor no haya estado antes que vosotros y donde su tierna lección no os esté esperando. Por consiguiente, no desesperéis ni murmuréis, porque aquello que anhela salvar, sanar y librar, os guiará si buscáis esta guía”.Miscellany, pág. 149. La guía y los medios de Dios son siempre espirituales. Nuestra tarea es acudir a Dios en humilde oración con la certeza de que todas las cosas son posibles para El.

El relato bíblico de la mujer que sanó del flujo de sangre es un buen ejemplo de alguien que, habiendo sufrido con un problema de salud por largo tiempo, encontró que los medios espirituales eran el método de curación más eficaz. En los Evangelios según Marcos y Lucas leemos que había estado enferma doce años. Después que había gastado en médicos todo cuanto tenía en busca de curación, no había podido ser sanada sino que se sentía peor. Pero en vez de sumirse en la desesperanza o el desaliento, consciente y resueltamente acudió a Cristo Jesús cuando pasaba en medio de una gran multitud. El detectó el sincero anhelo de la mujer enferma, quien instantáneamente sanó. Leemos que “al instante se detuvo el flujo de su sangre”. Lucas 8:44.

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