Me Acoste Al lado de nuestra hija Betsy cuando dormía la siesta. Había estado en silencio por un tiempo, y estaba comenzando a dormirme cuando con una voz firme dijo: “¡No tienes la culpa!”. Fue casi como si estuviera orando con esas palabras; las dijo con mucha devoción.
Le pregunté: “Querida, ¿qué estás diciendo?”
Me contestó: “Estaba orando a Dios, mamá. Le estaba pidiendo a El que me libere de la culpa”.
Entonces deducí de su explicación que en la mañana en la guardería, una de sus amigas le había pegado. Betsy le pegó también, y luego ambas fueron interrogadas por sus dos maestras.
La otra niña dijo llorando: “Ella tiene toda la culpa”.
Betsy respondió: “Uhff, ¡ella tiene toda la culpa!”
Las maestras hicieron que se pidieran perdón, pero aparentemente Betsy seguía preocupada por el episodio. Entonces le pregunté si había escuchado una respuesta cuando le pidió a Dios que la liberara de su culpa.
—¡Sí, mamá!, contestó excitada. Dios dijo: —¡Tú no tienes la culpa y ella tampoco! Quedó completamente satisfecha, se dio vuelta y se durmió.
Para esta niña era muy natural acudir a Dios en busca de verdades sanadoras en momentos de aflicción. La Ciencia Cristiana nos enseña que en cualquier momento todos podemos comunicarnos con Dios de esta manera, porque Dios es la única Mente y el hombre es Su semejanza, es inseparable de Su sabiduría y amor. Dios, la Mente, está permanentemente transmitiendo Sus pensamientos al hombre. Al escucharlos en oración, aceptarlos y confiar en ellos, descubrimos más de nuestro ser perfecto y puro como la imagen y semejanza espirituales de Dios. La respuesta que recibió Betsy le hizo comprender que la verdadera individualidad del hombre es inocente, pura y naturalmente buena, y pudo constatar esto en su experiencia. Por lo visto para ella fue importante reconocer que tanto ella como su amiga eran inocentes. El aceptar este hecho espiritual le permitió enfrentar esos sentimientos de inquietud y así encontrar paz. Nunca más mencionó este episodio. Yo, sin embargo, seguí reflexionando acerca de cómo una comprensión de la naturaleza del hombre espiritual puede resolver conflictos.
Hay un pasaje en la Biblia que revela lo que puede ser visto como el verdadero instigador del conflicto humano. En Génesis leemos: “Será Dan serpiente junto al camino, víbora junto a la senda, que muerde los talones del caballo, y hace caer hacia atrás al jinete”. Gén. 49:17. Una vez asistí a una conferencia de la Ciencia Cristiana que trataba sobre esta cita en particular. Explicaron que esta descripción de “Dan” representa lo que hace el magnetismo animal, o diablo impersonal. Este es el cuadro: La serpiente muerde los talones del caballo. El caballo se levanta de manos y tira al jinete. Entonces uno puede imaginar al jinete, enojado con el caballo, pegándole con la fusta; el caballo tirando coces al jinete; los dos defendiéndose y atacándose, una y otra vez; y la serpiente, la verdadera causa del problema, se desliza tranquilamente y desaparece.
¡Es importante que no dejemos escapar a la serpiente! Debemos reconocer que la causa de la discordia en las relaciones humanas — el mal impersonal— es el culpable y destruirlo, o nos encontraremos culpándonos injustamente los unos a los otros cuando las cosas se apartan del camino recto. Podemos deducir de las Escrituras que el hombre real de la creación de Dios no incluye elementos que puedan causar discordancia porque él expresa la naturaleza de su creador y es, por lo tanto, completamente bueno. Puesto que Dios es la Mente única que todo lo sabe, cada pensamiento y acción de los hombres naturalmente expresa la inteligencia y bondad de esta Mente divina. Entonces, el mal, el opuesto de Dios, no puede ser la realidad incorporada que aparenta ser. Debe ser un error de creencia, la que no tiene realidad en la creación de Dios.
La Sra. Eddy nos da una idea de la naturaleza del mal en su descripción de la serpiente en el Glosario de Ciencia y Salud. Allí leemos: “Astucia; una mentira”.Ciencia y Salud, pág. 594. Cristo Jesús describe al diablo, o mal, como “mentiroso, y padre de mentira”, “no hay verdad en él”. Juan 8:44. Sobre la base de este entendimiento, para resolver las disputas con otros es útil preguntarnos si puede haber una “serpiente” escondida, alguna mentira sutil, ocultándose en las sombras, que influya adversamente en la situación.
Los pensamientos semejantes a la serpiente asumen variadas formas. En algunos casos se muestran como temor, quizás temor a la carencia o al fracaso o a la pérdida, o a algún temor latente al pecado, la enfermedad o la muerte. Puede presentarse la sugestión de que la vida de la persona está fuera de control, o sujeta a la suerte o a la posibilidad de un cambio súbito. O puede ser que la mentira se presente a sí misma como una tentación, la tentación, por ejemplo, a la adoración de algo fuera de Dios, tal como dinero, alcohol, drogas, apetitos físicos, posición material, o posesiones personales.
No es muy difícil darse cuenta de que tales pensamientos sutiles podrían influir nuestros sentimientos y acciones. Pero poseemos la agudeza espiritual para reconocer estas mentiras y no permitirles que nos manipulen. Podemos destruir la posibilidad de ser incitados por las sugestiones del mal, profundizando nuestro entendimiento del hecho espiritual de que Dios es omnipotente, la Mente siempre presente, y que el hombre está sujeto a Su constante control divino. Las palabras de Jesús nos aseguran que tenemos dominio. Al referirse al poder que tiene el Cristo, la Verdad, sobre el mal, él dice: “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará”. Lucas 10:19.
La tendencia en el conflicto es aceptar la situación como aparece humanamente, elegir el bando, y establecer quién es el malhechor. Pero para sanar tal situación es fundamental mirar más allá de “quién” y preguntarse a sí mismo qué podría ser la “serpiente” escondida, sutil mentira oculta en la sugestión del mal que parece estar manipulando a alguien.
Esto exige humildad, descartar la opinión personal, y a menudo orar con persistencia hasta que la separación entre la mentira y la persona quede clara para nosotros. Al hacer eso, empezamos a ejercitar nuestra otorgada habilidad divina “para tratar con serpientes”. De ninguna manera esta acción piadosa lo exime de superar el mal en su vida o de corregir una falta, ni esto permite simplemente ignorar lo que están haciendo mal los otros. Pero esto trae a los errores de creencia, el verdadero culpable, a la superficie del pensamiento para que puedan ser corregidos y reformados y así tenga lugar la curación.
En una ocasión mi esposo y yo tuvimos una acalorada discusión que surgió repentinamente. Luego, cuando estuve sola, reproduje la escena una y otra vez, tratando de darme cuenta de lo que había sucedido. Cuanto más la repetía, más me enojaba, hasta que llegó un punto en que dejé la situación al pensar: “¿Qué es lo que me pone tan enojada? Este es su problema”. Al sacar la culpa de mis propios hombros, me sentí mucho mejor.
A la mañana siguiente mi esposo se levantó con dolores en los dientes de adelante y en las encías. Tenía problemas para comer; entonces me pidió que le diera un tratamiento en la Ciencia Cristiana. Cuando orábamos, calmadamente empecé a escuchar ideas sanadoras. Inesperadamente, se me presentó un cuadro mental. Fue aquella escena del Génesis a la que me referí anteriormente: un jinete pegándole a su caballo, y el caballo pateando al jinete. Pero finalizó con un cambio de escena. Veía al jinete dándole al caballo el último golpe, directamente en la boca, antes de dejarlo en el camino y marcharse.
Entonces comprendí que la tarde anterior había sido engañada por el pensamiento de la “serpiente”, echándole la culpa a mi marido en vez de identificar la verdadera fuente de discordia y destruirla. Tenía que ver la pureza e inocencia de mi marido. Comprendí que, como hijo de Dios, no sólo expresaba las cualidades espirituales de la Mente que lo hizo, sino que también estaba rodeado por esa Mente, y que nunca se había alejado del control y del cuidado amoroso de Dios. El reconocer estas cosas me ayudó a comprender que nadie era el culpable de nuestra pelea, y entonces determinado temor que había minado nuestra conversación del día anterior fue desenmascarado. Una vez que vi que el temor era infundado y reconocí la verdad de Dios y del hombre, la tensión entre nosotros se disolvió y mi esposo sanó muy pronto.
Cuando estamos orando para sanar una discordancia, debemos estar siempre alerta para que no se nos persuada a permanecer en la superficie del problema en lugar de llegar a su raíz. Siempre es necesario poner al descubierto a la serpiente y ver que es una mentira. Vista de esa manera, tenemos la capacidad para destruirla por medio del poder del Cristo.
La experiencia de Betsy demuestra con qué facilidad podemos dejar al descubierto y destruir las sugestiones del mal cuando nos volvemos a Dios con la confianza de un niño. Usando esta otorgada habilidad divina, encontraremos que somos más capaces de ofrecer una solución sanadora al conflicto en dondequiera que lo encontremos. De esta manera nos bendeciremos a nosotros mismos, a nuestras familias, a nuestras comunidades y haremos una contribución vital a los esfuerzos por conseguir la paz para toda la humanidad.