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Protección en una situación de robo

Original en noruego

Del número de octubre de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En Hendelse står klart fram når jeg teller mine velsignelser.

Cuando cuento mis bendiciones, se destaca una experiencia. Hace un par de años, al volver a casa después de haber asistido a una reunión de testimonios de los miércoles en nuestra iglesia, me recibió uno de mis tres gatos. Dos de ellos eran chiquitos en esa época y a menudo hacían bastante ruido para su tamaño, pero cuando me estaba sacando el abrigo, quedé paralizada al darme cuenta de que el sonido que venía del piso de arriba no lo podían producir mis gatitos. Inmediatamente sentí pasos. Vi un par de zapatos deportivos al final de la escalera. Fueron bajando hacia el vestíbulo donde yo estaba parada inmóvil y apareció un hombre joven con la cara cubierta por una bufanda.

En algunas situaciones no hay límite para la velocidad de los pensamientos, sin embargo, la intuición me dijo que debía estar calma. No tenía idea de lo que podía tener en mente esta persona. No había nada que yo pudiera hacer físicamente en dicha situación. Un pensamiento se desprendió del resto: debía confiar en que esta persona que no quería ser reconocida, era realmente el amado hijo de Dios. Eso era todo lo que precisaba saber. Me estaba aferrando a Dios como nunca antes.

Aparentemente paralizada de temor, estaba parada en el vestíbulo cuando él lo atravesó sin decir una palabra y con los ojos fijos en la puerta de salida. Con la mano en el picaporte se dio vuelta y me dijo: “No he robado nada”. Súbitamente ¡estábamos hablando! Por extraño que parezca, algo dentro de mí me decía que yo tenía control sobre la situación.

Había entrado en la casa quitando el vidrio de la puerta de la terraza. El muchacho siguió repitiendo que no se había llevado nada ni roto nada. A esa altura mi temor había dado lugar a un sentimiento de compasión por este joven, quizás más joven que mi propio hijo. Había estado buscando dinero, me dijo, pero cuando le ofrecí el poco dinero en efectivo que tenía, unas cinco libras, no las aceptó. Me pidió que no lo denunciara a la policía. Le di mi palabra y a la vez le pedí que me prometiera que no se considerara o pensara en él como un criminal, porque eso nunca le había traído satisfacción duradera a nadie. Además le dije que sabía que su identidad real era la de ser un hijo de Dios, quien nos había creado a ambos buenos y nos había dado todo lo que necesitábamos.

Dijo que lamentaba lo que había hecho y que él realmente, cuando me escuchó, bajó, porque no quería asustarme. Hubo una especie de confianza mutua cuando me dio la mano y salió para internarse en la noche. Jamás vi su rostro, pero sentí que había visto mucho más de su naturaleza real de lo que él había querido mostrar. Y en realidad ninguno de los dos advertimos verdaderamente la presencia de un criminal.

Después de un par de horas de reflexión y oración, me fui a la cama y dormí normalmente el resto de la noche. Dios siempre está con nosotros.


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