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El Rincón Postal

Del número de junio de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sión: ¡Tu Dios reina!” (Isaías 52:7)

Todos los meses recibo El Heraldo de la Christian Science, publicación que cumple debidamente su propósito al “traer alegres nuevas”.

Los heraldos eran personas encargadas de llevar mensajes de guerra, y se me ocurre pensar que los mensajes que nuestro Heraldo transmite son los mensajes de la guerra contra la ignorancia, el pecado, la enfermedad y la muerte.

El Heraldo ha sido para mí una fuente de inspiración para resolver muchos desafíos. Como mensajero de Dios, nos trae lo que necesitamos para sanar el problema que estamos enfrentando. Mary Baker Eddy escribe: “...Dios sabe de lo que tenemos necesidad, antes de que se lo digamos a Él o a nuestros semejantes” (Ciencia y Salud, pág. 13). Tengo mucho que agradecer a todas las personas que escriben artículos y testimonios, movidos por el agradecimiento y el deseo de ayudar, pues ponen a nuestro alcance ideas de cómo aplicar lo que han aprendido acerca de Dios y su relación con Él. Me siento obligada también con todos aquellos que hacen posible su realización, sé que no es un trabajo fácil, pero sí muy satisfactorio.

En febrero, recibí una llamada de uno de mis hijos, que de momento me dejó paralizada, pues me dijo angustiado que el pequeñito de una de sus hijas había fallecido. Aun conmocionada, empecé a orar para saber que la vida de todos es Dios, que la muerte no existe porque Dios es Vida, por lo tanto el niño estaba bien y seguía adelante en su camino de progreso. Seguí orando de esta manera hasta que logré acallar la desolación que me había invadido. Entonces me llegó el mensaje de que nuestro Padre es por siempre nuestro refugio, que “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46:1).

Pocas semanas después, llegó el Heraldo con las “Nuevas del bien” anunciando desde la portada el mensaje de resurrección diaria para todos Sus hijos. ¡Me sentí agradecida! Contestaba a mi deseo de consolar a mi familia sumida en el dolor y llena de remordimientos y culpa.

Soy la única de la familia que estudia la Christian Science, y sabía que podía inmediatamente orar reconociendo la fortaleza y el dominio que Dios nos brinda. Sabía que mis familiares necesitaban consuelo y comprensión. Sumidos en su dolor, no lograban escucharme, así que compré un ejemplar del Heraldo para que cada uno lo leyera con calma y meditara sobre su mensaje de esperanza. Ahora todos están mucho más tranquilos. Están muy agradecidos porque las ideas que encontraron en esta revista los ayudaron a cambiar la desesperanza y la aflicción por la certeza de que siempre estamos unidos en Dios.

No es la primera y sé que no será la última vez, que el Heraldo responde a mi necesidad. Mi reconocimiento por esto es inmenso, pues como dice la Sra. Eddy en The First Church of Christ, Scientist, and Myscellany, pág. 353, fue fundado “para proclamar la actividad y disponibilidad universal de la Verdad”.

Así, cumpliendo su labor de adalid, el Heraldo anuncia el inmenso e invariable amor que Dios tiene por toda Su creación, que el mal no tiene poder para destruir la Vida, Dios, porque moramos eternamente bajo sus protectoras alas donde sólo reina el bien.


Recuerdo claramente el día en que falleció mi nietecito. En ese momento sentí mucho coraje, resentimiento y odio hacia todo el mundo. Culpaba a mi hija por lo que consideraba su descuido, y sobre todo odiaba profundamente a Dios porque había permitido que eso le ocurriera a un ser inocente.

Hacía poco, mi esposa me había abandonado. Tuve problemas con mi hija, la madre del niño, y la muerte de mi nietecito fue la gota que derramó la copa. Hacía muchos años que estaba disgustado con todas las religiones que conocía porque no había encontrado en ellas nada que diera satisfacción a mis necesidades ni respondiera mis preguntas. No sé lo que ocurrió cuando leí el Heraldo, pero algo cambió dentro de mí. Con los artículos y testimonios vi cómo algunas personas enfrentaron la pérdida de un ser querido, encontrando consuelo y paz interior. Entendieron que aunque a veces no comprendemos por qué suceden ciertas cosas, ésa no es razón suficiente para dejar de creer o de tener confianza en el Amor infinito que es Dios. Mi dolor se hizo más llevadero, pues tuve la certeza de que mi nieto está en las mejores manos con su Padre-Madre Dios; que nada le falta porque está rodeado del inmenso Amor de Dios.

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 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

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