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Pierde un ser querido

Del número de junio de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Muchos años, llegó a mis manos un pequeño libro al que no le presté mayor atención. Lo leí un poco al principio, pero luego lo dejé de lado, aunque ahora reconozco que algunas de sus ideas habían entrado en mi conciencia. Llegaría luego el momento oportuno en que esas ideas germinarían. Ese libro era Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.

Tiempo después Ciencia y Salud fue de enorme apoyo en una época en que mi esposo estaba muy enfermo. La primera frase del Prefacio fue una poderosa ayuda: “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor el día de hoy está lleno de bendiciones” (pág. vii).

¿En quién me podía apoyar sino en Dios? Para dedicarme a cuidar a mi esposo yo había dejado mi trabajo como maestra, de tal manera que prácticamente no había ninguna entrada de dinero. Nuestros escasos ahorros se iban consumiendo. Bajo mi responsabilidad tenía dos hijas que todavía no habían terminado el bachillerato, y tanto para mí como para ellas esta etapa de la educación era básica.

A medida que leía este libro — y lo hacía con avidez — el miedo y angustia acerca del futuro iban desapareciendo y en su lugar se acrecentaba la confianza en Dios. Estaba aprendiendo que Dios es el bien infinito.

Cuando mi esposo falleció estábamos viviendo en Colombia. Mi hijo estaba estudiando en los Estados Unidos, y al pedirle que viniera en nuestra ayuda lo hizo inmediatamente. Para ese entonces alguien me dijo que había una iglesia en Bogotá donde habían sucedido varias curaciones. Un domingo fui, me senté atrás a escuchar, y me di cuenta de que desde el púlpito, además de la Biblia, estaban leyendo del mismo libro que yo estaba leyendo. Esto me pareció interesantísimo, y al terminar el servicio me acerqué a los lectores y comencé a hacerles preguntas.

Fue tan amplia, tan generosa, tan consoladora su respuesta, que el domingo siguiente volví al servicio. Resultó ser una Sociedad de la Christian Science, formada por personas que como yo estaban buscando orientación y ayuda. Encontré consuelo y esperanza, y una gran fuerza moral que me hacía sentir que si lo que deseaba era ‘bueno’, en el más profundo sentido de la palabra, inevitablemente se manifestaría en mi experiencia.

Pronto volví a mi trabajo como maestra, y entonces la sensación de carencia fue desapareciendo. Comencé a manejar mis finanzas con más inteligencia, y cada mañana cuando oraba con el Padre Nuestro, afirmaba que literalmente el pan de cada día estaba ya provisto para mí y mi familia. Cada vez que escribía un cheque, en lugar de mirar con angustia el balance de la chequera, daba gracias a Dios que me había permitido hacer el pago.

La prosperidad comenzó a hacerse evidente. Hoy, después de más de veinte años, he tenido muchas curaciones, además de haber logrado una gran paz interior. Todos mis hijos están bien establecidos y gozamos de salud, progreso y armonía. Habiendo recibido la gracia de Dios, mi corazón rebosa de gratitud.


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