Ha oscurecido. La fragata se sacude con la furia de las olas. Los marineros corren de un lado a otro. Bajan las velas, aflojan las guindalezas del cabrestante para bajar las pesas, y ajustan los cables que sostienen las cadenas del ancla. Se esfuerzan con denuedo para impedir que el fuerte viento cambie el curso del barco, rompa los mástiles y los arrastre inevitablemente hacia el océano abierto, justo en el paso del huracán.
El compás está fuera de control. Ya no saben dónde está la costa. De pronto en la distancia ven una luz casi imperceptible. “¿Es otro barco? ¿Lo viste? ¿Lo viste?” Pero la luz desaparece. “¡No! ¡No! Allí está otra vez. ¿La ves?” Las olas son tan altas que los marineros no pueden ver más que oscuridad. Después de un rato largo se dan cuenta de que es un faro. La luz que tanto deseaban ver. Un suspiro de alivio se escucha a través de la cubierta. No obstante, resta mucho por hacer. Todavía no están a salvo. Tienen que seguir trabajando duro. Pero la luz está allí; siempre ha estado allí para alentarlos, para guiarlos en la dirección correcta, para que no choquen contra las rocas ni queden varados en la arena. Para que lleguen seguros a puerto.
¡Cuántas veces tal vez nos sintamos como esos marineros en medio de una tormenta! Esperando ver la luz que nos ayude a superar los desafíos y nos guíe por el camino correcto; ansiando que la vida fuera más justa, más pacífica, más llena de amor. Que diera gusto vivir. Ese anhelo no es nuevo, así como tampoco la respuesta que lo satisface es nueva, sino que se ha estado manifestando por todos los tiempos, de distintas maneras.
El pensamiento humano ha evolucionado mucho desde aquél lejano día en que Cristo Jesús dijo: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad”. Juan 16:12, 13. Él sabía que nuestro pensamiento tendría que evolucionar espiritualmente para comprender a Dios.
Durante unos trescientos años después de la resurrección de Jesús, sus seguidores practicaron sus enseñanzas, predicando y sanando a los enfermos. Pero luego las enseñanzas del Maestro se transformaron en ceremonias, y casi se perdió de vista la curación espiritual.
No obstante, a través de los siglos hubo corazones receptivos que tuvieron vislumbres de la realidad espiritual sobre Dios y el hombre. Como fue el caso de San Agustín (354-430), el “Doctor de la Gracia”, quien en su libro Confesiones escribe: “Tú sanarás todas mis enfermedades por Aquél que se sienta a Tu mano derecha e intercede por nosotros; de otro modo ¿debo dar lugar a la desesperación? Pues numerosos y grandes son mis males, sí, numerosos y grandes son; mas Tu medicina es superior” (X:69).
Posteriormente, surge el Renacimiento en las artes y en las ciencias. El pensamiento humano empieza a alejarse de lo místico y misterioso. El arte gana libertad de expresión en la pintura, la escultura y la literatura, con increíble belleza.
Entre tantos exponentes de ese período, cabe mencionar a Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), poeta mexicana, también llamada La Décima Musa, conocida como la clásica defensora de los derechos que tiene la mujer de recibir instrucción académica y de prepararse intelectualmente. Su obra máxima, el poema Primero sueño, es una epopeya simbólica del encuentro del espíritu con el mundo.
En tiempos modernos, y a pesar del notorio materialismo de la época, encontramos ese cuestionamiento espiritual en muchos escritores, entre ellos, Alfonsina Storni (1892-1938), poeta argentina, quien en su tremenda lucha interior escribe en su Antología Poética bajo La Dulce Visión: “¿Dónde estará lo que persigo ciega?/ — Jardines encantados, mundos de oro —/ Todo lo que me cerca es incoloro./ Hay otra vida. ¿Allí cómo se llega?”
Y por supuesto, no puedo dejar de mencionar a quien es, para mí, en esta era, la máxima expresión de amor desinteresado por la humanidad, Mary Baker Eddy (1821-1910). Gracias a su percepción espiritual y a su fidelidad a las enseñanzas de Cristo Jesús, la Sra. Eddy reveló al mundo la forma de poner en práctica estas enseñanzas. Como resultado de su estudio de la Biblia, escribió su obra maestra, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, publicada en 1875. Ese libro ha ayudado, y sigue ayudando, a miles de personas a recuperar la salud, la felicidad, y a encontrar el propósito de su vida.
No estamos solos; la luz de la Verdad nos guía.
Entre los logros de Mary Baker Eddy se encuentra la fundación de varias revistas, incluso ésta, El Heraldo de la Christian Science, cuya primera edición se publicó en alemán en 1903. Hoy se produce en 12 idiomas.
El propósito del Heraldo es anunciar al mundo que es posible comprender a Dios y que ese conocimiento está al alcance de todos. El Heraldo proclama las buenas nuevas sobre cómo poner en práctica en nuestra vida cotidiana las enseñanzas de la Ciencia del Cristianismo presentada en Ciencia y Salud. A través de sus páginas, llenas de experiencias vividas por gente de todos los rincones de la tierra, aprendemos a amarnos los unos a los otros, a esforzarnos por sanar el resentimiento, la avaricia, la envidia. Nos alienta con sus relatos contemporáneos y universales de triunfos sobre las olas tormentosas de la enfermedad, la adversidad, el odio y el orgullo.
El Heraldo, con su luz, es el faro que guía, alienta y recuerda a sus lectores cómo seguir al Maestro, aun cuando las dificultades quizá se presenten como a algunos de los discípulos que se apartaron de Jesús y ya no andaban con él. Ante la pregunta: “¿Queréis acaso iros también vosotros?”, Pedro respondió: “¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Juan 6:67, 68.
Los marineros siguen trabajando y luchando contra el furor de las olas Sin embargo, hay un cambio en el ambiente. Los corazones rebosan de esperanza y paz. Ya no están solos, así como tampoco nosotros estamos solos. La luz de la Verdad divina nos está guiando seguros hacia el puerto, y aunque a veces las olas no nos permitan ver esa luz, sabemos que su brillo no va a desaparecer jamás.