CUANDO veo las casas, tiendas y comercios en general, bellamente iluminados, y la forma cordial en que las personas se saludan cuando hacen sus compras, sé que la Navidad está cerca.
Esta época del año está llena de hermosos símbolos, de los cuales la luz es uno de los más preciosos. Vemos luces que brillan en las ventanas, velas de Hanukkah, destellos en los ojos de los niños que se maravillan al escuchar la historia de la Navidad — relato universal e intemporal del amor de Dios iluminando al mundo, guiando a los buscadores al lugar donde nació Jesús.
Este acontecimiento que transformó el mundo, ocurrió de manera muy sencilla y natural. Si bien marcó el inicio de la era cristiana, no hay un comienzo para el amor de Dios, para la luz de Su Cristo, con su mensaje de paz y hermandad. Éste es el regalo de Dios para Sus amados hijos. Mucho antes del nacimiento de Jesús — eternamente, por cierto — la luz del Cristo ha llegado a los rincones más oscuros del planeta, para consolar corazones y renovar esperanzas. Ninguna amenaza terrorista podrá extinguir esa luz. Ni el temor ni el odio podrán opacar su brillo. Nadie podrá jamás ser excluido de la plenitud de su fulgor.
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