CUANDO veo las casas, tiendas y comercios en general, bellamente iluminados, y la forma cordial en que las personas se saludan cuando hacen sus compras, sé que la Navidad está cerca.
Esta época del año está llena de hermosos símbolos, de los cuales la luz es uno de los más preciosos. Vemos luces que brillan en las ventanas, velas de Hanukkah, destellos en los ojos de los niños que se maravillan al escuchar la historia de la Navidad — relato universal e intemporal del amor de Dios iluminando al mundo, guiando a los buscadores al lugar donde nació Jesús.
Este acontecimiento que transformó el mundo, ocurrió de manera muy sencilla y natural. Si bien marcó el inicio de la era cristiana, no hay un comienzo para el amor de Dios, para la luz de Su Cristo, con su mensaje de paz y hermandad. Éste es el regalo de Dios para Sus amados hijos. Mucho antes del nacimiento de Jesús — eternamente, por cierto — la luz del Cristo ha llegado a los rincones más oscuros del planeta, para consolar corazones y renovar esperanzas. Ninguna amenaza terrorista podrá extinguir esa luz. Ni el temor ni el odio podrán opacar su brillo. Nadie podrá jamás ser excluido de la plenitud de su fulgor.
Probablemente todos tengamos algún recuerdo especial de la época navideña. Hace unos días, mi esposo y yo hablamos por teléfono sobre las Fiestas y nos preguntamos qué es lo que hace que una Navidad sea especial. Él me contó que, en una ocasión, la luz del Cristo iluminó una de sus épocas de Navidad durante la depresión de la década del 30. En ese entonces, muchas familias la estaban pasando bastante mal y la empresa de contratistas de su padre había quebrado.
Aunque tenía tan sólo siete años, se dio cuenta de que las perspectivas para aquella Navidad no eran buenas. Por eso le causó sorpresa y alegría cuando encontró al pie del árbol de Navidad una enorme bolsa llena de bloques de colores. Los había hecho su papá con restos de madera. Había piezas de diferentes formas que podían usarse para construir arcos, puentes, torres y muchas cosas más. Fue el mejor regalo que jamás haya recibido. Cuando hablamos por teléfono, estando a muchos kilómetros de distancia, pude percibir en su voz el gozo y el amor que todavía sentía al recordar el regalo que con tanto amor su papá le había hecho.
Yo también tengo hermosos recuerdos de la Navidad. Siempre me han gustado las actividades típicas de esa época, tales como cocinar, envolver regalos, escribir tarjetas, es decir, la alegría de dar. Me regocijo en días llenos de amor, paz y buena voluntad, cualidades que Jesús predicó y que se traducen en nuestro esfuerzo por estar en paz con los demás; en nuestra capacidad de expresar afecto y perdonar, en casa y en el trabajo; en gratitud a Dios por el don de Cristo para con Sus hijos, que llega todos los días del año, envuelto en Su amor. Todos nosotros podemos abrir ese regalo, cada día, en todo momento. Es la gloriosa seguridad de que nadie está solo, pues el amor de Dios está siempre aquí, aun en momentos de peligro.
Por ejemplo, al comienzo de la Primera Guerra Mundial hubo una serie de incidentes no relacionados entre sí que interrumpieron por un momento el dolor y desolación de la guerra, trayendo una vislumbre de la luz del Cristo. Era una Nochebuena fría y sombría en la zona de guerra. De pronto, cerca de medianoche, los disparos cesaron, los soldados de ambos bandos depusieron sus armas, caminaron en dirección al enemigo e intercambiaron pequeños regalos, apretones de manos y saludos típicos de Navidad. Luego alguien comenzó a cantar el hermoso villancico "Noche de paz"; muy pronto se escucharon voces de soldados alemanes e ingleses que se unían a su canto. Por un instante, la luz disipó la oscuridad.
Hoy, cuando esta revista llega a sus lectores, muchas familias se están preparando con felicidad para las Fiestas (Ramadán, Hanukah, Kwanzaa, Navidad y otras). Pero mucha gente de todo el mundo, tratando de sobrevivir, espera hallar alguna luz en la oscuridad. Para esta gente, al igual que para cada uno de nosotros, el mensaje de aquella primera Navidad es fundamental, vivificante: el Amor divino, el "Emanuel o 'Dios con nosotros'", cuida de toda Su creación, siempre y en todas partes.
En el frente de batalla, de pronto alguien comenzó a cantar "Noche de paz", y muy pronto se escucharon las voces de soldados alemanes e ingleses que se unían a su canto.
"Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en Él", 1 Juan 1:5. nos dice la Biblia. La humanidad no puede existir sin esta luz divina.
Ya tenemos el regalo más grande que podamos desear: el Cristo, la bendita seguridad de que no estamos solos; de que ahora y siempre seremos miembros de la familia de Dios, sin distinción de razas o credos. La hermandad es el plan de Dios para todos. Éste es el regalo de Dios para usted y para mí, para este año y todos los años, que trae luz y conduce a la paz en la tierra.