CUANDO YO ERA NIÑA mi abuelita, a quien le encantaban los barcos y ver el correr del río, me llevaba muchas tardes a pasear por el Monumento a la Bandera en la ciudad de Rosario de Santa Fe, Argentina, desde donde se apreciaba el hermoso río Paraná. Ella siempre hablaba de la belleza y armonía de toda la naturaleza que nuestros ojos apreciaban, y de la importancia de sentir esa belleza interiormente. Esos momentos tan hermosos que viví junto a ella despertaron en mí con el tiempo, el deseo de viajar alguna vez en un barco, ¡y, de ser posible, uno bien grande!
Muchos años después, una mañana, recibí una llamada telefónica con una invitación para ser jurado en un concurso de belleza que iba a tener lugar durante las fiestas navideñas. Y, para mi sorpresa, el evento era en un barco, el más grande del mundo en ese momento. Mi deseo se había cumplido.
Días antes de zarpar, todos los medios de comunicación difundían la noticia de que una tormenta tropical se estaba desarrollando, y que posiblemente se transformara en un huracán. Sin embargo, yo estaba segura de que el amor de Dios me había guiado hasta ver mi deseo cumplido, y no me abandonaria. Y yo ciertamente no iba a permitir que me dominara el miedo.
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