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Una eterna Navidad

Del número de diciembre de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


UNA VEZ pasadas las Fiestas quedan atrás la emoción de los preparativos para la cena y el almuerzo de Navidad o de Año Nuevo. Los papeles que envolvían los regalos yacen en un montón informe y el árbol es despojado de sus adornos hasta el próximo diciembre.

Permanece como un sabor extraño luego de los festejos, una sensación de que todas esas nobles emociones que estuvieron tan presentes en esos días, están condenadas a desaparecer hasta el año siguiente, al igual que los ornamentos navideños.

Durante años experimenté ese sentimiento de vacío luego de las Fiestas tradicionales. Una vez abiertos los paquetes, terminada la cena y abrazado hasta el último miembro de la familia o de los amigos para desearles lo mejor, ¿qué me quedaba?

Eso fue así hasta que cambié mi enfoque sobre el significado de esas celebraciones. Aprendí que este niño, nacido hace más de dos mil años, trajo un conocimiento de Dios que hace que las alegrías sean más perdurables y nuestra verdadera naturaleza espiritual más evidente y más amada.

También estoy aprendiendo que los buenos momentos no deben limitarse a una época especial del año, sino que siempre forman parte de mi vida; que la generosidad, la abnegación y la hermandad son inherentes a mi naturaleza espiritual porque proceden de un origen único: Dios mismo. Que no debo sentir nostalgia por un año que ya pasó sino mantener la gozosa expectativa de uno superior todavía, porque los pensamientos de Dios (sus planes para mí) son mejores que mis deseos y que cualquier logro con el que yo pudiera soñar.

Que no debo temer lo que el paso del tiempo me pueda traer porque, como escribió Mary Baker Eddy: "La eternidad, no el tiempo, expresa la idea de la Vida, y el tiempo no es parte de la eternidad".Ciencia y Salud, pag. 468.

Cada vez tengo más presente que el Creador es una ayuda siempre disponible y a mi alcance, que Su amor cubre todas mis necesidades y bendice cada uno de mis pasos. Desde que comencé a conocer a Dios, tengo un mejor conocimiento de mí misma y de la creación entera y, por lo tanto, tengo muchas razones para estar feliz durante todo el año. Así que el verdadero significado de la Navidad no se limita a una fecha especial ni es sólo el recuerdo de un acontecimiento ocurrido hace siglos. La Navidad está viva. Cada vez que obtenemos una curación de cualquier tipo por medios enteramente espirituales, es el poder sanador del Cristo que se presenta en nuestra conciencia.

¡Qué regalo maravilloso nos ha sido dado! Poder revivir en nuestra propia experiencia todo lo que los testigos del hecho portentoso presenciaron en Belén aquella noche inolvidable: la manifestación visible de la presencia de Dios. Entonces nos damos cuenta de que la Navidad está disponible para todos y es eterna.

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