Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Una luminosa tradición navideña

Del número de diciembre de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Tiene tu familia alguna tradición especial para Navidad? Tal vez hornees galletas para todos tus amigos durante las Fiestas. O quizá te ofrezcas como voluntario para servir sopa en un comedor para indigentes durante la Nochebuena, o compres un regalo para un niño que no tiene todo lo que tú tienes.

En mi familia hay muchas tradiciones, pero una de mis favoritas es un divertido proyecto de artesanía que cualquiera puede hacer.

Cuando mis papás se casaron, casi no tenían adornos para su árbol de Navidad. Entonces decidieron hacerlos con cordón dorado y goma de pegar coloreada. (Tú puedes hacer algunos si sigues las instrucciones de la página 15).

Con el cordón dorado hicieron diferentes figuras, las pusieron sobre un papel plástico transparente de esos que se usan en la cocina, y las pegaron juntas formando círculos, diamantes, de todo un poco. Algunas veces hacían unos diseños dentro de otros y así formaban estrellas, espirales, incluso letras del alfabeto. Luego, las dejaban secar. Uno o dos días más tarde, utilizaban goma de pegar (teñida de colores distintos con colorante vegetal de repostería), para llenar los espacios dentro de los bordes.

Mis papás dejaban secar los adornos durante unos días antes de despegarlos del plástico y hacerles un agujerito en la parte superior de cada uno, usando para eso el mismo ganchito con el que los colgaban después.

Luego, los ponían cerca de las luces del árbol de Navidad. Antes de encenderlas, los adornos parecían un poquito opacos pero, de pronto, con la luz, comenzaban a titilar. Era como tener un árbol cubierto de vitrales. Había colores y luces centelleantes por todos lados.

Cuando mi hermana y yo tuvimos edad suficiente, mis papás nos enseñaron a hacer esos adornos.

Mientras crecía, siempre pensé que nuestro árbol de Navidad era el más bonito, con sus adornos que arrojaban arco iris brillantes a su alrededor. No veía el momento de encender las luces tan pronto anochecía. No había nada más maravilloso que el colorido brillo de nuestro árbol de Navidad iluminando un rincón de la sala.

Ahora, cuando pienso en ellos, me doy cuenta de que esos adornos son muy especiales para mí, porque me recuerdan la creatividad y el amor de mi familia. Pero también me recuerdan algo más: el Cristo, la verdadera razón de la Navidad.

Me gusta imaginar que esos adornos son como un medio para pensar en las diferentes personas en el mundo, en sus colores tan distintos y en su originalidad. Pero al igual que los adornos navideños de mi familia, lo que necesitamos es luz — o sea todo lo que es real y auténtico en cada persona — para percibir la belleza verdadera que existe.

La luz desvía la atención de las pequeñas imperfecciones. En el caso de los adornos, evita que nos preocupemos si se mezclaron dos colores. En el caso de los amigos y de la familia, nos ayuda a ver qué es lo verdadero acerca de una persona aunque no esté actuando muy amablemente.

Así como las luces del árbol de Navidad ayudan a mostrar la verdadera belleza de cada adorno, buscar el bien en todas las personas que encontramos nos ayuda a ver quién es realmente cada una de ellas. Esta luz, esta bondad que se expresa en cada persona, es el Cristo.

Jesús fue el hombre que nos dio el mejor ejemplo del Cristo. Él conocía su propia bondad y la demostró todo el tiempo. Esto es de lo que hablaba Mary Baker Eddy cuando explicó que el Cristo era "su naturaleza divina, la santidad que le animaba".Ciencia y Salud, pág. 26.

Esa misma santidad nos hace ser buenos a ti y a mí. Es lo que nos hace ser serviciales y amables, talentosos y divertidos, de la manera en que Dios nos creó. Después de todo, como Ciencia y Salud explica más adelante: "...el Cristo no tiene principio de años ni fin de días". Ibíd., pág. 333. Esto significa que el Cristo no desapareció una vez que Jesús ya no estuvo más en el mundo.

También quiere decir que no tenemos que esperar hasta la Navidad para celebrar que la luz ya está en cada uno de nosotros. Podemos festejarla todos los días, viendo lo bueno en cada persona que conocemos.

Incluso después de desarmar el árbol de Navidad y guardar los adornos hechos de goma de pegar y cordón de mi familia, yo sé que la luz y el color que hacen tan especial la Navidad, nunca desaparecen. El Cristo, la verdadera luz y color de la Navidad, está conmigo siempre, y puede estar contigo todo el año también.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / diciembre de 2003

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.