HE ESCUCHADO hablar a la gente sobre el terrorismo como si fuera una compleja telaraña de maldad que no se puede descubrir ni detener. No obstante, hay algo que todos podemos hacer para contribuir a evitar que ocurran actos malvados, y de esto trata este artículo. Pero antes, pienso que es útil considerar un reportaje que escuché hace poco, que plantea una teoría sobre cómo surgieron los ataques ocurridos el 11 de septiembre de 2001, en la ciudad de Nueva York.
Según esa teoría, no fue algo muy complicado. Unos cuantos líderes de la organización Al Qaeda estaban conversando sobre un jet de pasajeros que había caído al océano hacía unos años. Se especulaba que había sido un acto suicida. A alguien se le ocurrió que un avión suicida podría chocar contra un edificio en lugar del océano; de esa manera empezó el plan para que se llevara cabo el ataque del 11 de septiembre. Fue muy simple, si realmente fue así como se originó.
Se ha dicho con insistencia que el atentado se pudo haber evitado, mejorando las medidas de seguridad y analizando con más detenimiento y decisión las causas del rencor contra los Estados Unidos, entre otros. Pero poco se ha hablado públicamente sobre cómo evitar que la gente tenga malos pensamientos y que la idea de realizar actos terroristas siquiera tome forma en el pensamiento de una persona.
¿Es realista abordar el problema desde esta perspectiva? ¿Habrá alguna manera de enfrentar los actos terroristas — así como otras acciones infames — desde las primeras etapas o aun en ciernes, en las puertas mismas del pensamiento?
Muchos suponen que podemos encontrar seguridad sólo si reforzamos nuestro poder defensivo. Pero pienso en algunas narraciones de la Biblia donde las personas oraron, y sus oraciones, de manera clara y poderosa, alteraron las acciones de aquellos que pretendían hacerles daño. Imagínese que fuera usted uno de los primeros cristianos que fueron aterrorizados, encarcelados, y amenazados de muerte debido a un hombre llamado Saulo. Puede tener la seguridad de que esos cristianos estaban orando, y sus oraciones evidentemente tocaron el pensamiento de Saulo. Quizá conozca la historia. Saulo cambió su nombre a Pablo, se convirtió a la misma fe que había estado combatiendo y terminó teniendo un papel muy importante en el desarrollo del cristianismo.
La oración puede frustar actos terroristas.
Quizá los resultados de la oración no sean siempre tan espectaculares. Pero la conversión de Pablo sugiere que la oración específica realmente puede frustrar los actos malvados. La fundadora del Heraldo así lo creía. Supongo que Mary Baker Eddy pudo haber estado pensando exactamente en este punto, cuando escribió en su libro Ciencia y Salud: "Los pensamientos y propósitos malos no tienen más alcance ni hacen más daño, de lo que la creencia de uno permita. Los malos pensamientos, las concupiscencias y los propósitos malévolos no pueden ir, cual polen errante, de una mente humana a otra, encontrando alojamiento insospechado, si la virtud y la verdad construyen una fuerte defensa".Ciencia y Salud, págs. 234–235.
En la definición que da un diccionario de la palabra virtud, predomina el concepto de "bondad moral". Mientras que la mayoría de las personas piensa en algún tipo de defensa física, podemos descubrir que la "bondad moral" de un pueblo es la protección más fuerte, y en realidad, la más perdurable. Podemos llamar "valores de virtud" a la integridad, la compasión, la inocencia y la pureza, al afecto y fortaleza espirituales, a la paz.
Yo solía pensar que para construir una "fuerte defensa" era necesario cultivar esos valores en mi vida. Pero al pensar en la vida de San Pablo he ampliado mis oraciones para afirmar que todos (especialmente aquellos que no han alimentado los "valores de virtud") son receptivos al Cristo, el divino mensaje de Dios. Todos podemos recibir los pensamientos del Cristo en lugar del polen errante de "propósitos malos".
En una ocasión, comenzaron a producirse pequeños robos en nuestro vecindario. Yo decidí orar con estas ideas, y los robos cesaron rápidamente. Ahora bien, si este principio demostró ser cierto en un pequeño incidente como ése — o en un hecho tan trascendental como en la vida de Pablo — ¿por qué no puede la fuerza colectiva de nuestras oraciones tener un efecto radical contra lo que parecen ser actos de maldad ocurridos al azar, crímenes en serie o actos bien planeados de terrorismo mundial? Tal vez no sea demasiado complejo enfrentarse a ellos, de hecho, todos empiezan cuando algún mal pensamiento toca la puerta mental de alguien.
Usted y yo podemos empezar a desarrollar más plenamente los "valores de virtud" en nuestra vida diaria. Podemos afirmar que Dios es poderoso, y está presente en el corazón y mente de los que pueden parecer más vulnerables y susceptibles a las tinieblas del mal o del extremismo.
Todos los hijos de Dios merecen ser vistos y reconocidos como seres receptivos a las cualidades espirituales, benéficas y llenas de virtud. Ésta es la verdad de la naturaleza, derivada del Espíritu, de todas las personas. La virtud y la verdad son una combinación muy poderosa. Vale la pena considerar el siguiente versículo bíblico como una promesa diaria, y por medio de la oración insistir en que esta promesa llegará y se arraigará en la conciencia de todas las personas: "Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal..." Jeremías 29:11. Pensamientos de paz. Pensamientos de bien. Pensamientos de amor.
Si estos pensamientos son habilitados en la conciencia por un Dios que es único e infinitamente bueno, finalmente predominarán en la mente de las personas. Para contribuir a hacer un cambio importante, es bueno comenzar por reconocer nuestro derecho — y el de los demás — a ser influidos por los "valores de virtud".