HE ESCUCHADO hablar a la gente sobre el terrorismo como si fuera una compleja telaraña de maldad que no se puede descubrir ni detener. No obstante, hay algo que todos podemos hacer para contribuir a evitar que ocurran actos malvados, y de esto trata este artículo. Pero antes, pienso que es útil considerar un reportaje que escuché hace poco, que plantea una teoría sobre cómo surgieron los ataques ocurridos el 11 de septiembre de 2001, en la ciudad de Nueva York.
Según esa teoría, no fue algo muy complicado. Unos cuantos líderes de la organización Al Qaeda estaban conversando sobre un jet de pasajeros que había caído al océano hacía unos años. Se especulaba que había sido un acto suicida. A alguien se le ocurrió que un avión suicida podría chocar contra un edificio en lugar del océano; de esa manera empezó el plan para que se llevara cabo el ataque del 11 de septiembre. Fue muy simple, si realmente fue así como se originó.
Se ha dicho con insistencia que el atentado se pudo haber evitado, mejorando las medidas de seguridad y analizando con más detenimiento y decisión las causas del rencor contra los Estados Unidos, entre otros. Pero poco se ha hablado públicamente sobre cómo evitar que la gente tenga malos pensamientos y que la idea de realizar actos terroristas siquiera tome forma en el pensamiento de una persona.
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