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Soluciones espirituales a los impasses políticos

Del número de febrero de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los conservadores frente a los liberales. El Congreso frente al Presidente. Los demócratas frente a los republicanos. Los que ocupan un puesto frente a los nuevos candidatos. Cada ciclo de elección federal produce su propia cuota de acalorada retórica que tiende a centrar la atención en las diferencias en lugar de en las ideas que nos unen.

¿Cuál es la mejor forma de responder a las avisos que vemos por televisión o leemos en los periódicos, que dicen que el Congreso está en un impasse? Quizás nos sintamos desilusionados con nuestros políticos y pensemos que "son todos iguales". Sin embargo, me parece muy útil considerar el proceso político desde una perspectiva espiritual.

Muchas veces los votantes se sienten identificados con el político que los representa. A algunos quizá no les agrade el Congreso como institución, pero simpatizan con algunos de sus representantes. Por extraño que parezca, con el paso de los años esta idea me ha ayudado a pensar en los miembros del Congreso individualmente, en lugar de verlo como un cuerpo integrado por personas con distintos criterios y puntos de vista. El primer capítulo del Génesis dice que Dios hizo al hombre y a la mujer a Su imagen, es decir, semejantes a Dios, y por lo tanto espirituales. Y este hecho se aplica a cada político electo, ya sea que simpaticemos con él o no.

En una época trabajé como ayudante de un miembro del Congreso de los Estados Unidos. Una vez, él estaba participando en una negociación sobre el presupuesto federal con líderes del Congreso y de la Casa Blanca. Las distintas partes habían hecho un gran esfuerzo para llegar a un acuerdo, cuando de pronto los ánimos se exaltaron y varios representantes abandonaron precipitadamente la mesa de negociaciones. Parecía que todo nuestro trabajo había sido en vano y que no llegaríamos a un acuerdo. Si fracasábamos, los ciudadanos serían los más perjudicados.

Yo busqué un lugar tranquilo para orar. Pensé que cada participante había sido creado por Dios y era, en consecuencia, inteligente, humilde, pacífico y productivo, tal como son los hombres y las mujeres que Dios creó. Vi claramente que el Creador les había dado la capacidad de trabajar juntos de manera armoniosa y eficaz.

Recordé el siguiente pasaje de Ciencia y Salud: "Un solo Dios infinito, el bien, unifica a los hombres y a las naciones; constituye la hermandad del hombre; pone fin a las guerras; cumple el mandato de las Escrituras: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'; aniquila a la idolatría pagana y a la cristiana — todo lo que es injusto en los códigos sociales, civiles, criminales, políticos y religiosos; establece la igualdad de los sexos; anula la maldición que pesa sobre el hombre, y no deja nada que pueda pecar, sufrir, ser castigado o destruido".Ciencia y Salud, pág. 340.

Tuve la certeza de que Dios estaba activamente unificando a Su creación en ese momento, allí mismo donde parecían imperar la desconfianza y los enfrentamientos. Puesto que toda esta actividad se desarrollaba bajo la dirección de Dios, nadie podía sufrir o ser castigado. No sé lo que cada uno estaba pensando en ese momento, pero me sentí muy feliz cuando, pocos minutos después, los representantes volvieron a ocupar sus lugares y en pocos días se llegó a un acuerdo.

Se dice a menudo que la Ciudad de Washington atrae políticos presumidos con ambiciones desmedidas. Sin embargo, así como los electores tienen buenas razones para respetar a su representante en el Congreso, yo me he dado cuenta de que a menudo esta ciudad atrae a personas maravillosas, que sirven a su país con gracia y humildad y disfrutan de su función.

No obstante, muy pronto aprendí que el poder político puede ser muy seductor. Al principio trabajé con un congresal. Mi función consistía en desenmarañar la telaraña burocrática a la que los ciudadanos se enfrentan. Las tareas eran diversas. Algunas veces tenía que encontrar cheques perdidos del Seguro Social, otras, ayudar a determinadas personas a obtener visas para sus viajes internacionales.

En determinada ocasión, estaba trabajando en tres casos que me parecían justos y merecían consideración. No obstante, no había perspectivas de obtener una respuesta positiva para ninguno de ellos. Si bien las agencias federales correspondientes procuraban ayudar, me parecía que un pedido de un integrante del Congreso debía ser contestado en forma afirmativa de inmediato. Debo confesar que a medida que las posibilidades de obtener una respuesta positiva se desvanecían, mi actitud se volvía cada vez más agresiva.

Todo parecía indicar que nos aproximábamos a un impasse, por lo que una vez más oré, y encontré en la Biblia un versículo que nos indica que debemos renunciar a "la vanagloria de la vida" que "no proviene del Padre, sino del mundo". 1 Juan 2:16. Recordé también que Mary Baker Eddy instó a los Científicos Cristianos (y esto podría aplicarse a todo aquél que busca comprender a Dios) a "...renunciar a la agresión, a la opresión y al orgullo del poder".Ciencia Salud, pág. 451. El mensaje para mí fue claro: tenía que reemplazar el orgullo y el ego que había en mi pensamiento por la humildad que busca y sigue la dirección de Dios.

Muy pronto mi actitud se volvió más tolerante y los tres casos se resolvieron armoniosamente. Uno de ellos se relacionaba con el reencuentro de una madre y su hijo, lo que hizo muy felices a todos.

Hace poco trabajé como consultora desarrollando estrategias legislativas para empresas y organizaciones que procuran encontrar formas de trabajar bien con el Congreso. Ya no trabajo dentro de ese cuerpo legislativo y ha sido para mí todo un desafío observar "desde afuera", mientras el Congreso determina si las propuestas que he presentado merecen ser consideradas o no.

Una vez, estaba trabajando en un proyecto de un depósito de agua que, si era autorizado por el Congreso, sería solventado en forma conjunta por el gobierno federal y una comunidad local. Para que el plan pudiera aprobarse, el Congreso debía redactar una nueva ley y la agencia federal debía a su vez aprobar la fórmula de distribución de costos y la redacción de la ley. No parecía ser una tarea sencilla, especialmente en un año en que el Congreso demostraba escaso interés en considerar propuestas de ese tipo.

Si bien yo consideraba que el proyecto era útil para la comunidad y que sería apoyado por mucha gente, no sabía cómo lograr su aprobación, especialmente desde "afuera" del Congreso.

Mientras oraba por este asunto, encontré estas palabras sobre la obra de Dios en los Salmos: "Porque Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió". Salmo 33:9. La Biblia no menciona oposición, ni cuestionamiento, ni dudas, ni desaliento. Dios habló, y existió. Pensé que una idea o propuesta correcta debía originarse en Él, y si Dios quería que se concretara, Él "mandaría" que así fuera.

Dejé de preocuparme por la propuesta y la dejé en Sus manos. El Congreso finalmente aprobó la ley y el proyecto se concretó. Si bien yo personalmente creía que la redacción de la ley no era la adecuada, confié en que la obra de Dios era completa. Más tarde pude comprobar que el lenguaje utilizado era exactamente el que se necesitaba para la aprobación del proyecto.

La oración nos da la certeza de que hay una sola Mente divina que nos unifica a todos.

Se aproxima una nueva elección, los debates continúan y los expertos vuelven a criticar al gobierno. Yo deseo permanecer unida a Dios, orando para obtener una visión más clara de Su gobierno de todo el universo. Al igual que la mente y el cuerpo humanos, el cuerpo político se beneficia con la oración, lo que ocurre es que para que los beneficios sean mayores se necesita una creciente coalición de activistas espirituales. Vale la pena integrar esta comunidad durante esta compaña electoral y durante las que vendrán en el futuro.

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