LA TARDE era hermosísima y estaba fresco y agradable bajo los árboles del parque. A nuestro lado, en el estanque de los botes, un grupo de niños reía y se zambullía en las aguas turbias.
Me detuve a mirarlos mientras los escuchaba llamarse entre sí sin entender casi nada de lo que decían. Así que me contenté con ver sus expresiones de gozo y escuchar sus cantos. Eran alrededor de siete u ocho pequeños de distintas edades, con ropas muy pobres.
Bajó los ojos y me lo agradeció, ignorante de su propia belleza.
Uno de ellos trepó a un árbol que acariciaba el agua con sus ramas y desde allí saltó al estanque esparciendo gotas brillantes sobre los demás que gritaron como pájaros.
Me maravillé de su alegría, de la inocencia de su semidesnudez, de su gozo sencillo y de su destreza al nadar.
Sentada en el banco de piedra mirándolos jugar, casi no escuché el pedido de uno de ellos que se había acercado a nosotros sin que nos diéramos cuenta. Nos preguntó si podía dejar su ropa y sus ganancias del día a nuestro cuidado y había que ver su sonrisa blanca ante nuestra respuesta afirmativa. Sin decir más, se quitó casi toda su ropa y se deslizó en el estanque sin mover el agua. Sumergido en el líquido opaco, semejaba un pez por lo armonioso de sus movimientos. No parecía temer el contaminarse con el agua sucia, ni desconfió de la honestidad de un grupo de extraños a los que encomendó sus escasas pertenencias.
Sonrió ampliamente al volver a nuestro lado y no pude evitar decirle, en mi portugués chapurreado, lo mucho que me agradaba su sonrisa. Bajó los ojos y me lo agradeció, ignorante de su propia belleza.
Yo quedé pensando en ese hecho tan simple. Y mientras miraba el agua fresca abrazando a sus amigos, y el sol brillando sobre las cabecitas mojadas, pensé que es de esa manera que el amor de Dios abraza y rodea a todos los niños del mundo. Desde una perspectiva espiritual, ni uno solo de ellos queda fuera del bienestar y de la seguridad que nos brinda el Amor perfecto. No hay espacio ni persona que carezca de lo adecuado, no hay necesidad que no sea satisfecha por Él, no existe nada ni nadie que pueda corromper o destruir esas cualidades inherentes al hombre creado por Dios tales como: pureza, candor, inocencia, confianza, sencillez.
Una amiga mía lo comprobó recientemente. Ella tiene un negocio en un barrio algo alejado del centro de la ciudad. A él llegan muchos niños en busca de ropa y alimento. Sabiendo que en ese lugar encuentran a una persona dispuesta a hablar con ellos y escucharlos, acuden frecuentemente. Mi amiga había notado, entre los concurrentes, una niña que tenía dificultades para caminar. Al preguntarle la causa de su problema, la pequeña contestó que se le había derramado un recipiente con comida caliente sobre uno de los pies. La quemadura estaba en mal estado y a pesar de que se notaba que había sido atendida, la venda que le habían colocado colgaba floja y sucia. Mi amiga la hizo pasar, lavó su pie y le regaló un par de medias para que se protegiera del polvo de las calles y del frío.
Después que los niños se marcharon, ella comenzó a orar como lo hace habitualmente, no sólo por ellos, sino por todos los niños del barrio. Pensó en la forma en que Dios ama a sus pequeñitos y la manera en que los creó, puros e incontaminados.
A los dos días, la niña regresó, esta vez con el pie descubierto y sano.
La oración benefició también a los demás niños. Ella ha notado mayor limpieza en sus ropas, mejores modales e incluso los vecinos del barrio han empezado a colaborar con su trabajo de beneficencia, trayéndole leche en polvo, ropa y otras cosas necesarias.
Mi amiga ha aprendido a orar basándose en las enseñanzas del libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, y es allí adonde acude en busca de inspiración y ayuda para llevar a cabo su labor de amor.
En el libro antes mencionado, hay una frase que me pareció que resumía, en parte, la manera en que mi amiga ora por las cualidades de los niños; cualidades que nos pertenecen también a todos nosotros. "El estar dispuesto a ser como un niño y dejar lo viejo por lo nuevo, dispone el pensamiento para recibir la idea avanzada". Más adelante, la autora agrega: "La purificación de los sentidos y del yo, es prueba de progreso. 'Bienaventurados los de limpio corazón porque ellos verán a Dios'".Ciencia y Salud, pág. 323.
Tal vez existan muchas formas de ayudar a estos niños sin hogar mediante donaciones de dinero o de tiempo. Podemos brindarles cariño a los que estén cerca de nosotros, o ropa y abrigo en la medida de nuestras posibilidades, pero la oración que reconoce su naturaleza espiritual e indestructible, es algo que llega más lejos y con mayor autoridad ya que "dispone el pensamiento para recibir la idea avanzada" de que Dios es el autor de la creación y Él la mantiene segura bajo Su cuidado amoroso. Dejar entrar esa idea avanzada en nuestro pensamiento, nos permite, como en el caso de la curación de la niña, vislumbrar, aunque sea tenuemente, la perfección de la creación divina.
Debemos reclamar para nosotros esa pureza e inocencia, sabiendo que es tan natural expresar esas cualidades, como la sonrisa de los niños del estanque.