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La verdadera maternidad: un derecho universal

Del número de febrero de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


AUNQUE parezca increíble, fue en una zapatería donde mi amiga tuvo su primera vislumbre de lo que es el verdadero amor maternal.

Lo que le sucedió a mi amiga, a quien llamaré María, fue aparentemente muy simple. Estaba embarazada de casi nueve meses de su primer hijo. El parto inminente, el cuidado del recién nacido, así como la idea de ser mamá, parecían abrumarla. Además, se sentía muy sola. No creía poder confiar en su esposo y anhelaba la presencia de su madre, quien había fallecido hacía varios años, para que la guiara en los días venideros.

Así que allí estaba, en la zapatería, sintiéndose tan deprimida como nunca lo había estado en su vida, tratando de encontrar un par de zapatos para usar en una reunión de negocios a la que asistiría con su esposo. Uno de los vendedores, de edad avanzada, le preguntó si podía ayudarla. Cuando ella le describió los zapatos que buscaba el señor se dio cuenta claramente de la preocupación que la aquejaba.

"No te preocupes, linda", le dijo con una sonrisa cordial, "te voy a encontrar justo lo que buscas".

Y así lo hizo. Con mucho esmero, encontró los zapatos que ella necesitaba para la ocasión. Pero sucedió algo más que María nunca habría esperado. Ella se fue de la tienda sintiéndose mucho mejor. "Me sentí realmente elevada", me dijo.

No fue sino hasta llegar a su casa, sin embargo, que se dio cuenta de que la paz y el bienestar que había sentido, eran una señal del amor maternal de Dios. Todo cuadraba con lo que ella había estado estudiando por varios años en Ciencia y Salud. En ese libro había aprendido que Dios, el Dios al que siempre había adorado como Padre, era también la Madre de toda la creación.

A ella le había encantado la descripción de Madre que había encontrado allí: "Dios; Principio divino y eterno; Vida, Verdad y Amor".Ciencia y Salud, pág. 592. Y había significado mucho para ella pensar en Dios como su Madre. Pero nunca había experimentado el amor maternal de Dios como en ese momento. Y lo asombroso fue que el amor que percibió no se había originado en su madre, ni siquiera en una mujer. Encontró ese amor expresado por un hombre a quien ella no conocía. Por lo tanto, concluyó, debía proceder del Amor infinito. Era la manifestación del amor maternal de Dios.

"Me di cuenta de que no podía ser privada de mi madre", me dijo, "porque Dios es mi Madre". Y eso produjo un cambio increíble. De pronto, María comprendió que existe un amor de Madre que va mucho más allá del hecho de que esté con nosotros o no la madre que nos ha criado. Y ese amor está presente, ya sea que uno esté en compañía de un hombre, de una mujer o completamente solo. Va más allá del tiempo, del espacio, del género o de la circunstancia. Más allá del alcance de lo que cualquier persona pueda dar o recibir. El amor de Madre nos envuelve a cada uno en su cuidado universal y sagrado de familia, y no deja a nadie, absolutamente a nadie, fuera de ese cuidado.

Todos podemos sentir ese amor maternal de Dios. Y todos podemos expresarlo hombres, mujeres y niños. Es nuestro derecho primordial como hijos e hijas de Dios, sentir, y ayudar a que otros sientan, el amor maternal así como paternal de Dios. Y este derecho nos pertenece porque, como lo explica Ciencia y Salud: "El hombre y la mujer, coexistentes y eternos con Dios, reflejan eternamente, en calidad glorificada, al infinito Padre-Madre Dios". Ibid., pág. 516.

Estos eran conceptos innovadores a fines del siglo XIX, cuando Mary Baker Eddy los escribió por primera vez. La idea de que Dios es tanto Madre como Padre evolucionó gradualmente en su pensamiento durante años, y mientras lo hacía, afectó profundamente su propia visión de la femineidad y la masculinidad.

La redacción y los ajustes que la Sra. Eddy hizo durante medio siglo a su poema "Los derechos de la mujer", reflejan el desarrollo de ese pensamiento. Ella publicó la primera versión de este poema a principios de 1853, cuando era una joven viuda, pocos meses antes de su segundo matrimonio, esta vez con Daniel Patterson. Este poema define los derechos de la mujer basados en el papel convencional que la mujer cumplía en esa época. Eso significaba, sobre todo, el derecho a obtener un "hogar feliz" al guiar a la familia hacia una vida espiritual. "Servirnos de guía, y al cielo apuntar". Para hacer esto, el poema explica, la mujer debe educar y orar. Pero también necesita utilizar su encanto femenino, "su monumento a Cleopatra". "Los derechos de la mujer", Gleason's Pictorial Drawing Room Companion, 19 de febrero de 1853. Lynn Transcript, May 6, 1876; The Christian Science Journal, 4 de agosto de 1883 y agosto de 1894; Granite Monthly, julio de 1894.

La Sra. Eddy volvió a publicar "Los derechos de la mujer" muchas veces, tanto en diarios y revistas como en sus propias publicaciones. Esto sucedió después que descubrió el concepto de Dios como Madre y Padre y lo difundió al mundo en Ciencia y Salud. Por lo que en las últimas ediciones del poema, surge un nuevo enfoque acerca de la femineidad, sutil pero claramente diferente. La mujer es aún la sanadora y educadora, pero ha desaparecido el "monumento a Cleopatra". Ya no tiene que recurrir a subterfugios y encantos para imponerse ante su familia. Ahora, en cambio, se impone mediante su fortaleza y autoridad, así como por el consuelo y la oración. Ella está ahora "serena en su monumento ideal".Escritos Misceláneos, pág. 388-389; Poems, pág. 21.

El hecho es que la misma Mary Baker Eddy, a medida que guiaba su nuevo Movimiento hacia el siglo XX, vivió los ideales de la verdadera femineidad expuesta en sus últimas versiones de "Los derechos de la mujer". Sin embargo, hubo un cambio importante. El "hogar" para el cual ella trabajaba y oraba, era la Iglesia que había fundado y guiado. De tal manera que los miembros de su iglesia comenzaron a llamarla afectuosamente "Madre". De hecho, probablemente no sea una coincidencia que el poema que la Sra. Eddy ubicó después de "Los derechos de la mujer", en su colección de poemas en Escritos Misceláneos (1883-1896), es "La oración vespertina de la madre", una oración para su recién nacida Iglesia.

La Sra. Eddy ya se había referido a su Iglesia, con base en Boston y filiales en todo el mundo, como "La Iglesia Madre". Y con la publicación, en 1895, del Manual de La Iglesia Madre, los estatutos que gobiernan dicha Iglesia, ella unió su concepto de maternidad con su Iglesia para siempre. La maternidad que la Iglesia y el nuevo Manual, presentaron al mundo, irradiaba del amor tierno e inclusivo de Dios. Pero ese amor no era ni débil ni manipulador. Los estatutos otorgaron el amor tierno y omnímodo a la Iglesia, y al gobierno de la misma, le otorgaron la clara e indisputable autoridad inherente al verdadero amor de Madre, así como la fortaleza semejante al granito, inherente al verdadero amor de Padre.

En los últimos años de su vida, Mary Baker Eddy pidió a los miembros de la iglesia que dejaran de usar el "término cariñoso de Madre" al referirse a ella.Manual de La Iglesia Madre, pág. 64. Según explicó, ese título había sido mal interpretado por el público.

Uno puede imaginar cómo esa decisión tomada hace casi un siglo, en ese momento, puede que haya desilusionado a algunos de los miembros que consideraban que la Sra. Eddy era como de su familia. Pero fue una decisión que solamente podía volver sus corazones y su fe con más determinación hacia el amor maternal y paternal de Dios.

Después de todo, sólo el amor del Padre-Madre/ Madre-Padre es invencible, irresistible, omnipotente y eterno. Sólo ese Amor es suficiente para hacer resurgir el cristianismo primitivo. Para traer el Consolador a la humanidad. Para sostener a través de los siglos la Iglesia que Mary Baker Eddy fundó. Para hacer que se manifieste la verdadera maternidad y paternidad en cada uno de nosotros.

Redactora La Sociedad Editora de la Christian Science

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