HACE ALGÚN tiempo, vi con unos amigos un programa cómico por televisión llamado "La Familia Temerosa". Siempre que sonaba el timbre o sucedía algo inusual, todos los miembros de la familia pedían auxilio a gritos y se abrazaban, con los pelos de punta. El programa presentaba el temor como algo tan ridículo que resultaba gracioso.
Sin embargo, para muchas personas el temor no tiene nada de gracioso, sino que es algo muy real, capaz de inhibir la capacidad natural de llevar una vida feliz y productiva.
Hace algunos años comencé a sentir un temor intenso, que se presentaba de manera repentina y sin razón aparente. A veces incluso tenía que hacer un esfuerzo para mantenerme consciente. En general, quienes me rodeaban no se daban cuenta de lo que me pasaba, pero yo me sentía tan avergonzada por la situación que a menudo evitaba el contacto con otras personas, pues no deseaba tener que interrumpir una conversación para explicarles que necesitaba estar a solas y orar. Algunas mañanas prefería quedarme en cama en lugar de levantarme y encarar las actividades del día. Sin embargo, no me di por vencida. Se me ocurrió tender la cama inmediatamente después de levantarme para no tener la tentación de volver a acostarme.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!