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¿Qué más podemos hacer por los niños?

Del número de febrero de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


ÚLTIMAMENTE nos encontramos con noticias desalentadoras en los medios de comunicación respecto a la pobreza y la desnutrición en Argentina. El diario La Nación — uno de los más prestigiosos en mi país — informa que en Mayo de 2002, se sumaban a los indigentes 20.577 personas por día. Todos los comentarios apuntan a que cada vez hay más pobres. También indica que una de las consecuencias de ello es la desnutrición infantil, y los daños que parece generar. Los médicos especialistas hablan de trastornos neurológicos de aprendizaje y conducta, que limitarán el futuro de estos niños.

Sinceramente, cuando comencé a leer o mirar estas noticias — realmente muy impresionantes — me propuse no aceptar esos pronósticos. No es posible que este estado mental de pobreza y limitación esté minando nuestro futuro y el de nuestros niños. Me pregunté qué podemos hacer, y lo más rápido posible.

Una forma de paliar esta situación podría ser enviar alimentos y ayuda a los necesitados. Muchos argentinos lo estamos haciendo. Además, organizaciones no gubernamentales en mi país están brindando importante ayuda e impulsando iniciativas, como un proyecto de ley para crear jardines maternales que con apoyo del gobierno y gestionados por dichas organizaciones brinden a los niños y madres embarazadas, desayuno, almuerzo y merienda reforzada.

Bueno, pero ¿qué más podemos hacer por el progreso de estos niños? Los niños simbolizan el futuro de una familia, de una comunidad, de una nación. Me parece que esta amenaza de la desnutrición y la sensación de no poder evitarla se relaciona con que creemos que ya no tenemos futuro. Y las cualidades que tan naturalmente expresan los niños, como son inocencia, pureza, dulzura, esperanza, sinceridad, confianza, son indispensables en estos momentos para ayudarnos a revertir esta tendencia tan desalentadora.

Me acordé de cómo en muchas oportunidades durante mi niñez y también ahora en la educación de mis hijas, la oración me ha ayudado a salir de situaciones desesperadas. Recurrir a Dios como mi Padre-Madre amoroso, pensar que Él es quien me cuida y me gobierna, a mí, a mi familia y a toda la humanidad y quien satisface nuestras necesidades, me ha traído serenidad, ha calmado mi temor e inseguridad respecto al futuro. También me ha guiado a encontrar soluciones en casos de carencia, problemas de salud y dificultades en la educación.

Recuerdo que cuando una de mis hijas era bebé tuvo una infección en un oído, que parecía muy dolorosa. La niña lloraba desconsoladamente y yo estaba asustada. Esa noche estuve orando y reconociendo el amor tierno y la protección de Dios para esta bebé, y tratando de verla como Dios la ve: a Su imagen y semejanza, buena, pura, saludable. A la mañana siguiente, le había drenado el oído y la niña se sentía muy bien.

Pienso que lo mejor que puedo hacer en este momento, es ver a todos los niños como Dios los ve: a Su imagen y semejanza. Puedo atesorar sus valiosas cualidades en mi corazón y aprender de ellos, y sobre todo, amarlos y confiar en que la oración está produciendo un cambio palpable.

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