Cuando tenía diez años, un oculista me dijo que tendría que usar anteojos. Empecé a usarlos para leer porque cuando no los usaba veía las palabras fuera de foco. También me dolía la cabeza y me picaban mucho los ojos.
Al ir creciendo espiritualmente, empecé a comprender mejor a Dios y ya no quería usar lentes. Entonces decidí orar por mí mismo.
Mi madre me dijo que ella oraría por mí también, pero que yo tendría que hacer mi parte. Me pidió que leyera del Nuevo Testamento en la Biblia. Yo hice lo que me pidió, esforzándome por entender lo que leía. Por la noche, antes de irme a dormir, leía los Evangelios y las Epístolas de Pablo y diferentes partes del Antiguo Testamento.
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