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Artículo de portada

“¡Quiero saber más!”

Este relato omite ciertos detalles que el autor no puede discutir debido al acuerdo legal que se ha comprometido obedecer.

Del número de mayo de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En octubre del 2000, estaba comenzando mi cuarto año como maestro y las cosas marchaban muy bien. Entonces un día, la administradora de la escuela me llamó a su oficina para hablar conmigo sobre un alegato de mal comportamiento que había hecho un padre, con relación a un incidente que había ocurrido en la escuela al término del año académico anterior. Cuando salí de su oficina pensé que todo el asunto había terminado ahí, pero en lugar de eso, me despidieron.

Cundo me di cuenta de que ya no podía hacer nada para recuperar mi trabajo, pasé de negarme a aceptar lo sucedido a estar muy enojado. Sentí que la decisión que habían tomado era totalmente injusta y que la circunstancia que llevó a acusarme del hecho había sido mal interpretada y exagerada.

Me reuní con una mentora de maestros que me había ayudado cuando empecé a enseñar, quien me aconsejó que consiguiera un puesto de maestro en otra parte. Pero yo me sentía tan abatido y deprimido, que ella me preguntó: “¡Acaso no crees que hay un Dios que hará que se haga justicia?”

Como no me había criado con ninguna educación espiritual, sentía que no tenía ninguna conexión con Dios. Para mí, el hecho de haber sido despedido era una prueba más de que Dios no existía porque todo esto me parecía una equivocación muy grande.

Recuerdo que mi mentora, que era una persona de pensamiento muy espiritualizado, pareció afligirse bastante cuando me escuchó decir esto. Su novio era abogado y él me aconsejó que me asesorara legalmente; pero yo sentía que mi carrera como maestro había terminado. Estaba haciendo algunos trabajos como suplente, pero me costaba imaginarme sentado en una entrevista de trabajo explicando por qué me habían echado. También había llegado el momento de renovar mi credencial de maestro de escuelas públicas. Además, después de mi despido, mis archivos personales habían sido enviados a la Comisión de Credenciales Docentes en mi estado natal, y se había abierto una investigación para determinar si esta credencial iba a ser revocada o suspendida.

Finalmente, decidí hablar con una buena amiga de la familia sobre la situación. A lo largo de los años ella siempre me había dado buenos consejos. Aunque nunca me había hablado sobre su religión, en esa ocasión me preguntó si no estaría interesado en conversar con un practicista de la Christian Science, persona que, a través de la oración, ayuda a la gente cuando pasa por momentos difíciles. Y yo acepté. Ansiaba que alguien me ayudara; la carga que tenía sobre mis hombros se había vuelto muy pesada.

Recuerdo la primera vez que conversé con el practicista en la cocina de mi amiga. Comenzó a hablarme sobre el hecho de encontrar mi relación con Dios. Al principio, esto me resultó muy difícil. Pero cuando el practicista continuó mencionando la palabra amor — insistiendo en que Dios me amaba y que estaba relacionado con Él por el simple hecho de que yo estaba aquí— empecé a sentir que había un poder superior que me podía ayudar, y que veía el bien en mí. Escuchar sobre este amor incondicional de Dios tuvo un efecto poderoso en mí, sobre todo porque me sentía muy solo. Después de esta conversación, esta situación que me había parecido tan abrumadora ya dejó de ser una carga tan grande. Me di cuenta de que no necesitaba lidiar con estos problemas por mi cuenta, sin ayuda.

Me reuní algunas veces más con el practicista y le dije: “¡Quiero saber más! Dime más sobre mi relación con Dios”. Entonces me dio el libro Ciencia y Salud.

Leí un poco cada día con profunda atención, y me tomó un par de meses terminarlo me llenó de muchísima inspiración. No sentí que el libro me estuviera predicando o tratando de convertirme en algo diferente. Pero me proporcionó una nueva perspectiva de la vida, y esto cambió todo para mí. Con esta nueva comprensión de Dios, pude dejar de lado mis temores y la ira que había sentido.

En un momento determinado averigüé si había reuniones relacionadas con Ciencia y Salud y a las que podía asistir. Me dijeron que sí. De manera que los miércoles y domingos comencé a concurrir a algunos servicios en una iglesia de la Christian Science que había cerca, y también empecé a leer la Lección Bíblica Semanal.

Poco después, me presentaron a una estudiante de la Christian Science en la iglesia que es abogada. Después de hablar con ella sobre mi situación, se ofreció para concertarme una cita con su firma de abogados. Ellos conversaron conmigo sobre las diferentes opciones legales que tenía, y negociamos un acuerdo favorable con los abogados de la escuela por el cual, entre otras cosas, pude renunciar a mi cargo. Además, el Fiscal de Distrito descubrió tiempo después que la administradora de la escuela y los miembros de la comisión directiva habían violado mi derecho a un proceso justo en este caso y recibieron una reprensión.

Comencé a sentir que había un poder más elevado que me podía ayudar.

Después de este alegato, yo estaba muy preocupado de que revocaran o suspendieran mis credenciales para enseñar. Sin embargo, después de revisar mis archivos, la Comisión de Credenciales Docentes de mi estado me notificó que habían cerrado la investigación de mi caso y que no tendría ningún problema en renovar mi credencial.

En lo que respecta a mis perspectivas de trabajo, antes de que todo esto se arreglara, yo ya había decidido buscar otro empleo de maestro de tiempo completo. Antes de haber comenzado a sentir esta renovada relación con Dios, me asustaba el sólo pensar en tener que presentarme a solicitar trabajo en otro lugar. Pero ahora tenía la certeza de que Dios estaba conmigo. Estaba seguro de que Él tenía un lugar para mí.

Un mes después, tuve una entrevista en otra escuela. Decidí ser totalmente honesto con el comité que me entrevistó, y les conté todo lo que había ocurrido en la escuela anterior. Los miembros del comité, en silencio, estuvieron muy atentos cuando les conté por qué me habían echado. Las preguntas y los comentarios que hicieron fueron de tono muy compasivo. Como resultado, obtuve el puesto de maestro. Fue un lugar donde sentí que realmente querían que yo estuviera allí. De hecho, uno de los maestros después me comentó que había sido como si “un ángel” me hubiera traído a la escuela. Hace ya casi cuatro años que enseño allí y me ha traído muchos momentos gratos.

Al verlo en retrospección, me doy cuenta de que más que necesitar que se hiciera justicia legal, yo necesitaba sentirme amado — conocer el amor de Dios — y eso me permitió seguir avanzando en mi vida.

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