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Artículo de portada

Firmes en contra de la injusticia

Del número de mayo de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algunos años, yo era miembro de una delegación sindical en el banco donde trabajaba. En aquella época, había escasez de moneda en nuestro país (Zaire), y los pagos de sueldo no se producían de acuerdo con los términos de nuestros contratos.

Un día, cuando el banco recibió una gran suma de dinero destinada al pago de sueldos, se realizó una reunión entre la gerencia y la delegación sindical a fin de determinar juntos, qué porcentaje asignar a cada categoría de empleados, puesto que la cantidad recibida no era suficiente para pagar toda la nómina.

Acordamos favorecer a las categorías más bajas porque su paga era muy pequeña. A la mañana siguiente, unilateralmente la gerencia decidió pagar a los ejecutivos más altos y con sueldos más elevados, en detrimento de las categorías más bajas. Como miembros del sindicato no estuvimos de acuerdo con esta injusticia. El grupo nuestro le ordenó a la oficina de pagos que no cumpliera con las órdenes de la gerencia a menos que llegáramos a un nuevo acuerdo. Esto no le gustó a la gerencia, quien decidió despedir a la gente de la oficina de pagos y, días después, a todos los miembros de la delegación del sindicato.

Dios es nuestro empleador y no puede favorecer a unos en detrimento de otros.

Nuestra suerte parecía estar echada, ya que la gerencia del banco tenía la intención de sobornar a los agentes del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social para que nuestro litigio fracasara. Mientras tanto, firme en mi comprensión de la supremacía de la justicia divina, comprensión que había obtenido gracias a mi estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud, mantuve la calma y les comenté a los otros miembros del sindicato el hecho de que, al afiliarse al mismo, habíamos aceptado la misión de servir a otros sin esperar nada a cambio. De manera que se trataba de una misión llena de amor por los demás, y el Amor, que es Dios, no nos podía castigar por haber estado de acuerdo en ayudar a otras personas. Es más, les dije que no podíamos sufrir por negarnos a autorizar una injusticia.

Yo sabía por experiencia que Dios era nuestro verdadero empleador y no había ninguna injusticia en Él. Por lo tanto, no podía favorecer a algunos en detrimento de otros. Dios gobernaba toda la situación y, ni la gerencia del banco ni el sindicato, podían estar separados de Su amor. Poco tiempo después, la Autoridad Fideicomisaria, que está a cargo de los asuntos de la Seguridad Social, notificó al banco que nos tenía que volver a contratar. Pero éste se negó a cumplir y apeló contra la decisión.

Un practicista de la Christian Science con quien yo continuaba orando, me dijo que debía perdonar y amar al Presidente del banco y a su asistente, que parecían ser mis enemigos. O sea, tenía que verlos como Dios los veía, en otras palabras, como Sus hijos amados, creados a imagen y semejanza de Dios, y también comprender más claramente que la ley divina era suprema. Compartí todas estas ideas con los miembros del sindicato

Tiempo después, la Autoridad Fideicomisaria denegó la apelación de la gerencia y, coincidentemente, se tomó la decisión política de quitar al Presidente y a su asistente de sus respectivos cargos. Durante el proceso de reemplazo de la gerencia, el ex presidente y su ayudante, quienes habían cambiado completamente su actitud, insistieron en que la delegación del sindicato participara en este proceso. De manera que nos volvieron a admitir de inmediato y, pocos meses después, los pagadores también regresaron al trabajo.

Gracias a la oración basada en una comprensión de la naturaleza bondadosa del hombre y del poder del bien, Dios, podemos ponernos firmes en contra de la injusticia. Mary Baker Eddy escribió en su libro Ciencia y Salud: “En la Ciencia divina, donde las oraciones son mentales, todos pueden contar con Dios como ‘pronto auxilio en las tribulaciones’. El Amor es imparcial y universal en su adaptación y en sus dádivas. Es el manantial abierto que exclama: ‘Todos los sedientos: Venid a las aguas’ ” (pág. 12).

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