Con 14 años, tuve una instructiva experiencia acerca de Dios. Nuestro profesor nos aconsejaba que fuéramos a la capilla del colegio. Para mí eso constituía casi una tortura, a pesar de saber que Dios era el Amor. Pero no soportaba estar allí ni dos minutos seguidos. Sentía algo parecido al miedo, y no sabía por qué.
Un día, al salir del colegio, vi a un mendigo que vendía estampitas. Todas tenían tres puntitos en la frente. El vendedor afirmaba con aire misterioso: "Si se concentran fijamente en los tres puntitos durante un minuto, y luego miran al cielo o a una pared en blanco, verán en grande la imagen del santo".
Yo sabía que todo era el efecto de una ley óptica, pero así y todo le compré una estampa. Seguí las instrucciones y comprobé como se proyectaba en la pared del salón de mi casa la imagen de Teresa de Jesús. Ni me sorprendió ni me sentí protagonista de una experiencia mística porque en la clase de Física hacía ya un año que habíamos estudiado la ley en que se apoyaba ese fenómeno óptico.
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