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Sana de cáncer

Del número de agosto de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La primera vez que comencé a leer Ciencia y Salud no me encontraba en la mejor actitud para aceptar sus ideas. Pensaba que Dios me había olvidado. Se había abierto una puerta en mi vida por la cual se colaban toda clase de desgracias ante las que Dios no tenía nada que hacer.

Sin embargo de niña me había sentido como una hija muy querida pro Él, y en mi mente infantil albergaba ideas muy correctas acerca del que consideraba mi Padre. Mi gran sueño era ser misionera y trabajar con los necesitados. Por eso siempre viví de una manera muy práctica, de voluntaria en residencias de ancianos sin recursos, con niños gitanos y sus familias, en campamentos con adolescentes problemáticos, etc.

Cuando mi esposo me presentó el libro que había comenzado a leer, pensé que se decían cosas muy bellas y trascendentes, pero también muy abstractas y teóricas. Pero "la necesidad extrema del hombre es la oportunidad de Dios", según dice este libro en la página 266.

En un momento determinado comencé a sufrir de una tos persistente que me impedía dormir y me obligaba a pasar toda la noche incorporada para no asfixiarme.

Mi marido me sugirió que Ciencia y Salud podría ayudarme ya que en realidad esa tos no era parte de la creación de Dios y por ende no existía. Me pareció tan descabellado todo eso que casi me enfado con él. ¿Cómo podía no existir la tos, si me acompañaba toda la noche y parte del día?

Me ofreció la posibilidad de llamar a una practicista de la Christian Science para que me ayudase orando. Lo hice. La tos se fue pero mi estado general empeoró. Yo no entendía nada de la Christian Science. Sólo negaba y negaba algo que para mí era más que evidente: no me encontraba bien. Después comprendería que negar no era suficiente. Era aún más necesario establecer la Verdad de la realidad espiritual.

Tuve que ser hospitalizada. El diagnóstico de los médicos no fue muy esperanzador. Los síntomas apuntaban a tuberculosis y cáncer. Cuando los análisis de sangre descartaron lo primero, sólo quedaba la segunda posibilidad, y me diagnosticaron cáncer de pulmón. Entonces estuve de acuerdo en aceptar en serio el tratamiento mediante la oración, ya que los médicos todavía no me habían prescrito medicamento alguno. En ese momento, también me diagnosticaron cáncer en los ovarios, pero los médicos sólo se lo dijeron a mi esposo. La enfermedad estaba tan avanzada que pensaron que era un caso perdido y decidieron no decírmelo.

Tomé parte activa en el proceso de mi curación. Todo el día leía artículos del Heraldo, repetía estrofas de himnos y salmos, especialmente el 91, o meditaba "la declaración científica del ser" (Ciencia y Salud, pág. 468). que mi marido me había copiado para tenerla más a mano. La misma comienza: "No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y su manifestación infinita..."

La lectura del libro adquirió otra perspectiva. Contenía ideas que parecían escritas para mí. Las páginas 390-395 me animaban continuamente a rebelarme contra la enfermedad. Me resultaba especialmente alentador por mi condición de abogada, un párrafo que dice: "Afrontad los estados incipientes de la enfermedad con una oposición mental tan poderosa como la que emplearía un legislador para impedir la aprobación de una ley inhumana".

Cuando el temor y la duda aparecían con fuerza, mi marido me leía un pasaje del Segundo Libro de Reyes (6:15-17) donde Giezi, criado de Eliseo, lleno de pavor al verse sitiado por el ejército enemigo acude desesperado al profeta. Éste le dice: "No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos". Y a continuación el hombre de Dios ora para que Giezi vea con el sentido espiritual. Como resultado de esa oración el criado con el cual yo me identificaba, mira de nuevo "y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo". Desde entonces llamo cariñosamente a mi marido "mi Eliseo".

Por primera vez en mi vida, comprendí realmente la petición del Padre Nuestro que dice "Hágase Tu voluntad". Antes pasaba por ella como de puntillas porque tenía miedo de que la voluntad de Dios fuera unas veces buena y otras, mala. Pero llegué a comprender que Él era mi Padre-Madre, y como dice Lucas, "¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?" (Lucas 11:11-12) El "hágase Tu voluntad" sólo puede ser "hágase el bienestar", "hágase la alegría", "hágase la vida, la luz", hágase la felicidad". Sólo cuando desapareció el miedo a la voluntad de Dios, los síntomas de la enfermedad también lo hicieron ante la inexplicable sorpresa de los médicos que confirmaron mi asombrosa y total recuperación.

Actualmente soy Científica Cristiana. Mis dudas, temores y dificultades de un principio, me ayudan hoy a comprender mejor a los que comienzan en el estudio de la Christian Science. Las situaciones que he ido enfrentando han sido diferentes pero todas comparten un mismo denominador común: la curación o la demostración se manifiestan siempre, no cuando me he rendido al miedo, sino cuando me he abandonado con comprensión a las manos de Dios. En todo tiempo procuro vivir en ese cálido y tierno refugio del que habla el Salmo 91 "con sus plumas te cubrirá y debajo de sus alas estarás [segura]" (Salmo 91:4).


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