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La Navidad: su promesa y cumplimiento

Del número de noviembre de 2006 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Alegría, reuniones familiares, regalos, charlas con amigos, callada contemplación, renovación espiritual, son algunas de las actividades Y sentimientos con que el mundo cristiano recibe la Navidad. De hecho, esta festividad incluso produce muchas de esas mismas imágenes en partes del mundo que no son cristianas. Lo que ocurre es que la Navidad conmemora el suceso de mayor importancia en la historia del mundo y para toda la humanidad: el nacimiento de Cristo Jesús, el Hijo de Dios.

La unidad continua del hombre con Dios no tiene comienzo ni fin.

Hoy en día, escudriñamos los cielos para descubrir si existen otros seres en el universo. Tratamos de averiguar el origen de la vida y enviamos sondas espaciales para estudiar los planetas y tratar de comprender cómo fueron formados y de qué materiales están compuestos. Sin embargo, el acontecimiento que celebramos en la Navidad, y que tuvo lugar hace más de dos mil años, sondea justamente estos mismos temas. Trastorna todo concepto y razonamiento material, y desintegra la teoría de que la materia sea sólida. ¿Por qué? Porque Jesús nació de una virgen.

Esta experiencia única, profetizada siglos antes, reexamina todas las teorías sobre la causalidad y la generación. Trae consigo el mensaje eterno de la Navidad que afirma que todos los hombres y mujeres tienen una fuente espiritual; que su verdadero origen no se encuentra en un óvulo ni en un esperma; que su desarrollo humano puede trascender las limitaciones de la carne, y que pueden liberarse de los grilletes del pecado, la enfermedad e incluso de la muerte misma, que los tiene esclavizados.

No sabemos mucho de la vida de Jesús antes de que comenzara su ministerio público y realizara todas las obras que indicaban que él cumplía la profecía. Pero sí se sabe que sanó todo tipo de enfermedades, calmó tormentas, alimentó multitudes, liberó a la gente de los hábitos pecaminosos que los esclavizaban, y levantó a muertos y moribundos. Esto hizo que muchas personas lo escucharan y siguieran la nueva doctrina que enseñaba. En una ocasión, habló con una mujer que vino a sacar agua de un pozo, y le confió el papel tan especial que él desempeñaba. Después, ella, al ir a la ciudad y contar lo sucedido, exclamó: "¿No será éste el Cristo?" Juan 4:29. En una manifestación de claro entendimiento espiritual Pedro, su discípulo, dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". Mateo 16:16.

No obstante, la mayoría de las personas que estaban en contra de Jesús, lo rechazaban e ignoraban. Ante prueba tan abrumadora, ¿cómo podemos explicar esa reticencia a aceptar que él era el Mesías prometido? Esto sólo puede ser el resultado del odio extremo contra la verdad que trató de matar al infante Jesús y acosó sus pasos durante su ministerio sanador. Ese odio llegó a ser tan intenso que culminó en traición, acusación falsa, juicio injusto y brutal ejecución. Y esta última tuvo la intención de repudiar de manera terminante el mensaje de libertad y salvación universal de la Navidad.

Sin embargo, el mensaje de la Navidad continúa manifestándose porque se ilumina aún más con la resurrección de Jesús y se cumple con su ascensión. De hecho, la Navidad y la Pascua están irrevocablemente ligadas en una gloriosa promesa y su cumplimiento. El mensaje universal de la Navidad (la inocencia prenatal de hombres y mujeres y de toda la creación), el mensaje de la resurrección (su continuo progreso en la eterna expresión de la Vida), y el mensaje de la ascensión (la unidad eterna de Dios y Su creación), forman un acorde sinfónico. Ninguna parte de ese acorde puede separarse de las otras partes, y tampoco puede ser totalmente comprendida sin ellas. Los discípulos de Jesús realizaron algunas curaciones mientras estuvieron con él, pero no lograron alcanzar la plenitud de su misión hasta que, después de su ascensión, recibieron el Espíritu Santo (que Mary Baker Eddy identifica como Ciencia Divina), y comprendieron que había sido el Principio divino, y no la personalidad de Jesús, lo que llevó a cabo las maravillosas obras del Salvador.

Jesús mismo explicó este acorde sinfónico y sublime. En una ocasión dijo: "Antes que Abraham fuese, yo soy". Juan 8:58. Puesto que Jesús apareció unos 18 siglos después que Abraham (el patriarca de la nación israelita), con esa declaración el Maestro estaba indicando que su verdadera naturaleza, como la expresión eterna de la luz y la gloria de Dios, no tiene comienzo. En otra ocasión afirmó: "He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo", Mateo 28:20. indicando que su verdadera naturaleza no tiene fin. Esa naturaleza eterna es el Cristo, la presencia y el poder divinos. Es la gloria y la manifestación de Dios lo que nos encuentra, consuela y sana en nuestra travesía diaria hacia el Espíritu. El Cristo siempre ha existido, aunque no siempre ha sido comprendido. Precedió a Jesús. No obstante, él fue el representante humano más completo del Cristo, en cumplimiento de la profecía bíblica. Véase Lucas 4:16-19. Jesús dijo: "Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre". Juan 16:28. Éste es el mensaje completo de Navidad, de vida como Espíritu, que no tiene comienzo ni fin.

Este mensaje es muy particular. Escuchamos el llamado de la Navidad que nos dice que cada uno de nosotros proviene del Padre; que la carne y la sangre (ADN, herencia, ambiente, cultura, educación, condiciones físicas) no nos pueden formar, limitar ni ayudar. La Navidad nos dice que la creación de la Mente divina del todo inteligente es tan pura y libre como su fuente, porque la Mente divina se conoce a sí misma y a su propia totalidad. El resultado de este autoconocimiento son los hijos e hijas de Dios. La imagen y semejanza del Amor divino comparte la naturaleza del Amor y es buena y libre. La Christian Science explica el mensaje de la Navidad y nos dice que cuando comprendemos nuestra verdadera fuente espiritual somos liberados de las limitaciones de la carne.

Es necesario enfrentar y superar el concepto de que la materia es nuestra fuente y que estamos ligados a ella. A medida que comprendemos que nuestro verdadero ser está siempre vinculado por la ley divina a nuestra fuente creadora, la Mente divina, nuestra individualidad como hijos de Dios comienza a manifestarse. Entonces comenzamos a eliminar las tendencias y rasgos de carácter negativos. Así mismo, la enfermedad deja de hacer presa de nosotros porque percibimos también que es algo separado de nuestro verdadero ser. El Apóstol Pablo dijo: "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas". 2 Corintios 5:17.

Mary Baker Eddy explica esto sucintamente en su libro Escritos Misceláneos, 1883-1896, cuando escribe: "Los mortales perderán su sentido de mortalidad — enfermedad, dolencia, pecado y muerte— en la proporción en que adquieran el sentido de la preexistencia espiritual del hombre como hijo de Dios; como linaje del bien, y no de lo opuesto a Dios — el mal, o un hombre caído". Escritos Misceláneos, pág. 181.

Hace algunos años trabajé como capellán en el ejército de los Estados Unidos. Un día un oficial de alto rango me pidió que fuera a verlo a él y a su esposa. Cuando llegué a su casa, me llevaron a ver a sus hijos mellizos, que tenían poco más de un año. Uno comenzaba a caminar alrededor de la habitación. El otro no podía caminar. Estaba encorvado. Tenía doblada la espalda y no podía levantar la cabeza de sus hombros. El nacimiento del niño había sido muy difícil, y le habían dicho a la familia que los instrumentos utilizados durante el nacimiento habían causado el defecto. Los médicos diagnosticaron que era probable que nunca podría caminar y que quedaría encorvado hacia delante. Los padres me preguntaron si podía orar por el pequeño, a lo que respondí que lo haría con mucho gusto.

Sentí claramente que yo debía elevar mi pensamiento por encima del falso concepto de que este niño era un mortal biológico encerrado como en una camisa de fuerza de limitación física. Oré para ver, es decir para comprender, la preexistencia del niño o su coexistencia eterna, con su Padre-Madre Dios, su fuente verdadera. Esa preexistencia perfecta fue el mensaje de Navidad que Jesús dio en las últimas horas de su ministerio, al referirse a su verdadero ser: "Ahora, pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese". Juan 17:5.

Esa gloria mostró la radiante realidad del ser verdadero que nunca está encerrado en la materia. Cuando percibí más claramente que este niño no era linaje de la carne, sino del Espíritu, supe que no podía estar sujeto a las leyes sobre accidentes que impone la materialidad. No eran los músculos ni los nervios lo que lo sostenían, sino la Mente divina que mantenía su propia expresión perfecta.

"He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo".

El mensaje de Navidad de la creación espiritual trajo consigo, una vez más, el efecto externo de "en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres". Lucas 2:14. En este caso, la curación. En dos semanas, el niño había sanado. Tenía la espalda derecha, la cabeza erguida y estaba aprendiendo a caminar. La última vez que supe de él, medía más de un metro ochenta, ¡y ahora sí que tenía que encorvarse para pasar por las puertas!

La alegría y promesa del mensaje de Navidad nos hace un llamado a todos nosotros en esta época difícil en que el sufrimiento parece prevalecer tanto, en que por todas partes hay víctimas de huracanes, inundaciones, terremotos, guerras, y donde las pandemias amenazan a millones de personas. No descuidemos los regalos de los Magos (oro, incienso y mirra), pues hoy en día éstos se pueden traducir en oraciones que ven a cada uno como hijos de Dios, alimentados por el Espíritu divino, morando bajo el cuidado protector del Amor y acompañados del cálido y tierno abrazo del Alma.

Todo sufrimiento momentáneo ante lo que parece ser un poder opuesto a Dios — como lo evidenció la crucifixión— exige valor y fortaleza espiritual. ¿Qué cargas de la carne podemos dar a cambio de los dones de la Vida, la Verdad y el Amor? ¿Podemos acaso ver nuestra pureza preexistente y vivirla de la mejor forma en nuestra vida diaria, incluso ante la adversidad?

La cruz es el emblema del cristianismo. Representa sacrificio, amor, abnegación, y lleva consigo la corona de victoria. Parte de un poema escrito por M. B. Eddy dice: "Beso la cruz, y despierto para conocer/un mundo más ideal". Poems, pág. 12. He descubierto que cuando humildemente "beso la cruz", lucho con la atracción y las pretensiones de la materia y me esfuerzo por dejar de lado toda característica que no se centre en Dios, la cruz realmente se transforma en la corona de victoria y autoridad espiritual.

En aquel acorde sinfónico que la vida de Jesús demostró, la unidad continua del hombre con Dios es la misma que su ser preexistente. El hombre no tiene comienzo ni fin. Él es, porque Dios es. Jesús dijo: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". Mateo 5:48. Dios perfecto, hombre perfecto. Causa perfecta, efecto perfecto. Ahora y para siempre. Ése es el mensaje de la Navidad, su promesa y cumplimiento.

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