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"Ya no te enfermes"

Del número de noviembre de 2006 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace años, los médicos detectaron que la glándula tiroidea no funcionaba normalmente y me había afectado el sistema nervioso. A esta condición le dieron el nombre de tirotoxicosis con hipersensibilidad nerviosa, y me informaron que como era incurable tendría que medicinarme de por vida.

Uno de los síntomas de este problema era que, estando con gente a mi alrededor, mi pensamiento se ponía a divagar y dejaba de estar consciente de lo que estaba ocurriendo. Esto llevó a que mi familia me separara de mis hijos para que pudiera dormir, porque cuando no lograba hacerlo me desmejoraba aún más.

Esta dolencia también me había deformado físicamente. Mis ojos estaban desorbitados, como de asustada permanente, y tenía un bulto bastante feo en el cuello. Los médicos me dijeron que con las medicinas podrían regular el funcionamiento de la glándula, pero no el problema de los ojos y el cuello.

Entonces ocurrió algo que hizo que mi vida y la de mi familia dieran un vuelco rotundo. Un día, estaba lavándole las manitos al que era entonces el más pequeño de mis hijos, cuando me dijo: "Mamá, ya no te enfermes. ¿Por qué te enfermas?"

Con nosotros vive mi mamá, a quien los niños llaman "la nona", y el pequeño me dijo: "La nona no se enferma". Entonces le expliqué: "La verdad es que ella lee la Biblia y un libro que se llama Ciencia y Salud, y esos dos libros la ayudan a vivir sin problemas de salud".

El niño de inmediato me contestó: "¿Por qué no haces tú lo mismo para no enfermarte?" Mi mamá, que justamente estaba allí me dijo: "Mira tu ángel, tu mensajero. Has recibido el mensaje del más inocente y pequeñito de la familia".

A partir de ese entonces empecé a estudiar la Ciencia Cristiana, según se enseña en Ciencia y Salud, y a asistir junto con mis hijos a la iglesia. Esto mejoró nuestra vida notablemente.

Yo había oído hablar de esta Ciencia, pero lo único que sabía y que me había impactado eran las palabras de Juan: "Dios es amor". 1° de Juan 4:16. Esto es porque a veces cuando los cosas no van bien uno tiende a culparlo a Él de lo que ocurre. Pero yo había escuchado que Dios nunca castiga ni manda cosas malas a Sus hijos. Asimismo, algo que me alentó mucho fue comprender que para Dios nada es imposible.

Al ir aprendiendo que soy la imagen y semejanza de mi Hacedor y no un mortal expuesto a toda clase de enfermedades, mi salud empezó a mejorar. Poco a poco dejé de tomar los medicamentos y mis ojos y el grosor de mi cuello volvieron a su tamaño normal.

Esta curación ocurrió hace 16 años y por ella comprendí que Dios ya está aquí con nosotros y cuando comenzamos a comprenderlo vamos dejando atrás sufrimientos y enfermedades.

Antes de terminar, quisiera contar cómo en otra ocasión pude comprobar una vez más el tierno cuidado de Dios. Mi hijo tenía que participar en una celebración del día de la primavera junto con una compañerita. Una amiga mía necesitaba ayuda para alquilar los disfraces y recoger unas sillas, así que me ofrecí a hacerlo. Primero fuimos con mi esposo por las sillas y cuando llegamos a la otra tienda para alquilar los trajes me di cuenta de que no tenía mi monedero. Así que de inmediato me puse a orar.

Me acordé de que en el reino de Dios, que está aquí y ahora, nada se pierde. En ningún momento acepté que había perdido ese monedero. Razoné que, puesto que mis motivos eran buenos, al tratar de ayudar a una amiga, estaba cumpliendo con la ley de hacer con los demás lo que quisiera que hicieran conmigo, y esto me hizo sentir protegida. Entonces, al dirigirnos a la otra tienda, cuando estábamos por llegar, observé un bulto en la calle y al acercarme vi que era mi monedero. Aunque había estado allí unos 40 minutos, lo encontré intacto con todo el dinero. O Considerando que allí hay un paradero de micros con mucho movimiento de carros y pasajeros, fue increíble que nadie lo haya visto ni tocado.

¿Qué más puedo decir, sino estar inmensamente agradecida a Dios por todas Sus bendiciones y protección?

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