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Su hijo vuelve en sí

Del número de noviembre de 2006 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un día, estaba dándole la papilla a mi hijo de cuatro meses de edad cuando de pronto empezó a toser, a respirar con dificultad y a ponerse morado. Traté de hacerle expulsar el alimento pero no pude. Pronto dejó de respirar y perdió el conocimiento.

Años atrás yo había sido enfermera y conocía las maniobras de resucitación, así que intenté ponerlas en práctica, pero al ver que no daban ningún resultado me embargó el pánico.

Llegado ese momento, me puse a orar para tratar de ver que Dios estaba gobernándolo todo y así poder dejar de sentir miedo. También, uno de los pensamientos que me vino cuando oraba es que el esfuerzo meramente humano no podría lograr nada y eso hizo que me aferrara al hecho de que somos espirituales y que es Dios el que está siempre presente sanando toda situación. Luego declaré con confianza: "Padre, lo pongo en Tus manos".

"Cuando te acuestes no tendrás temor..."

Entonces salí a la calle con él, pero apenas caminé unos diez metros, volteé a ver su rostro y tenía los ojos abiertos.

Una vecina me dijo: "¿Qué tiene tu hijo? Se le ve muy blanco." Yo no le contesté y pensé: "El está bien". Y regresé a casa.

Entonces recordé la frase: "...dad a la Mente la gloria, el honor, el imperio y la potencia". La frase completa dice: "Si la Mente fue cronológicamente lo primero, si es lo primero en potencia y si tiene que ser lo primero eternamente, entonces dad a la Mente la gloria, el honor, el imperio y la potencia debidos, por toda la eternidad, a su santo nombre". (Ciencia y Salud, pág. 143) Ni bien coloqué al niño en su carriola empezó a jugar con sus manitas, sonriendo, expresando tanto gozo y alegría que ya no tuve la menor duda de que estaba del todo bien. El niño hoy tiene 9 años y no ha tenido ninguna secuela de esa experiencia. Está perfectamente bien.

Esta curación me dio mucha fortaleza y se transformó para mí, en las palabras de la Biblia, en un báculo en qué apoyar mi confianza, al que puedo recurrir en todo momento. Siempre que enfrento cualquier situación adversa recuerdo esta curación con inmensa gratitud por la certidumbre que obtuve de que Dios destruye toda pretensión del mal y es un poder siempre presente que responde al instante a nuestras necesidades.


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