Un día, estaba dándole la papilla a mi hijo de cuatro meses de edad cuando de pronto empezó a toser, a respirar con dificultad y a ponerse morado. Traté de hacerle expulsar el alimento pero no pude. Pronto dejó de respirar y perdió el conocimiento.
Años atrás yo había sido enfermera y conocía las maniobras de resucitación, así que intenté ponerlas en práctica, pero al ver que no daban ningún resultado me embargó el pánico.
Llegado ese momento, me puse a orar para tratar de ver que Dios estaba gobernándolo todo y así poder dejar de sentir miedo. También, uno de los pensamientos que me vino cuando oraba es que el esfuerzo meramente humano no podría lograr nada y eso hizo que me aferrara al hecho de que somos espirituales y que es Dios el que está siempre presente sanando toda situación. Luego declaré con confianza: "Padre, lo pongo en Tus manos".
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