Levanté la mirada y vi una tremenda expresión de terror. Me llevó unos segundos darme cuenta de que la cara en el espejo era la mía. Había estado tratando de detener la hemorragia repentina de un tumor en el pecho, sin darme cuenta de lo asustada que estaba.
“¿De qué tienes miedo?”, me pregunté, llevada por la ansiedad. “Tengo miedo de morir”, pensé. Luego me dije: “Bueno, si la muerte fuese una posibilidad, ¿qué harías con lo que te queda de vida?” Y sabía la respuesta: “Siempre he querido ser una mejor sanadora”. Así que miré el espejo y dije: “Ésa es tu oración de hoy”.
La hemorragia pronto disminuyó y pude ponerme una venda. Cuando terminé, vi que al cuestionar mi temor, había dejado de sentirme como paralizada. Y si bien el problema persistió por cierto tiempo, ya no me sentía estática. Ahora podía avanzar con la oración.
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