Levanté la mirada y vi una tremenda expresión de terror. Me llevó unos segundos darme cuenta de que la cara en el espejo era la mía. Había estado tratando de detener la hemorragia repentina de un tumor en el pecho, sin darme cuenta de lo asustada que estaba.
“¿De qué tienes miedo?”, me pregunté, llevada por la ansiedad. “Tengo miedo de morir”, pensé. Luego me dije: “Bueno, si la muerte fuese una posibilidad, ¿qué harías con lo que te queda de vida?” Y sabía la respuesta: “Siempre he querido ser una mejor sanadora”. Así que miré el espejo y dije: “Ésa es tu oración de hoy”.
La hemorragia pronto disminuyó y pude ponerme una venda. Cuando terminé, vi que al cuestionar mi temor, había dejado de sentirme como paralizada. Y si bien el problema persistió por cierto tiempo, ya no me sentía estática. Ahora podía avanzar con la oración.
Esto me ayudó a comprender que el temor en sí mismo no tiene ninguna sustancia ni poder real para actuar. Para manifestarse en una condición o reacción, el temor necesita del consentimiento humano, ya sea consciente o inconsciente. El temor es una sugestión de que la vida está fuera del control divino. Al sugerir que las condiciones materiales tienen el poder de dar vida o de quitarla, el temor va debilitando la estabilidad de mentes y cuerpos sanos.
Por la mañana, la hemorragia y el tumor habían desaparecido por completo.
Eso fue lo que me ocurrió a mí antes de mirarme en el espejo. El temor me había distraído y había dejado de ocuparme en los hechos espirituales fijos, sólidos y reales de que Dios es bueno y el hombre, en este caso, yo, es Su creación perfecta. Este enceguecimiento hipnótico de la realidad parece producir un cuadro alternativo, donde la materia está al mando y amenaza controlar todos los resultados. Pero, en realidad, el temor no tiene más poder para cambiar la verdad del ser, el estado verdadero del hombre, de lo que tiene una mirada a través de un vidrio sucio para cambiar el contenido de una habitación. De hecho, cuando el temor comienza a proyectar imágenes de desaliento y muerte, la oración puede ser muy eficaz para anularlo.
El conocido relato en el Génesis sobre Noé y el arca Véanse capítulos 6–8. contiene muchas alusiones sobre la seguridad divina y la derrota del temor, que tienen un impacto hasta en el diseño y dimensiones de ese famoso barco. La Biblia dice que el arca tenía 300 codos de largo, lo que podría haber sido entre 130 y 168 metros, con una sola ventana ubicada a unos 51 cm del techo. Imagino que en medio de los truenos, relámpagos, viento y lluvia en que el barco se mecía y sacudía, el mismo diseño del arca puede haber servido de recordatorio a los pasajeros de que tenían que mantener firme su pensamiento en Dios, el arquitecto divino. Puesto que no había ventanas disponibles, no podían ver la tormenta, sino que se encontraban a salvo resguardados en su sólido barco, un símbolo de la protección y el cuidado de Dios.
Posteriormente, cuando amainó la tormenta, aunque todavía la marea estaba alta y amenazadora, Noé soltó dos pájaros por la pequeña ventana para que volaran sobre las aguas. Primero envió a un cuervo, el que voló de un lado a otro y nunca regresó al arca. Luego envió una paloma, que con paciencia escudriñó el horizonte en busca de señales de vida. La paloma fue persistente y regresó al arca más de una vez, y no se dio por vencida hasta que finalmente trajo de regreso una ramita de olivo, la primera señal de esperanza de que las aguas habían bajado. Finalmente, fue la paciencia y resistencia de la paloma lo que les permitió a Noé y a su familia encontrar tierra nuevamente.
Pienso que el comportamiento diferente de estas dos aves enseña una buena lección sobre la curación. El temor induce un comportamiento como el del cuervo, cuando uno se siente como hipnotizado y pasa minutos, horas y días observando y respondiendo a los síntomas. Es fácil sentirse rodeado de un diluvio, sin ninguna tierra visible a la vista, y luego simplemente darse por vencido. Por otro lado, una respuesta como la de la paloma, es receptiva a las señales de progreso y a no limitarse por las predicciones de desastres. Entraña levantar vuelo ante el temor con la vista atenta para encontrar y ocuparse en algo nuevo e inspirado. El pensamiento semejante al de la paloma permanece en actitud sanadora, yendo y viniendo hasta que da muestra concreta de sus esfuerzos.
Desde entonces he pensado que el pensamiento semejante al de la paloma es la verdadera manifestación de la presencia del Cristo en la oración. El Cristo, como la manifestación pura de la imagen de Dios, vuelve a enfocar el pensamiento, echando luz espiritual sobre la enfermedad y el temor, y así los destruye. Con una visión de la realidad según el Cristo, la mente humana ya no puede aceptar las borrosas distorsiones del temor. Y cuando a esto se le agrega un elemento de abnegación, el pensamiento puede cambiar de la mera ocupación en el propio beneficio, al de adoptar el propósito divino de bendecir a los demás. Esta oración representa en cierto grado el espíritu de curación que describe San Juan cuando escribe: “El perfecto amor echa fuera el temor”, 1° de Juan 4:18. promesa que se aplica a los sanadores en todas las épocas.
Quizás sea ese elemento moral de abnegación que tiene la oración espiritualmente dirigida, que puede hacer la diferencia. En mi caso lo fue. Dejé de prestar atención a los síntomas, y dediqué el resto de la noche a reflexionar, orar y buscar inspiración. Pero en lugar de concentrarme en cambiar mi condición física, y todavía sentía mucho temor al pensar en esa situación, absorbí cada idea inspirada que hallaba a mi paso y que hablaba de ser un sanador a través del poder y la presencia reflejadas de Dios.
De acuerdo con las Escrituras, yo era la imagen y semejanza del Espíritu divino. Y Ciencia y Salud explicaba que nada podía impedir que usara mi habilidad y poder divinos para sanar. Mary Baker Eddy escribió: “Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de eso, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre”. Ciencia y Salud, pág. 393. Armada con estas ideas, percibí mi propósito eterno como sanadora. Y cuando el temor se burlaba de mí, haciéndome pensar que quizás ni siquiera me podría sanar a mí misma, y que debía dejar de orar, la amenaza parecía totalmente fuera de lugar. Entonces comprendí que eso de ninguna manera podía impedirme ser una sanadora.
A la mañana siguiente, descubrí que tanto la hemorragia como el tumor habían desaparecido por completo, y nunca regresaron. Por supuesto que mi gratitud no tenía límite. Como la paloma, yo había vislumbrado la tierra: los hechos categóricos acerca de mi ser, inalterable y siempre presente. Es el tipo de oración persistente que nos mantiene bajo el poder del Cristo, la influencia divina de la seguridad y del propósito inalterables. Es allí cuando descubrimos que nuestra seguridad nunca corre riesgo, y nos hallamos sanos.