Un día al despertarme vi que me costaba trabajo moverme. Más tarde al ir a trabajar, no podía cargar cosas pesadas sin que me doliera el cuerpo y al bajar las escaleras las piernas y las rodillas me dolían mucho.
Estaba trabajando en el restaurante de uno de mis hijos y tenía que estar parada todo el día realizando diferentes actividades, entre ellas, cocinar, atender, lavar la loza, lo que también me provocaba dolor. Con todo el movimiento que ese trabajo requiere, por momentos me quedaba quieta y mi hijo me miraba preguntándome si estaba todo bien, y yo le respondía afirmativamente.
Pasaron varios días, y si bien estaba orando, pronto me di cuenta de que necesitaba hacerlo con más dedicación para encontrar mi curación en un conocimiento más profundo de Dios. Necesitaba mantenerme espiritualmente firme y saber que no estaba constituida meramente de órganos materiales, sino que era espiritual, que Dios era mi Principio, y que si Él me había creado a Su imagen y semejanza, yo podía responder a esa verdad, sabiendo que el Amor divino llena todo mi ser (véase la definición de hombre en Ciencia y Salud, pág. 475).
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