Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

NO HAY NADA QUE TEMER

Del número de septiembre de 2006 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Fue alguna vez a una fiesta de disfraces? Todo el mundo se disfraza de alguien que no es. El enmascarado asume una identidad diferente y le encanta confundir a la gente. Al ocultar su identidad, puede hacer cosas que ni siquiera intentaría si se lo pudiera reconocer.

“En Mi totalidad no hay nada desemejante a Mí Mismo; en Mí no hay temor”.

El enmascarado más grande de todos los tiempos es un concepto falso que en la Biblia se le da el nombre de Satanás, Lucifer, diablo, serpiente, dragón, mente carnal, mentiroso, espíritu maligno. Isaías cita a Lucifer como diciendo: “sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo”. Isaías 14:14. ¡Qué enmascarado más presuntuoso; el mal con la máscara del bien! Demasiado a menudo somos engañados por esta fase del mal. Hay incluso una expresión para describir a la gente que aparenta ser inocente, y detrás de la "máscara" se prepara para atacar; se dice que son lobos vestidos de ovejas. Así era Judas Iscariote, el desleal discípulo de Cristo Jesús. Judas se sentó con su Maestro en la última cena y su benigna apariencia ocultaba una terrible traición. No obstante, el mal no pudo engañar a Jesús, cuya consciencia espiritual y pura vio más allá de la máscara y anticipó exactamente lo que Judas iba a hacer.

Mary Baker Eddy, quien descubrió y fundó la Christian Science, hizo referencia a esta presunción mentirosa — la acción discordante de la mente mortal— en términos tales como magnetismo animal, mesmerismo, hipnotismo, ocultismo, necromancia y malapráctica. Ella le quitó a esto la máscara y el misterio al ir más allá y definirlo como “sugestión mental agresiva”. Manual de La Iglesia Madre, pág. 42. El mal es agresivo porque presiona, asalta y ataca. Es mental porque la agresión se produce dentro del pensamiento. Y es una sugestión porque es algo impuesto en el pensamiento.

El magnetismo animal sustituye el bien con el mal y lo correcto con lo incorrecto. Promueve la confusión y la disensión. Hace que una situación peligrosa parezca segura, y que la seguridad parezca peligrosa. Pone las cosas al revés y hace creer que están al derecho. Es hipnótico porque hace que las cosas aparenten ser lo que no son. Y produce temor porque no hay seguridad ni estabilidad en la supuesta ausencia de Dios, el Amor infinito, el Principio divino de todo el bien.

De hecho, el temor es uno de los medios principales a través del cual el magnetismo animal trata de actuar. El miedo presenta al mal como real, y es, por lo tanto, un elemento básico del magnetismo animal. Con orgullo lleva en su estandarte la conjunción condicional “si”. “Si llegara a pasar esto. Si esto no se detiene. Si aquello llegara a ser serio”. Esta sugestión, a su vez, genera dudas. Detrás de todo temor se encuentra la creencia de que hay algo que temer porque Dios, el bien, no es Todo. Pero Dios dice: “Yo soy el amor, y soy Todo. En Mí, en el Amor divino, no hay nada que temer, porque en Mi totalidad no hay nada desemejante a Mí Mismo. En Mí no hay temor”.

El Amor divino es el bien infinito, el bien total. Esta totalidad del bien es el antídoto contra el temor, porque así como la luz y la oscuridad no pueden existir juntos, el Amor y el temor tampoco den existir juntos. Así como la oscuridad no lucha contra la luz, sino que es disipada por la luz, el temor no lucha contra el Amor, sino que es disipado por Él. Desde el punto de vista del Amor divino, el magnetismo animal con su temor es la esencia irreal de una mente mortal supuesta e irreal. Y ése es el colmo de la nada. La única forma en que el magnetismo animal puede pretender ser real, es cuando logra que lo creamos o le tengamos miedo.

El temor no tiene poder real para actuar. Necesita del consentimiento humano.

La pretensión total del magnetismo animal es una ilusión, una creencia de mente en la materia, una creencia en un poder y presencia aparte de Dios. Y como no puede haber poder ni presencia aparte del Dios omnipotente y omnipresente, la ilusión es irreal y carece de poder. No obstante, su aparente habilidad para enmascararse, hace que sea una mentira que debemos detectar y desenmascarar con frecuencia, para que no se haga pasar por un poder y una presencia aparte de Dios, o pretenda ser igual o superior a Él.

El Cristo, la manifestación del Amor divino que animaba la vida de Jesús, es la voz de la Verdad que constantemente desenmascara el error porque está siempre hablando a la consciencia humana. Nos está diciendo constantemente qué es verdad acerca de nosotros mismos. Y ¿cuál es esa verdad? Que somos, ahora mismo, los hijos e hijas de Dios. Ahora mismo somos la imagen de Dios, el Espíritu, y estamos a salvo y somos amados bajo el cuidado del Amor divino. Pero la voz muda de la sugestión falsa a veces susurra en nuestro pensamiento para tratar de hacernos creer lo que no es verdad o real acerca de nosotros. Si detectáramos que el susurro del mal — que a menudo se expresa como temor— no forma parte de nuestro pensamiento, sino que es una imposición en el mismo, no le tendríamos miedo al temor.

Esto fue muy evidente para mí hace algunos años, en una época que sufría de fuertes dolores, y me resultaba imposible realizar mis actividades. La condición fue empeorando a lo largo de varios meses, y esas sutiles sugestiones de “qué pasa si”, comenzaron a golpear a la puerta de mi pensamiento.

Entonces empecé a ver la naturaleza hipnótica del miedo, y cómo trataba de hablarme. Yo sabía que el temor no forma parte de la Mente divina, Dios. También sabía que yo expresaba esa Mente, de manera que no podía ser algo que se originase en mí. Tenía que ser algo que se estaba imponiendo en mi pensamiento. La oscuridad no podía invadir la luz, y el temor y la duda no podían invadir la confianza y certeza inspirada por el conocimiento que yo tenía de que Dios es Amor. Leí esta frase escrita por Mary Baker Eddy: “No olvidéis ni por un momento, que Dios es Todo-en-todo — por tanto, no existe, en realidad, sino una sola causa y un solo efecto”. Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 154.

Ése era el desafío que enfrentaba. ¿Acaso podío ser forzado a olvidar los hechos espirituales que yo sabía que eran verdad? ¿Cuáles eran algunos de esos hechos? Que Dios, la única Mente divina, es Todo. Que la Mente se conoce a sí misma y a su propia totalidad. Que no hay nada externo a ese conocimiento. Que el dolor con sus temores, y el temor con sus dolores, no forman parte de la Mente divina. Que los mismos están fuera de la omnipresencia y que, por lo tanto, no tienen presencia alguna. Ellos son el supuesto fenómeno de la nada, sin ley, autoridad ni poder duradero.

El temor hipnótico había atraído mi pensamiento hacia esa falsa imagen de un poder y una presencia que no existían. Descubrí que podía decirle con toda certeza a la condición que enfrentaba: “Aunque pienso que puedo sentirte, sé que no estás allí. Aunque pienso que puedo verte, sé que no estás allí. Lo que Dios sabe de mí como Su propia semejanza, es verdad ahora mismo”.

Jesús mostró la relación entre lo que comprendemos y lo que experimentamos en nuestro cuerpo, cuando dijo: “La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz”. Mateo 6:22. Y en Hebreos se expresa de esta forma: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Hebreos 4:12.

Cuanto más consideraba y comprendía a Dios — Su totalidad y Su unicidad— tanto más sentía Su gran amor por mí. Ese amor de Dios, quien es el Amor divino, no contiene ningún dolor, nada que pueda producir inflamación o infección. El tormento del dolor y del temor que habían aparecido juntos, se desvanecieron juntos. El temor perdió su poder sobre mí y el dolor desapareció.

¿Qué probó esto? Que el enmascarado había sido completamente desenmascarado. Reconocí mi identidad espiritual verdadera e inalterable como el hecho eterno de mi ser, y que es verdad para el ser de todos. No somos de la carne. Somos los hijos e hijas de Dios, el Amor divino, y en ese Amor somos resguardados, guiados y apreciados. Ese es el Amor que no Sólo desenmascara al magnetismo animal, sino que también echa fuera el temor y sus efectos.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / septiembre de 2006

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.