Los muros de Sacsahuamán en Cuzco, donde sus bloques de piedra unidos sin cemento calzan de tal manera que ni siquiera una hoja de afeitar puede entrar entre ellos. El paraje de Stonehenge en Inglaterra, cuyos bloques de piedra de más de 40 toneladas fueron transportados desde 30 Km hace 5000 años, y luego dispuestos en círculo. O La última Cena de Leonardo da Vinci, con un simbolismo que hoy despierta renovada curiosidad.
¿Qué tienen estas obras en común? Que no importa de cuántas formas se las interprete o especule sobre ellas no cambia en absoluto su esencia y propósito original, cualesquiera sean éstos.
En general, las varias interpretaciones nunca han cambiado la esencia de las cosas. Y lo mismo ocurre con el hombre, a quien se lo ha venido interpretando como un ser evolucionado de una célula, pasando por diferentes etapas animales, hasta llegar a lo que hoy consideramos que es su etapa final.
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