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NO ESCONDA EL MIEDO, BÓRRELO

Del número de septiembre de 2006 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todavía me parece sentir la mano callosa de papá en mi hombro mientras nos dirigíamos hacia la quinta, esforzándome por sostener el compás de su caminar. Yo gustaba anticipadamente el sabor veraniego de peras e higos que los viejos árboles frutales ofrecían.

Pero para llegar hasta allá era necesario atravesar un campo donde pastaba un carnero, uno especialmente agresivo.

Al llegar al lugar, papá oprimió con fuerza mi hombro mientras murmuraba: “!No demuestres miedo! Eso sólo hace que se envalentone más aún”.

Levanté la cabeza y, a pesar de que mis piernas temblaban, crucé airosa frente al animal sin mirarlo siquiera. Papá estaba en lo cierto, al no demostrar temor, el rumiante no se dio cuenta de que yo lo estaba experimentando.

Esas palabras de papá han permanecido por mucho tiempo en mi pensamiento y más aún cuando los problemas que he tenido que enfrentar parecían tan fieros y amenazadores como aquel carnero. Esa actitud temeraria de mi parte fue con el fin de resistir las situaciones que se me iban presentando y siempre constituyó una defensa mejor que la de sentirme amedrentada.

Más tarde, por medio de la ayuda del libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. fui aprendiendo que el significado de estas palabras en el Evangelio según Juan: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor”, 1 Juan 4:18. son mejores y más poderosas que el hecho de aparentar que no se tiene miedo.

Comprendí que una actitud valiente no radica en la osadía empleada, sino en la firme base que me da el conocimiento de Dios como el Amor perfecto. Y para entender esto todavía más es necesario que ponga en práctica lo que voy aprendiendo.

En una ocasión mi esposo y yo habíamos viajado a Boston, cuando decidimos ir a pasear a un parque público. Estábamos descansando a la sombra de unos añosos árboles cuando de improviso se sentó a nuestro lado un hombre y comenzó a hablarnos en forma insultante.

Nos sorprendió sobremanera, no solamente porque no lo esperábamos, sino porque su actitud era excesivamente amenazante y su cara estaba roja de furia.

Mi primer impulso, dictado por el temor quizá, fue alejarme de ese individuo lo más rápido posible, pero sentí claramente que no debía dejarme impresionar por su apariencia amenazadora y no debía permitir que nada se opusiera a lo que sabía del hombre espiritual como santo y armonioso. La naturaleza espiritual ciertamente no contiene ira o agresión alguna.

Aunque había experimentado muchas curaciones basadas en estas verdades no me resultaba fácil permanecer sentada allí.

Mi esposo estaba quieto y pensativo y eso era prueba para mí de que también estaba orando. Más tarde me dijo que estaba tratando de ver la imagen perfecta de Dios, el hijo mismo del Amor, en ese hombre, a pesar de su comportamiento agresivo.

En ese momento, las palabras de mi padre resaltaron claramente en mi pensamiento: “!No demuestres miedo!” Pero ahora esas palabras me alentaron a ir más allá y dejar que el Amor divino erradicara el temor que sentía.

Entonces recordé, aunque no con exactitud en ese instante difícil, las siguientes palabras de Ciencia y Salud: “La expulsión del mal y del temor capacita a la verdad a preponderar sobre el error. El único camino a seguir es tomar una actitud antagónica contra todo lo que se oponga a la salud, la santidad y la armonía del hombre, la imagen de Dios”. Ciencia y Salud, pág. 392.

Pasaron unos minutos, que nos parecieron extremadamente largos, al cabo de los cuales el hombre se calmó, se apaciguó su expresión y comenzó a murmurar palabras de disculpa: “No sé lo que me ocurrió, amigos, perdónenme. No volverá a suceder”.

Luego nos alejamos del lugar, no sin sonreírle amistosamente, como dándole a entender que no habíamos considerado siquiera sus airadas palabras anteriores.

Mi esposo y yo comentamos más tarde el incidente que nos había asombrado por la rapidez con que había sido subsanado. Nuestro sincero esfuerzo por tratar de ver la creación espiritual tal como el Creador a ideó, dio resultados, y saber que estábamos envueltos por el amor de Dios, nos dio la fortaleza necesaria para negar que pudiera existir un hombre fuera del gobierno de Dios o que no expresara Su armonía.

El Amor divino está protegiéndonos siempre, ya sea que lo percibamos o no, y el conocimiento, aunque sea en cierta medida, de ese hecho basta para eliminar cualquier vestigio de temor.

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