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Ciudadanos en el reino de Dios

Del número de noviembre de 2007 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Recientemente, las autoridades en los Estados Unidos hicieron redadas en comercios, arrestando a inmigrantes indocumentados de hable hispana y deportándolos. Esto produjo un clima de temor e indignación entre la población hispana.

¿Qué les sucede a los niños nacidos en los Estados Unidos y a los cónyuges legales de los deportados? La separación de familias se está transformando en un hecho triste y frecuente en la vida de los inmigrantes. Los que apelan al proceso de deportación descubren que las cortes actúan con lentitud y que el sistema legal está abrumado de pedidos.

Por otro lado, para los ciudadanos estadounidenses, puede que parezca que su país está invadido por la cultura hispana. Existe el temor de perder sus empleos a causa de los inmigrantes, y con frecuencia está el resentimiento hacia los indocumentados que reciben servicios sociales y llenan las escuelas. Los comercios a veces tienen miedo de contratar incluso a inmigrantes legales, porque no quieren tener problemas con los trámites y con la intervención del gobierno. Asimismo, los inmigrantes, documentados e indocumentados, están cada vez más conscientes del prejuicio y la xenofobia que existe.

Esto me recuerda el disturbio cultural que había en Jerusalén en la época de Jesús. Judíos, romanos, samaritanos y otros estaban luchando para retener su identidad cultura. Algunos judíos vieron que Jesús era la respuesta a sus problemas y trataron de hacerlo Rey. Otros judíos lo vieron como una amenaza al orden establecido y lo hicieron crucificar.

Jesús resistió la tentación de transformarse en un mero caudillo político. Rechazó adoptar una posición política y se elevó por encima del odio y la violencia mediante una profunda comprensión del poder de Dios como Vida eterna. A lo largo de su ministerio, Jesús enseñó a sus seguidores que todos podían volverse a Dios y ser bendecidos.

Su prédica fue que todos debían arrepentirse “porque el reino de los cielos se ha acercado”. Mateo 4:17. Arrepentirse quiere decir transformar, cambiar nuestro pensamiento de un punto de vista material a uno espiritual. ¿Acaso Jesús no decía que las bendiciones del reino de los cielos estaban al alcance de todos ahora mismo? Él instó a que personas de todas las nacionalidades buscaran un reino más elevado que el humano. Precisamente, esto es hallar una fuente más elevada para encontrar seguridad, provisión y el cumplimiento de la ley.

Esta fuente más elevada de gobierno está descrita en el Padre Nuestro. En esta oración Dios es el Padre de todos, “Padre nuestro”. En su obra Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy interpreta la parte que dice “Venga tu reino”, como “Tu reino ha venido, Tú estás siempre presente”. En esta oración nuestra petición es que la voluntad de Dios gobierne tanto en la tierra como en el reino de los cielos. Toda la oración es una petición que nos ayuda a comprender quiénes somos ante los ojos de Dios, y cuál es nuestra función como ciudadanos del reino de Dios en la tierra.

Como dice Pablo en Efesios 2:19: “Así que no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios”. Pero quizás tú no te sientas como un santo. ¿No es que los santos son personas especiales y la santidad está reservada para unos pocos elegidos?

En realidad, el término santos se refiere a aquellos que dedican su vida a Dios e incluye a todo aquel que se esfuerza por ser moralmente recto y puro. Nuestra raza e historia humana no ayuda ni impide que seamos ciudadanos en el reino de Dios. Las riquezas humanas no abren las puertas del reino de los cielos, como tampoco la pobreza las cierra.

Es el tomar conciencia de que tenemos el derecho de ser ciudadanos con los santos lo que abre nuestro pensamiento a las posibilidades celestiales y humanas. La suerte o el destino no son un factor. Cada uno puede reclamar su herencia espiritual y las cualidades de bien que Dios nos ha dado. Cualidades como creatividad, sabiduría, valor e intuición. Éstas son dones que Dios te da. No tienes que ganarlas. No tienes que merecerlas. Ni siquiera tienes que trabajar por ellas. Dios te las otorga porque eres Su hijo amado, como los santos y ciudadanos de Su reino.

Es necesario reexaminar las antiguas maneras de pensar y sentir, limitadas por la falta de oportunidad humana. A veces la deshonestidad, el odio o el temor han interferido con nuestra habilidad de discernir y hacer la voluntad de Dios. En este caso, desenmarañar los nudos de nuestra experiencia humana nos prepara para recibir las bendiciones que Dios ya tiene preparadas para nosotros. M. B. Eddy escribe: “El método divino de saldar la paga del pecado consiste en desenmarañar nuestros enredos y aprender por experiencia a distinguir entre los sentidos y el Alma". Ciencia y Salud, pág. 240.

Ser ciudadanos del reino de Dios no nos libera de nuestras responsabilidades. Debemos ser obedientes a los mandatos de Dios y amarlo más que ninguna otra cosa. Jesús y sus discípulos pagaban sus impuestos, cuidaban de la gente necesitada, de las viudas y huérfanos. Esta obediencia les otorgaba los derechos y privilegios del reino de Dios, entre ellos provisión, salud, seguridad y felicidad. Como residente del reino espiritual de Dios tú puedes tener la certeza de que tienes derecho a todo el bien y a estas mismas bendiciones.

Las cualidades de los ciudadanos celestiales están descritas en las bienaventuranzas. Véase Mateo cap. 5. Los ciudadanos del reino de Dios son pobres en espíritu (están dispuestos a aprender), lloran [están dispuestos a arrepentirse], son mansos, justos, misericordiosos, puros, pacificadores. El hacer nuestras estas cualidades nos identifica como residentes del reino de los cielos sobre la tierra, mejor de lo que lo haría cualquier tarjeta de residencia, sea cual fuere el país que la expida.

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