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El mensaje de Navidad

Del número de noviembre de 2007 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Recuerdo que, durante algunos años, antes de las fiestas navideñas, me quedaba trabajando hasta tarde en una oficina del centro de la ciudad. Cuando terminaba, ya había anochecido, todos los negocios estaban cerrados, el gentío había desaparecido, y salía encontrándome con una plaza céntrica totalmente vacía. Sólo se veían uno o dos ejecutivos llevando a casa los paquetes de sus compras hechas a último momento, caminando apresurados en el frío.

Sin gente a su alrededor, las decoraciones de los faroles y los árboles iluminados ya no parecían tan alegres, sino más bien sombríos. Y uno no podía evitar pensar que no había mucho en esos enormes edificios vacíos, que pudiera satisfacer el espíritu de sus diarios ocupantes. Las transacciones comerciales, el fugaz prestigio y el sueldo elevado, tampoco podrían satisfacerlo. Caminando en la oscuridad, sentía claramente que todos necesitábamos buscar en otro lugar para encontrar el corazón y el alma de nuestra vida.

Hoy en día, los arreglos festivos ofrecen una especie de cálido y temporario respiro a ese yermo. Pero es interesante notar que es la historia original y sencilla de la Navidad la que continúa brindando la promesa práctica más grande para elevar los corazones de todos.

Si lees esta historia como si fuera la primera vez —en lugar de dejarte llevar por las conocidas escenas y el ritmo y belleza del lenguaje— encontrarás que puede parecer notablemente nueva. Lo más importante de esta historia son, por supuesto, el nacimiento y el bebé, uno de los momentos que expresan más esperanza y generosidad en la vida humana. ¡Quién no ha sentido esperanza y amor puro al ver a un nuevo bebé en la familia! Pero en el caso de la Navidad, el niño se transforma de inmediato en un símbolo de esperanza para todo el mundo.

Desde el comienzo, el detallado relato del Evangelio según Lucas hable claramente de personas reales, en un tiempo real, en un lugar real. El viaje que hicieron a una Belén llena de gente para empadronarse, está basado en la realidad. Herodes el Grande aparece en los libros de historia. A pesar de la obediencia espiritual tan transformadora que ha vivido, y su amor a Dios, María, la madre a punto de dar a luz, como es de entender, tiene preocupaciones y dudas acerca del mensaje que está escuchando. José, su marido, no es ningún ingenuo, pero ama y cree conscientemente en la pureza y bondad de María.

El niño Jesús nace en un establo (algunos dicen que era una cueva, donde guardaban a los animales). Cuando llegan los pastores y cuentan la sorprendente experiencia de haber visto la luz y la gloria de Dios, ellos aparentemente ya saben de este nacimiento. Vemos que han estado esperando el cumplimento de la profecía sobre la venida del Mesías. Obviamente, este niño es identificado con un mensaje de enormes proporciones desde el principio mismo. Los pastores, los reyes magos y María no estaban equivocados. El niño creció y llegó a tener gran importancia para todos.

Cristo Jesús iba a enseñar —y lo haría evidente— que Dios es el bien ilimitado, más allá de lo que la concepción humana pudiera imaginar. Él demostraría una y otra vez que este bien nunca está ausente, ni lejos de la vida humana, sino que se encuentra en medio de ella como una presencia y poder vitales, literalmente “Dios con nosotros”. Mediante las parábolas y bienaventuranzas de Jesús, y más que nada con su propio ejemplo y curaciones, él saciaría a la gente con una comprensión nueva e iluminada de la vida. Se describía a sí mismo como “la luz del mundo”. Juan 9:5. Les diría a otros que ellos también eran la luz en un mundo oscuro, si recibían y comprendían su mensaje de que la verdadera naturaleza de cada uno de ellos era la expresión misma de Dios, a quien la Biblia describe como Amor y Espíritu. Véase Mateo 5:14.

Si anhelamos encontrar respuesta a la oscuridad que emana de un sentido material de la existencia, es aquí donde se halla, en esta luz del Cristo que resplandece y elimina toda tristeza. Y esta respuesta le infunde a la Navidad un significado y una alegría como nada más puede hacerlo. Mary Baker Eddy, quien descubrió que la naturaleza del cristianismo original de Jesús era científico en el sentido más profundo, escribió de la Navidad: “Yo celebro la Navidad con mi alma, mi sentido espiritual, y conmemoro así la entrada al entendimiento humano del Cristo concebido por el Espíritu, por Dios y no por una mujer, como el nacimiento de la Verdad, el amanecer del Amor divino irrumpiendo en la penumbra de la materia y el mal con la gloria del ser infinito". La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 262.

Después de una importante curación que se produjo espiritualmente, M. B. Eddy sintió que sus ojos se abrían a la verdadera dimensión de la vida de Jesús. Percibió que pensar perpetuamente que la materia y sus limitaciones son más concretas y reales en su vida que Dios, había restringido seriamente su propio entendimiento de la Deidad. Después de esa curación, ella dedicó tres años de su vida casi exclusivamente a orar y estudiar en profundidad la Biblia, para averiguar cómo había sido sanada. No se conformó con la idea de que su curación fue una extraña instancia del efecto de la fe ciega en el cuerpo. No había sido eso. Ella comprendió que se le había demostrado en la práctica que su vida nunca había estado encerrada en una existencia material aparentemente muy real, sino que su vida y la de todos está en Dios y es de Dios, el Espíritu, a pesar de las apariencias.

La curación cristiana manifiesta la presencia misma de Dios.

La Sra. Eddy relacionó muy estrechamente la curación cristiana con la Navidad. Por ejemplo, en su artículo “El clamor de la época de Navidad”, ella escribió: “En distintas épocas la idea divina toma diferentes formas, según las necesidades de la humanidad. En esta época toma, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana. Éste es el niño que hemos de atesorar. Éste es el niño que rodea con brazos amorosos el cuello de la omnipotencia, e invoca el infinito cuidado del amoroso corazón de Dios”. Escritos Misceláneos, pág. 370.

Cada una de las curaciones llamadas “milagros” de Jesús —tal como la curación de Lázaro, de un niño epiléptico, de leprosos, de ciegos, de sordos y de paralíticos— quebrantaron todas las llamadas reglas y leyes de un universo material. Si estos sucesos hubieran sido tan solo misteriosas excepciones, no se podrían repetir. Jesús no habría enseñado a sus discípulos el poder sanador de comprender al Dios que es infinitamente bueno. No les hubiera dicho: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”. Mateo 10:8.

Este quebrantamiento de las leyes materiales pusieron al descubierto las leyes que fundamentan constantemente la existencia, y que son espirituales, no materiales. Mary Baker Eddy comprendió que estas leyes cristianamente científicas del ser nunca habían cambiado. Todavía existían y sobre su base se podía restaurar la curación cristiana. A medida que llegó a comprender la verdadera naturaleza de la oración, ella vio cómo aquellos por los que ella oraba, se iban sanando, uno tras otro.

M. B. Eddy se dio cuenta de que la oración más eficaz excluye el temor. En lugar de pedir a Dios que cambie algo, abre el pensamiento a Su inmensa bondad, al perfecto Principio divino, el Amor. Miles de estudiantes a quienes ella enseñó la Ciencia Cristiana, aprendieron a sanar mediante la oración y la comprensión espiritual. Hoy en día, el mismo tipo de curación fluye desde este punto de vista más amplio de Dios.

En esta sociedad tan materialista y escéptica, todavía existe un gran descreimiento en la curación que se produce exclusivamente a través de la oración. Esta atmósfera del pensamiento humano actúa para distanciar a cualquiera de la experiencia espiritual de conocer a Dios. Tiende a limitar incluso al cristianismo devoto. La buena nueva es que un poco de amor desinteresado reabre la puerta del pensamiento para recibir más del amor y bondad que son la esencia misma de la vida. Pero mejor aún es que todo el universo espiritual de Dios y Su bondad, al que Jesús se refería como el reino de los cielos dentro de nosotros, Véase Lucas 17:21. ya está aquí, y todos estamos incluidos en él.

Necesitamos estar más conscientes de Dios en nuestra vida diaria —es decir, continuar creciendo en nuestra comprensión de que Dios es Todo-en-todo, que es nuestra Vida, ahora mismo— para poder sentir que la curación cristiana es natural. Jesús practicaba la curación de una forma que era mucho más que compasión por la humanidad, era incluso más que una señal de que se le había otorgado autoridad divina. Era la manifestación de la presencia misma de Dios y Su amor por Su creación —un sentido muy nuevo de Vida— que se hacía aparente. A medida que las nubes oscuras del sentido material de la existencia, con sus enfermedades, males y tristeza, se van apartando, la luz del Cristo, la verdadera idea de Dios, comienza a entrar. Nosotros también nos volemos más conscientes del bien que ya está presente. Este efecto irresistible es lo que caracteriza la curación verdadera.

Aunque me ocupo diariamente de la práctica de la curación en la Ciencia Cristiana, hace poco me sorprendió ver cuántas curaciones se han producido en el período de unos pocos meses. Me enteré de ellas través de correos electrónicos, cartas, llamadas telefónicas y personalmente. Me las contaron amigos, conocidos, estudiantes a quienes yo había dado clases sobre la Ciencia Cristiana, y otros practicistas de esta Ciencia. Me di cuenta de que escuché curaciones de cáncer diagnosticado por los médicos y que se presumía terminal; de un dedo roto del pie, de una pierna más corta. Curaciones de hernias de mucho tiempo, serios problemas cardíacos, concusión, síntomas de quiste fibroso y de esclerosis múltiple, hemorragias, problemas psicológicos, y de un niño al que le habían diagnosticado sordera.

La Navidad en su verdadera luz, de ningún modo puede ser abrumada por la oscuridad de la existencia material. El verdadero mensaje de Navidad —el sanador “clamor de la época de Navidad”, como escribe Mary Baker Eddy— habla de la bondad ilimitada, del infinito amor y significado espiritual que debemos aprender: dar una nueva e infinita dimensión al bien que, con demasiada vacilación, hemos asignado a Dios. Después de todo, la Navidad es el mensaje de Dios Mismo a la humanidad.

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