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La curación metafísica

Alma de México

Del número de julio de 2007 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La mañana de nuestra entrevista, entré en la soleada cocina de Estrella Romero cuando ella estaba cortando unos tomates y poniéndolos en una licuadora. "¿Te gusta?", me preguntó, mostrándome un diente de ajo antes de agregarlo a los otros ingredientes.

Vigilando las tortillas de maíz que se calentaban sobre la estufa [cocina], ella sonrió y me dijo que estaba preparando huevos rancheros (huevos fritos servidos sobre una tortilla de maíz con salsa roja), una comida típica mexicana que quería que yo probara. Es probable que la haya preparado cientos de veces en esa misma cocina de  Tlalnepantla, un suburbio al noroeste de la ciudad de México, donde ha vivido los últimos 40 años. Aquí ella y su esposo, Rigo, criaron cinco hijos; quienes ahora tienen sus propios hijos, por lo que Estrella es abuela de 12 nietos.

La travesía de Estrella de ama de casa a practicista, maestra y conferenciante de la Ciencia Cristiana, fue natural para alguien que, desde su infancia, había estado buscando respuestas a las preguntas espirituales más profundas de la vida.

Estrella nació y se crio en la ciudad portuaria de Agua Dulce, Veracruz, en el Golfo de México, y siguió el camino tradicional de una mujer mexicana de su época: casarse joven y tener hijos. Cuando el dinero escaseaba, ella suplementaba la entrada que su esposo tenía como músico trabajando de secretaria. Sin embargo, me cuenta, su hogar no fue feliz hasta que cambió su concepto acerca de Dios.

Encantadora, de risa fácil —y descubrí después al pasear en lancha con ella que es muy buena cantante— expresa una alegría genuina que es contagiosa. Pero lo que se manifiesta más claramente es su profundo amor por la Ciencia Cristiana y su aprecio por su fundadora, Mary Baker Eddy. “No puedo imaginarme dónde estaría hoy sin la Ciencia Cristiana”, dijo suspirando feliz en más de una ocasión durante mi visita.

Estrella, tú dices que los mexicanos son pensadores...

Siento que, aunque no lo expresemos, todos tenemos el deseo de conocer la respuesta a preguntas tales como “¿Quién es Dios?” y “¿Quién soy yo?” Y hoy en México hay mucho de esto.

Tengo entendido que desde tu infancia te hiciste estas mismas preguntas sobre la vida.

Así es. Tuve la oportunidad de asistir a una escuela religiosa, y de adolescente, las preguntas se hicieron más insistentes. A tal grado, que pensé que a fin de comprender quién era yo, tenía que dedicarme con más devoción al servicio de Dios.

Sin embargo, vine a la ciudad de México desde la casa de mi niñez en Veracruz, y mi mente se preocupó por otras cosas: la familia, la crianza de mis hijos. A pesar de que tenía muchas carencias —de salud, de una buena situación económica, de amor, de comprensión— yo continuaba buscando a Dios.

¿Tenías preguntas que seguían sin respuesta?

Exactamente. Y sentía que, aunque yo insistía en pedirle a Dios una respuesta, Él no me contestaba.

¿Cuál era tu concepto de Dios en aquel entonces?

Él era un dios castigador, un dios semejante a un ser humano, pero más grande, un dios antropomórfico. Era un monarca que daba lo bueno y lo malo, bendición y maldición, y que maldecía más que bendecía. Pero yo rechazaba ese concepto. En el fondo de mi corazón, sentía fuertemente que el Dios que estaba buscando era infinitamente bueno e inteligente. Así que mi pensamiento se volvía al infinito y único Dios que yo instintivamente sentía. Por ejemplo, en Veracruz donde crecí, el cielo era nítido y brillante, y lleno de estrellas por la noche. De niña, miraba el cielo y decía: “Ese es Dios, brillante, infinito”. Pero para mi mente, infinito significaba sublime, intocable.

De modo que de adulta, después de muchos años de matrimonio, me sentía desesperada y desalentada. Mis hijos estaban enfermos, yo estaba enferma, y mi esposo tenía muchos problemas. Sentía que el Dios perfecto e infinito que había imaginado realmente no existía. Me había esforzado por ser una buena cristiana, con mi familia, con mis vecinos, pero no estaba viendo ningún resultado en mi vida. Un día, hablé con un religioso de mi iglesia y le pedí que me explicara por qué eso era así. Él me respondió: “Te voy a decir una cosa. Necesitas  sufrir, y cuanto más sufras más vas a alcanzar ese cielo, a ese Dios que tú buscas”. Cuando oí eso me quedé  desconcertada, pero no dije nada. Seguí asistiendo a la iglesia, pero cuando llegábamos a la parte del Padre Nuestro que dice “Hágase tu voluntad”, yo afirmaba: “No, yo ya no quiero sufrir para alcanzarte”. Así que omitía esa parte de la oración y continuaba con el resto. Finalmente, me dije: “Yo no vuelvo a ir a esa iglesia”. Ese  punto culminante mental preparó mi consciencia para la Ciencia Cristiana.

¿Qué ocurrió entonces, cuando te diste cuenta con certeza de que la vida religiosa de la que habías participado ya no te aportaba nada?

Sentí que era importante que mis hijos tuvieran una buena educación religiosa, pero no sabía a dónde llevarlos. Así que le pregunté a Dios: “Si existes, ¿dónde estás? ¿Dónde está ese Dios infinito que he estado buscando? ¿Un Dios lleno de luz?” Y comencé a leer.

Yo trabajaba como secretaria durante la semana, y los domingos, cuando tenía un tiempo libre, me iba a las librerías en la ciudad buscando libros que pudieran responder a mis preguntas. Esto continuó durante un año. Pero no lograba encontrar lo que buscaba. Mientras tanto, todos mis problemas en la casa, morales, económicos, físicos, de falta de comprensión, de falta de amor, persistían. Entonces le dije a Dios: “Necesito conocerte”. Esa era mi oración. Y ese deseo que tenía dentro de mí era muy fuerte. En ese momento, me acordé de una amiga muy querida que nueve años antes, cuando la visitaba me hablaba de Dios. Después de visitarla, siempre me sentía muy tranquila. Yo la admiraba mucho porque era una gran pensadora. Me di cuenta de que ella probablemente había leído esos conceptos sobre Dios en alguna parte, así que fui a su casa y le pregunté: “Quiero que me digas dónde compraste el libro donde aprendiste acerca de Dios”. Entonces tomó Ciencia y Salud y me dijo: “Aprendí acerca de Dios con este libro”.

Esa noche, había una reunión de testimonios de los miércoles en Primera Iglesia de Cristo, Científico, Ciudad de México, y ella me invitó a asistir. Me encantó la amabilidad de los ujieres. En ninguna otra iglesia me habían recibido con una sonrisa y con tanta cordialidad. Lo que más me impresionó fueron los testimonios de curaciones. Después de casada, yo había pensado: “Dios mío, ¿por qué no habré vivido en los tiempos de Jesús? Si lo hubiera hecho, él me habría dicho: 'Yo voy a ir a tu casa y todos sanarán'”. Así que ese miércoles por la noche, cuando escuché testimonios sobre la curación espiritual que estaba ocurriendo actualmente, sentí en mi corazón que había encontrado el lugar que había estado buscando. Al día siguiente, compré un ejemplar de Ciencia y Salud.

Durante el servicio del miércoles, mi hijo mayor, que me había acompañado, escuchó con mucha atención los anuncios y el domingo siguiente asistió solo a la Escuela Dominical. Yo me tuve que quedar en casa, porque decirle a mi esposo que iba a otra iglesia hubiera sido como incendiar la casa. De modo que no asistí a la iglesia los domingos hasta dos o tres meses después. Pero mi hijo mayor, que tenía 13 años, continuó yendo por su cuenta. Mientras tanto, me dediqué a estudiar la Biblia y Ciencia y Salud con devoción.

¿Contestó tus preguntas este estudio?

Empecé a conocer que Dios es omnipresente, omnisciente y omnipotente. Estas palabras, que la Sra. Eddy usa para describir a Dios, cobraron vida para mí. El concepto que yo tenía de un dios antropomórfico desapareció muy rápido y fue reemplazado por el verdadero concepto de un Dios omnisciente y poderoso , lleno de bondad y amor. Aprendí que Dios es Amor,1 así como Verdad, Espíritu, la Mente divina que nos creó a Su imagen, y aprendí que Dios es Principio infinito. Esta palabra, infinito, me  impresionó y me ayudó a comprender que el Principio divino genera leyes, gobierno; y percibí que también me gobierna a mí con Su infinita bondad. Esta bondad no cambia, no es variable. Luego empecé a entender más claramente todos los sinónimos de Dios que nos ha dado la Sra. Eddy: Mente, Espíritu, Alma, Principio, Vida, Verdad y Amor.2

Y me imagino que aprendiste que Dios no produce el sufrimiento ni tampoco quiere que suframos para conocerlo a Él.

Tú lo has dicho. Llegué a entender que el sufrimiento en mi vida era el resultado de mi ignorancia acerca de quién es Dios; del concepto erróneo de que existía un dios que es bueno y malo, que castigaba en lugar de bendecir. Cuando en realidad, todos somos los hijos amados de Dios, “herederos de Dios y coherederos con Cristo”.3 En un momento dado, me di cuenta de que la mejor forma de superar el sufrimiento era liberarme del falso concepto de que yo, o cualquier otra persona, tiene una personalidad humana finita; porque la personalidad incluye muchas pasiones humanas que se manifiestan en enfermedad. A fin de sanar, necesitamos comprender nuestra individualidad espiritual, vernos a nosotros mismos como el reflejo de Dios, la única infinita individualidad.

¿Pudiste responder la pregunta “Quién soy yo”?

A medida que comencé a comprender a Dios, pude entender quién era yo. Me di cuenta de que, puesto que fui creada a imagen de la Mente divina, yo tenía que ser una idea espiritual, un reflejo de esa Mente. Este concepto de mí misma como reflejo me trajo una sensación muy grande de libertad, humana y espiritual, y paz a mi vida. Oré mucho con este concepto, concentrándome más en mi identidad espiritual y en estar dispuesta a hacer como nos recomendó el Apóstol Pablo: “estar ausentes del cuerpo, y presentes en el Señor”.4 Como resultado, las dudas que tenía sobre quién era yo desaparecieron totalmente. Además, durante ese tiempo de despertar espiritual, mi hijo mayor sanó de fiebre reumática únicamente mediante la oración.

¿Qué pasó con los otros desafíos que tu familia estaba enfrentando? ¿Hubo otras curaciones durante esa época?

Dos de mis otros hijos tenían cita para que los operaran de las amígdalas. Pero   cuando oré  y  aumentó mi comprensión de sus identidades espirituales, resultó que  nunca necesitaron operarse. En cuanto a mí, sané de una alergia grave y de venas varicosas que tenía en las piernas y que me molestaban terriblemente. La curación fue completa y mis piernas están totalmente sanas ahora. [Estrella se levantó el pantalón para mostrarme que no hay rastro del problema.] Todas estas enfermedades sanaron  mediante la regeneración del pensamiento. La verdad de que somos creados por Dios, y no por otro ser humano, se hizo muy clara en mi consciencia y eliminó mis temores. Esto nos trajo curación a todos.

¿Todos tus hijos practican la Ciencia Cristiana?

Los cinco la practican. Me dicen: “Si no hubiéramos tenido la Ciencia Cristiana, ¿qué habría pasado con nuestras vidas, nuestro hogar, tu matrimonio... todo?”

¿Qué pensaba tu esposo de todo esto?  Vivías en una cultura donde “el lugar de la mujer” era su casa. Pero estos nuevos conceptos de Dios te estaban dando un sentido de tus habilidades infinitas y derechos divinos.

Cuando mi esposo empezó a ver las curaciones que se producían por medio de la Ciencia Cristiana, y que se había operado un cambio tan grande en mí y en nuestros hijos, se empezó a preguntar qué estaba pasando. Se dio cuenta de que los chicos gozaban de buena salud sin tomar medicamentos. Y pensó en los grandes problemas morales con los que él estaba luchando. Un día, me pidió que le diera mi ejemplar de Ciencia y Salud, y empezó a leerlo con mucha devoción y dedicación. Las ideas del libro produjeron una completa regeneración moral en él. Mi hogar fue transformado. Yo también vi la necesidad de regenerar mi carácter, de sanar el resentimiento que tenía hacia mi esposo y de reemplazarlo con inundaciones de bondad, amor y comprensión. Necesitaba entender que Dios había creado a mi esposo a Su imagen.

Tres años después, decidí tomar instrucción de clase de la Ciencia Cristiana lejos de mi país. Cuando le dije a mi esposo que tomaría la clase en Argentina, bueno, pues, imagínate... ¡Yo nunca había viajado! Me preguntó: “¿Qué vas a hacer allá tú sola?” Y le respondí: “Dios va conmigo”.

Debes haber orado mucho para dar ese paso.

Todos los pasos que di estuvieron basados en la oración consagrada. Sabía que una persona no podía dominar a otra, porque solo Dios nos gobierna, y nos estaba guiando a los dos. Dios es la Mente divina y se expresa a Sí mismo —Sus pensamientos— individualmente en cada uno de nosotros.

Mary Baker Eddy dijo que un solo Dios infinito establece la igualdad de los sexos.5

Este único Dios infinito me permitió hablar con mi esposo sobre mi viaje con amorosa autoridad, con el entendimiento de que como reflejos de Dios —como Sus hijos— los dos teníamos los mismos derechos  divinos. Así que mi esposo me dijo que fuera, que no me detendría. Pero para entonces, él estaba interesado en estudiar la Ciencia Cristiana.

Cuando regresé de mi clase de instrucción, empecé mi práctica pública de la Ciencia Cristiana, y la gente comenzó a llamarme para que los apoyara con la oración. Algunas veces mi esposo me acompañaba cuando iba a ver a mis pacientes que vivían lejos. Él veía que, después que yo oraba por ellos, se sanaban, y estaba muy sorprendido. Eso lo impulsó a estudiar la Ciencia Cristiana con más dedicación, y al año siguiente, tomó instrucción en clase con la misma maestra de la Ciencia Cristiana en Argentina.

En aquella época, mi práctica era de medio tiempo, pero en 1980 dejé de trabajar como secretaria y empecé a anunciarme como practicista de tiempo completo en el Journal.

Cuando oras por un paciente, me imagino que es útil recordar que no eres tú, personalmente, la que sana.

Precisamente, a veces uno necesita explicar a la gente que no es el practicista quien efectúa la curación, sino Dios. Jesús dijo claramente que no era él quien sanaba. En una ocasión, les preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” Y Simón Pedro contestó que Jesús era “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Y Jesús le respondió: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos".6 Pienso que la pregunta que Jesús le hizo a Pedro significa: “¿Quién hace la curación?” Cuando me hago esta pregunta contesto: “el Cristo”. Jesús representó e individualizó esta naturaleza divina del Cristo, la verdadera naturaleza de todo hombre y mujer.

Yo veo esa naturaleza del Cristo en la gente que me llama. La reconozco para mí misma y para ellos. Comprendo que la misma naturaleza divina semejante al Cristo que yo afirmo para mí también les pertenece a mis pacientes, y el Cristo presente en la consciencia es lo que sana. Sana la ignorancia de no saber quién es Dios y quiénes somos nosotros. Una vez que nos vemos a nosotros mismos como el reflejo puro de Dios, este entendimiento sana todo tipo de problemas humanos.

Hablemos de este concepto. Cuando eras pequeña pensabas que Dios parecía un humano. Pero ahora percibes que Dios es Espíritu. Entiendes que Jesús es el Hijo de Dios; no Dios mismo en una forma humana. Y el Cristo es en realidad la naturaleza divina de Jesús. ¿Lo dije correctamente?

Sí. El concepto de que Jesús es Dios y que Dios tiene una personalidad humana que conoce el bien y el mal proviene de los tradicionales conceptos religiosos acerca de la Deidad. Por esta razón, en México la gente se concentra tremendamente en Jesús y  adora su personalidad, pero no adora tanto a Dios. En mi práctica sanadora he visto que este malentendido acerca de la verdadera naturaleza de Dios trae serios problemas a la humanidad, como lo hizo conmigo.

Los grandes pensadores del Antiguo Testamento dentro de la línea profética —comenzando con Abraham  quien fue uno de los primeros en practicar el monoteísmo— recurrían constantemente a Dios en busca de ayuda y la recibían. Percibían, en cierto grado, al Cristo, la naturaleza divina de Dios, y su discernimiento del Cristo les permitía sanar. Jesús enseñaba que todo aquel que creyera en él haría las mismas obras sanadoras —y aun “ mayores”— que las que él hacía, mediante el Cristo, a través de la verdadera comprensión de Dios. Así que cuando Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos”,7 estaba diciendo que aunque él y el Padre eran uno en naturaleza —de una sola Mente— no eran la misma entidad. Enseñaba que todos tenemos la misma naturaleza pura, semejante a la del Cristo.

Por supuesto que Jesús el hombre, es importante para los Científicos Cristianos, porque Mary Baker Eddy hace referencia a Jesús diciendo que era “el concepto humano más elevado del hombre perfecto”.8 También escribió: “Jesús de Nazaret enseñó y demostró la unidad del hombre con el Padre, y por eso le debemos homenaje eterno”.9

 Dejar de lado el ego humano, como hizo Jesús, requiere de gran humildad.

Mucha, mucha humildad. En Ciencia y Salud leemos que la “humildad es lente y prisma de la comprensión de la curación por la Mente”.10 Y Jesús dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo”.11 Este dicho es una gran bendición y alivio para mí porque me ayuda a quitar la carga de pensar que yo soy un salvador o un sanador personal. Mi trabajo como practicista de la Ciencia Cristiana es comprender en mi propia consciencia que Dios es Todo y que en la creación de Dios no hay gente enferma, no hay pecador ni ningún problema. Dios no crea ninguno de estos males. Dios es la luz infinita, y en Él no hay oscuridad. Me aferro a esta verdad y espero, sabiendo que esta verdad bendecirá al paciente que busca curación, que busca el reconocimiento de su ser verdadero. Como dice un himno muy querido: “...espera, con paciencia,/ escuchar la voz de Dios”.12 Pero si no estamos alertas y vigilantes, el ego humano nos tentaría a decir: “Qué bien que hago las cosas”. Pero hacemos todas las cosas por reflejo, porque reflejamos a Dios.

¿Crees que todos tenemos esa intuición espiritual innata que te guio de niña?

Definitivamente. El Cristo despierta en la gente —incluso en aquellos que puede que no sepan de la Ciencia Cristiana— su intuición espiritual inherente para buscar los derechos divinos y humanos más elevados. Tengo que confiar en que esta verdad nos está guiando a cada uno de nosotros, llevándonos hacia Dios.

Una mujer le preguntó a Mary Baker Eddy cuándo podría ella sanar casos difíciles como la Sra. Eddy. Su respuesta me impactó: “Cuando creas lo que dices. Yo creo en cada declaración de la Verdad que hago”.13 Para mí eso fue maravilloso.

Aparte de eso, la Sra. Eddy también  dijo que para sanar instantáneamente necesitamos amar, vivir el amor y ser amor.14 Yo me pregunto todos los días si hago esto, y si noto que hay algo en mi pensamiento que no está lleno de amor, le pido a Dios que me ayude. No Le pido más amor, porque ya sabemos que somos la expresión del Amor. Pero Le pido que me ayude a estar consciente de este hecho, porque  solo Él es nuestra consciencia.

 

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