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El Cristo nos renueva

Del número de julio de 2007 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Siempre que miraba la línea del horizonte en Londres había algo que me impedía disfrutar plenamente de la vista. Me refiero a las ruidosas grúas de construcción que se perfilan en el horizonte en contraste con los edificios clásicos y modernos que tanto me gustan. 0 mejor dicho, así era, hasta que un amigo, con su pensamiento animado por la metafísica de la Ciencia Cristiana, vino a visitarme. "¿No son maravillosas?", exclamó señalando las grúas dispersas entre algunas de las hermosas edificaciones del centro de la ciudad. Me comentó que para él esas grúas simbolizaban la idea de que el Cristo —la divina presencia de Dios en la experiencia humana– está siempre operando, reconstruyendo y renovando nuestro pensamiento y, en consecuencia, nuestra vida.

A partir de ese momento no volvió a molestarme más la presencia de grúas en el horizonte de ninguna ciudad. Ahora considero que son hermosas a su manera. En mis días más inspirados, me recuerdan lo que el amor de Dios ha hecho y está haciendo por mí (y por todos), a cada hora: restaurando la esperanza y renovando la espiritualidad, que sana corazones, mentes y cuerpos. En mis días menos inspirados, son un símbolo de la promesa de que el Cristo ya está en operación, aunque yo parezca estar malhumorado, desalentado o simplemente no logre expresar el amor espiritual y puro que constituye mi verdadera naturaleza.

¡El Cristo sanador! Al igual que las ubicuas grúas presentes en las ciudades más progresistas, el Cristo está siempre llevando a cabo su labor, cualquiera sea el trabajo espiritual, moral o físico de reconstrucción y renovación que se necesite, tanto sea para una persona, familia, comunidad, negocio, iglesia, o toda una nación.

El Cristo es el espíritu de esa paz, poderosa y compasiva, que todo lo supera, y que Jesús puso en evidencia con la oración, en su propia reconstrucción de mentes y cuerpos oprimidos bajo el yugo de la enfermedad y el pecado. Como ocurrió con el Gadareno, a quien Jesús restauró a "su propio juicio", Véase Marcos 5:1–15. o el hombre de Betesda que había estado discapacitado por décadas, a quien Jesús le preguntó: "¿Quieres ser sano?" Y, realmente, el hombre fue sanado, restaurado de inmediato a su salud perfecta. Véase Juan 5:1–9.

El Cristo infinito está siempre y de inmediato a nuestro alcance para llegar al corazón de cada uno y producir el cambio preciso en el pensamiento, que traerá curación. Y aunque el Cristo sanador es invisible a los sentidos materiales, no obstante, es lo suficientemente fuerte como para desarraigar años acumulados de angustias, esperanza deprimida y hasta la más lógica de las desdichas humanas. El Cristo inmortal, la expresión misma de la Vida, puede restaurar la vida de los moribundos y muertos, como lo demostraron Jesús y sus discípulos. Y esto es algo que los sanadores espirituales que siguen el ejemplo de Jesús y se adhieren a las leyes de Dios hoy en día, pueden ciertamente realizar, como Jesús lo hizo hace 2000 años.

El Cristo renueva constantemente nuestro pensamiento.

En su misma resurrección, Jesús demostró que la verdadera renovación y restauración provienen de la consciencia interior —esa consciencia de la totalidad absoluta de Dios. Esto reconstruye nuestras vidas.

Esta comprensión es el motor que impulsa toda renovación basada en el Espíritu. Es saber que el Cristo, la naturaleza verdadera de cada uno de nosotros como hijos de Dios. no está sujeto a ninguna condición material.

Podemos pensar en esto declarando la verdad cuando el pecado nos tiente o estemos sufriendo de alguna enfermedad. Como ideas espirituales, hijos bien amados de Dios, no estamos sujetos a condiciones mortales. Cada uno de nosotros, renovado por el mismo Cristo eterno e infinito que transformó al Salvador, puede aprender "mediante la Verdad, la Vida y el Amor, [a] triunfar sobre el pecado, la enfermedad, la muerte y la tumba". Ciencia y Salud, pág. 49.

Desde que mi amigo, hace unos veinte años, me ayudó a reorientar mi pensamiento respecto a aquellas grúas, he tomado muchas fotografías en muchas ciudades, incluso de variadas y hermosas grúas. Y aunque representan la laboriosidad, creatividad y desarrollo del empeño humano, se mantienen inoperantes por la noche, los días feriados y fines de semana. En cambio el Cristo universal nunca descansa, nunca deja de trabajar por nosotros, reconstruyendo constantemente pensamientos y vidas por todas partes, por toda la eternidad, un corazón a la vez.

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