Queridos amigos del Heraldo:
Les escribo para contarles la experiencia que he tenido con el estudio de la Ciencia Cristiana. Resulta que hace 22 años, a mi padre le diagnosticaron un cáncer linfático. Todos en la familia estábamos consternados ante tal diagnóstico. Entonces una amiga de la familia, que hacía poco se había trasladado a vivir de Riobamba a Quito, nos visitó y nos habló de la Ciencia Cristiana y nos trajo Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. El libro nos impactó mucho y junto con mis padres y hermanas empezamos a estudiarlo todas las tardes. Luego empecé a asistir a los servicios dominicales de una iglesia de la Ciencia Cristiana. Al cabo de unos seis meses mi padre decidió no tomar más medicamentos ni aplicarse quimioterapia y sólo apoyarse en la Ciencia Cristiana. Al poco tiempo y por insistencia de mis tíos y algunos de mis hermanos, mi padre fue al médico, quien, después de hacerle los exámenes pertinentes, le dijo: "No sé cómo, pero usted no tiene vestigio de la enfermedad". Había sanado por completo para gozo de toda la familia. ¡Gloria a Dios! Esta fue una curación maravillosa y un testimonio verídico de lo que hace la Ciencia Cristiana en nosotros.
Al mismo tiempo, yo tenía el alma muy dolorida por la pérdida de mi pequeño hijo de 2 años, quien falleció en un accidente. La Ciencia Cristiana fue mi bálsamo a tan grande dolor, y poco a poco fui comprendiendo que Dios no sabe de accidentes y Él en su infinito Amor, jamás me había mandado un castigo o un dolor semejante. Esto me reveló la nulidad de la muerte.
Luego fue maravilloso llevar a mi otro hijito, que en ese entonces tenía 5 años, a la Escuela Dominical para que aprendiese sobre el poder y el amor de Dios. Después de todos estos años, puedo decir que no ha habido mejor descubrimiento que éste. Toda nuestra familia, que por cierto es muy numerosa, ha sido bendecida con maravillosas demostraciones de protección, curaciones, provisión y armonía.
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